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LA ÚLTIMA FUMADA
Guillermo Berrones
culturalogo

Toda separación es dolorosa y el quiebre emocional vierte diálogos mentales al hervidero de sentimientos que se encuentran, chocan y desaparecen en una locura envolvente. Sergio tuvo que separarse de su mujer y ahora las supuestas razones son tan irracionales e incomprensibles para quienes nos enteramos de su decisión. Nunca bebió, y quizá un par de cervezas o un trago de tequila hubiesen servido de paliativo a su conflicto. Sin su brazo izquierdo, fue un destacado defensor de los principios conservadores de un partido político, que lo llevó a ocupar una regiduría en el municipio donde nació y creció. A quince días de su nombramiento, aquella mañana tomó su auto y se encaminó al centro de la ciudad consternado por el abandono de su mujer y por la melancolía que le causaba el recuerdo de su pequeña y única hija.
Estacionó el coche, llamó a su padre para pedirle que más tarde pasara a recoger su auto donde lo había estacionado y caminó. El sol alumbraba su destino alargando su sombra como quien camina soberbio en el patíbulo. Tomó el ascensor de un edificio gris y marcó el número del último piso. Se encendió un círculo rojo sobre el cinco metálico y empezó a subir. A Sergio le pareció que levitaba entre nubes. Destino: el cielo, pensó. A esa hora de la mañana la ciudad apenas comienza su rutina. Se detuvo el ascensor y las puertas se abrieron. Frente a Sergio se extendía el cielo azul de enero, escaso de nubes y con el esplendor de unas montañas armónicamente distribuidas en el horizonte urbano. Encendió un cigarrillo con la maestría de un manco desinhibido y aspiró contemplativo tratando de atrapar, en una mirada, el recuerdo imborrable del viajero que pronto partirá.
Pausada, pero decididamente, caminó entre los escasos coches aparcados en el último piso de aquel estacionamiento público de la calle Washington y se detuvo para dar la última fumada. Un lavacoches que estaba en la acera vio a Sergio sin mayor curiosidad y siguió preparando sus herramientas para iniciar la jornada de su trabajo callejero. Después escuchó el golpe seco de un cuerpo impactado en el pavimento, el mismo que acababa de ver en el último piso del estacionamiento.

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