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30 de agosto de 2010
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ANÁLISIS A FONDO
El concepto de Estado
Francisco Gómez Maza

La supremacía del pueblo y la existencia del Estado, incompatibles
FCH, convencido de que el gobierno es la autoridad, no el servidor

Dr. Jesús Gilberto Gómez Maza, in memoriam

mEl tiempo se nos está diluyendo entre las manos. Nos movemos vertiginosamente, contradictoriamente en la inmovilidad. Las “autoridades” se ven desencajadas, confundidas, sin brújula, perdidas en un desierto sembrado de cadáveres. Y persisten en su contumacia; porfían en sus “convicciones” de que, en este país presuntamente democrático, sólo sus chicharrones truenan.

Un ejemplo de ello fue el Diálogo o los diálogos por la Seguridad. Muchos ciudadanos hablaron; dijeron en voz alta su verdad: que la estrategia de gobierno no va por el buen camino. Que por aferrarse a un proyecto suicida, se abandonó la propuesta electoral de sacar del desempleo a los millones de mexicanos parados; a los millones de mexicanos que tienen que refugiarse en la economía informal; a los millones de jóvenes que cada año se suman a una fuerza de trabajo (sucedáneamente llamada Población Económicamente Activa) y que no encuentran empleo, o que si lo encuentran está mal pagado, sin contrato laboral, sin prestaciones de seguro social, vacaciones; sin tener la oportunidad de hacer carrera, de juntar años para una jubilación digna. Ésta es la bronca de las broncas. El desempleo, la subocupación, el empleo mal remunerado. Y la pobreza  y la ausencia de oportunidades de que los ciudadanos accedan a mejores niveles de vida, a una mejor calidad de vida.

El narcotráfico y el crimen organizado son síntomas de una sociedad podrida, carente de sentido, amancebada con los “gobernantes” y sojuzgada, sumisa, como aquella tradicional mujer mexicana, que espero ya no exista más, que no se atreve a reclamar sus derechos y, en más, que defiende al marido que la golpea, simplemente “porque es mi marido”. De ahí que los “gobernantes” de todos los departamentos de la llamada administración pública del llamado poder ejecutivo y de los otros “poderes”, el legislativo y el judicial, sientan que ellos son los mandantes y no los mandatarios. Ellos son los representantes de esa fantasía que llaman Estado, avalada por la infantiloide Teoría del Estado, justificada por la ilusionista Ciencia Política.

Y es que los hombres y mujeres del gobierno se presentan como representantes de esa entidad difusa, inexistente, que no puede convivir, ni de chiste, con la supremacía del pueblo, que es lo que llaman Estado, un ente, un fantasma inexistente, misterioso e invisible. Los “gobernantes” se aferran a la idea del Estado y emplean la palabra, que antes significaba el dominio del monarca, sobre los habitantes, e inventan un ente impersonal, irresponsable y todo poderoso, apropiándose engañosamente del término porque las palabras son poder y aquel que se adueña de la palabra se adueña de su significado, si Hobbes no se equivoca.

De esta manera, la palabra Estado, que en el mejor de los casos únicamente puede tener un significado real como “sociedad organizada”, encarna en miles de empleados que utilizan la máscara del Estado omnipotente para someter a la sociedad. Así, la supremacía del pueblo y la existencia del Estado resultan contradictorias. Se apropian pues del misterioso y fantasioso Estado y no preguntan al pueblo. Las “autoridades” no son autoridades. Son empleados del pueblo, que les paga sus salarios (y pingües salarios, más prestaciones, más bonos, más cajas chicas, más…) que nunca consultan a sus amos, a sus patrones, los ciudadanos. Mandan como reyes, como señores feudales, como si fueran los representantes de dios en la tierra, porque para ellos el Estado es el dios vivo bajado del reino del espíritu y jamás podrán darse cuenta de que son empleados que tienen que consultar al pueblo.

Sí, organizan foros, diálogos, encuentros con lo que ellos llaman la sociedad civil (sociedad civil sojuzgada, dominada, manipulada), pero al final de cuentas ni la ven ni la oyen y hacen lo que sus emociones les dictan, lo que a sus intereses conviene, como eso de que los comercios ya no empaquen las mercancías que los consumidores les compran, o eso más grave de que los soldados no saldrán de las calles, cuando las mayorías están descontentas con que hayan quitado las bolsas de empaque, o con la presencia amenazadora de los soldados en frente de su propia casa.

La bronca no es menor. Los “gobernantes”, las “autoridades” están convencidas, y nadie los va a convencer de lo contrario, de que el Estado es Dios en la tierra, como lo afirma Hegel, y como lo afirma Hegel es la verdad absoluta. Para Hegel, el Estado es la razón de ser, el principio y el fin de la vida política. El Estado es el espíritu absoluto. Está por encima de las leyes morales, de lo bueno y de lo malo. “El Estado es el mismo espíritu absoluto y verdadero, que no reconoce ninguna regla abstracta de lo bueno y lo malo, de lo vergonzoso y lo mezquino, de la astucia y el engaño… Las naciones pueden haber vivido una larga vida antes de llegar al Estado, pero esos acontecimientos quedan fuera de la historia… Es el Estado el primero que produce la historia en el progreso mismo de su propio ser. El Estado no sólo representa, sino que es la encarnación del “espíritu del mundo”. Y el Estado son ellos; los que deberían ser los empleados, los que son los empleados. Para ellos, sin embargo, la marcha de Dios por el mundo es lo que constituye el Estado. Y quién contra Dios. Los ciudadanos viven sometidos. Y por tanto hay que hacerle la guerra a un ente también misterioso, fantasioso, escurridizo, poderosísimo, como el crimen organizado y las bandas de narcotraficantes, a quienes hay que atacarlos de raíz y no sólo podarles las ramas.

Pero a muchos les gusta ser sumisos. No confían en sí mismos y tienen que aceptar lo que ordenan sus empleados. Así que nadie se queje. El orden está establecido por las leyes divinas. Felipe Calderón Hinojosa es el verbo hecho carne. Es el ángel que Dios-Estado ha enviado para salvarnos de la subversión, del resentimiento, de las ganas de rebelarnos antes lo que nosotros, los ciudadanos, creemos que es injusto, pero para los empleados es la justicia misma. Como eso de los “daños colaterales”. Como la masacre de los 72 indocumentados, tan condenable, tan de “bestias”, como lo dijo el propio Calderón Hinojosa, pero tan inevitable porque el “Estado”, incompatible con la verdadera democracia, es él, y no se mueve la hoja de un árbol sin su divina voluntad. Y de qué nos quejamos.

Los ciudadanos somos asquerosamente permisivos, y más los partidos políticos y las organizaciones llamadas de izquierda, mientras que las organizaciones sociales andan desbalagadas, aterrorizadas porque no pueden contra dios; no pueden contra el Estado. Es más, lo aman porque le tienen pavor. Le tienen miedo a dios de que los mande al infierno, si no obedecen, si no aceptan, lo que la palabra divina –El Estado– dice que tienen que pensar, que tienen que hacer.

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