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RETROVIRALES RULES
Gerson Gómez


culturalogoLa mayoría del tiempo tengo muy mal humor. No me agrada en absoluto dejarme pisar por la vida. Ya hay demasiada locura corriendo por mis venas. No logro controlarla. Me besa como al sapo, al príncipe desahuciado, me jacto de ser él, sus hijos, soy su juguete favorito: una cruel casualidad para quienes se topan de frente.
Lo vivido deshace, partiendo mi alma, mi cuerpo, mis ojos y las manos. Muchas veces he buscado un puente peatonal dónde estrellar mi carro. Lo logré una vez, pero en la total estupidez, como todo mal borracho, o como todo buen conductor, olvidé quitarme el cinturón de seguridad.
Sólo una cortada en la nariz, cuando mi cabeza se estrelló con el espejo retrovisor.
La sensación de tener de frente a la muerte no produce escalofríos. Una muy sincera paz se apodera del cuerpo. Hace flotar todo. Eres sólo un instrumento de la destrucción. El tiempo es más desquiciante, más nefasto y más doloroso. No acepto verme en cama, tendido, necesitando usar pañales, o a alguien metiéndome a bañar.
Ya es costumbre, según la fobia favorita del momento, el visitar a los doctores. No tengo miedo al VIH. Tantas veces exprimieron mis venas buscando los anticuerpos y siempre he salido negativo.
Quizá sea una deuda con los portadores, la duda al pensar en una muerte tan lenta y desagradable. Decidido al recibir el más reciente de los resultados, como deuda de gratitud, después de caminar por los barrios más infames de la ciudad, pedí tener la oportunidad de asistir a un grupo de autoayuda para quienes están infectados por el bicho.
Llegué un poco tarde a la reunión. Caminé por entre las vías del tren sudando copiosamente. En el trayecto veo de frente a un compañero de la Universidad.
Vas tarde, dice. Me dolió verlo ahí. Toda la carrera sospeché de su homosexualidad. ¿Quién en su juicio sano se declara fan de Paulina Rubio? Él tenía todo un altar en su casa de la cantante.
Llegó a la reunión con un pastel para celebrar el cumpleaños de una compañera infectada. Yo miraba para todos lados, esas caras, sabiendo la condena y el pesar sobre sus hombros.
Ahí no hay misterios. Ocupan un espacio tan breve en esta ciudad, una sucursal del purgatorio. Son muertos caminando.
Odio decirlo, soy parte de ellos, de las puertas cerradas, de las malas copas, de los ojos hundidos, de la lipodistrofia, de las diarreas, de la neumonía.
Bienvenidos, les dije, soy VIH negativo.
Mi sangre sigue limpia.
Para ellos los retrovirales provocan mareos y asco. Envenenan su organismo. Son obsesivos, aferrados.
Salí después de comer con ellos pastel de tres leches y fresa. Uno de ellos, arquitecto de profesión, se ofreció a llevarme al centro. Me contó su historia en el trayecto. Su pareja, con quien convivió algunos años, le infecto. Una semana antes, su príncipe falleció.
Tatuado en su cuello tiene un código de barras. Intercambiamos datos y prometimos seguir en contacto.
Le envié un correo y se devolvió diciendo: el usuario no existe.

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