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9 de abril de 2010
15diario.com  


 

A mí no me va a pasar

Claudio Tapia

 

  • ¡Órale! mi compadre se murió de influenza A/H1N1.
  • Seguramente se le complicó con alguna otra enfermedad.
  • No. Estaba sano.
  • Bueno, tenía sobre peso.
  • Tampoco.
  • Ya sé, era demasiado viejo.
  • Tenía 35 años.
  • Se atendió tarde el güey.
  • No. Fue al médico desde los primeros síntomas.
  • ¡Ya! El hospital en que murió es chafo.
  • No. Es el mejor de la ciudad.
  • ¡Chin!, no puede ser, la gente no se muere así. Algo hizo mal tu compadre, en algo contribuyó. Por algo se murió.

 

Así reaccionamos ante el desasosiego que nos produce el sabernos, de imprevisto, frágiles y vulnerables. Ante la angustia que nos genera la presencia de la muerte, y la forma estúpida en que suele llegar, nos defendemos negando su inminencia o su relación gratuita con nuestra precariedad. ¡A mí, eso no me puede pasar!

 

La negación: mecanismo de defensa que consiste en negar la existencia o relevancia de los conflictos para no tenerlos que enfrentar, tiene varias representaciones. Va desde el determinismo del destino fatal ante el que sólo queda la resignación, hasta la voluntad divina granjeada por las oraciones, pasando por la mala suerte y la equivocación, porque, hay cosas que ni qué.

¡Nadie pasa de la raya! ¡Es el destino! ¡Ya estaba de Dios! Cuando te toca, aunque te quites. Cuando no te toca, aunque te pongas. ¡Mala suerte! Y una serie de sofismas por el estilo, tan repetidos que se han vuelto lugar común. Falacias disfrazadas de verdades, que ocultan el miedo, esconden la responsabilidad e impiden el uso de la razón.

 

Valiéndose de ese mecanismo de defensa, sacando provecho de la humana tendencia a rechazar el dolor negando aspectos de la desagradable realidad, los responsables directos de los homicidios de inocentes cometidos en el fallido combate al narcotráfico, intentan justificar sus brutales crímenes, muchos de ellos deliberados, recurriendo a falacias como la de la inevitabilidad del daño colateral: efectos  no deseados que, sin embargo, se dan porque en todas las guerras, siempre mueren inocentes.

 

Las autoridades civiles y militares, que con esa mentira se quieren justificar, parecen olvidar que la guerra no es tal. ¡Mienten! Los mexicanos no estamos en guerra. No vivimos en medio de una guerra. El término fue usado por el Comandante Supremo como metáfora para resaltar su decisión  de  acabar con el supuesto enemigo a como diera lugar y al precio que fuera. Pero no hay una declaración formal de guerra contra un ejército enemigo insurrecto o invasor. No estamos en Bagdad, aunque la imitemos con la comisión de homicidios disfrazados  de daño colateral, para eludir la responsabilidad.

 

Espero que a la guerra declarada contra el hambre, la pobreza, la desigualdad y la ignorancia no le atribuyan, de manera criminal, semejante daño colateral.

¿Era narco? No. ¿Gobernante? Para nada. ¿Policía? Menos. ¿Soldado? Cómo crees. ¿Periodista? Ni de chiste. ¿Pues en qué la regó?; ¿por qué le pasó? Respuesta que a base de repetirse aspira a convertirse en verdad: estuvo en el momento y en el lugar equivocado.

 

Ya ven cómo en algo contribuyó. Se equivocó. Antes de salir o de quedarse en casa, de tomar ese rumbo y no otro, de utilizar ese medio de transporte, de encaminarse a ese lugar en ese momento, ese día, la persona, víctima de la violencia, pudo elegir y está claro que la regó. Ni modo, se la ganó porque se equivocó. La equivocación presupone una mala elección.

 

Las víctimas pudieron estar en esa o en otra institución, quedarse en el dormitorio o salir, elegir el día y la hora, escoger el lado seguro de la avenida, tirarse al suelo o correr, ponerse o quitarse algo para que no los fueran a confundir, en fin, analizar con cuidado las opciones y tomar la más segura. Y como no lo hicieron así, pues los alcanzaron las balas perdidas, disparada por no importa quién. Da igual. Eso pasa en la guerra. Se les advirtió del daño colateral. En acciones de combate, nadie responde, ni siquiera de informar.

¿Para qué protestar? ¿Para qué pedir el retorno del ejército al cuartel? ¿Para qué demandar que el gobernante cumpla con su deber de proteger la seguridad de las personas y mantener la paz? ¿Para qué defender los derechos humanos? ¿Para qué exigir que la ley, que debiera ser igual para todos los mexicanos, se aplique a los responsables de los homicidios?

 

Todo eso es innecesario porque, si elegimos bien, si no nos  equivocamos, si no criticamos ni llamamos a cuentas, si apoyamos sin protestar; sólo a los malos van a matar. A nosotros no nos va a pasar.

 

Los que siguen ciclados en la negación y aplauden la mano dura, los convencidos de la militarización que apoyan el mátenlos en caliente, confiados en que nunca se van a equivocar y en que nada les va a pasar, creen que, si esa estrategia llegara a fallar, les queda una última opción: cambiar de país. Muchos de los que pueden, lo hicieron ya.

 

Por eso admiten sin chistar la cruel mentira del inevitable daño colateral.

 

claudiotapia@prodigy.net.mx

 

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