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bar1Comisión de Resistencia Civil Pacífica en Nuevo León (Esteban Bárcenas Alcalá y María Elena Padilla Soto)

Votar o anular

 

Hemos sobradamente discutido y reflexionado sobre el tema del voto. Coincidimos en las razones para el desencanto y para la desconfianza. Ciertamente no creemos que el sistema sea o busque ser democrático; que no están dispuestos a compartir el poder más que entre ellos mismos es evidente. Pero la cuestión es ¿logramos algo manteniéndonos al margen de los procesos electorales? ¿pureza, tal vez? ¿Cómo diferenciaremos el abstencionismo de quienes les importa un comino la suerte del país del de quienes siendo conscientes del mal estado de cosas optan por no validar un proceso viciado de origen? Al no votar o al anular ¿no estamos dando carta blanca al sistema para que siga haciendo lo que quiera? ¿No hemos dicho tantas veces que quien se mantiene en silencio en realidad mantiene y por lo tanto valida el régimen? Y si como se sostiene, el voto conscientemente anulado es un grito de repudio, ¿será unívocamente escuchado, por quién?

Las elecciones son procesos en donde el fin ha justificado los medios, por lo que los protagonistas –en su inmensa mayoría- han estado dispuestos a ceder sus principios (si es que los tienen) a cambio de acciones turbias pero redituables en número de sufragios. El distanciamiento entre funcionarios “electos” y los ciudadanos es evidente; aquéllos –supuestos representantes de éstos- realmente se representan sólo a sí mismos, a su grupo, fracción y partido.

Entonces, ¿qué hacer cuando no hay candidatos ni partidos que satisfagan los intereses o necesidades de la ciudadanía? ¿Hay que votar por el menos malo, con tal de que no gane el peor? ¿Hay que votar a conciencia y según los ideales del candidato que se identifiquen con los propios, aunque eso signifique en la práctica un voto desperdiciado por no tener probabilidades de triunfo? ¿Hay que votar anulando de qué forma nuestro voto? ¿Hay que acudir a la casilla y dejar la boleta en blanco? ¿Hay que abstenerse de participar en un proceso en el que no se tiene confianza?

Si hay quienes tienen la certeza de que existen candidatos probos y con una historia de honestidad y lucha a los que habrá que apoyar y darles el voto aún cuando las probabilidades de triunfo sean nulas, pues adelante. El problema es cuando el candidato es alguien en quien se confía, pero que es postulado por un partido al que no nos interesa que vea incrementada su votación, o por el contrario, si el partido “de izquierda” que solemos elegir postula a un candidato que no corresponde con nuestras convicciones, sino que ha asumido posturas ajenas y hasta opuestas a nuestros principios. Como en ambos casos habrá que admitir que no se tiene posibilidades de ganar (el estado de Nuevo León es decididamente PRIANISTA) ¿tendremos que decidir entre fortalecer a un partido con el que no comulgamos o fortalecer a un individuo que, no sería la primera vez, lograra así posicionarse políticamente para después conseguir un cargo en alguna administración?

Aún más, una mayoría de la población votará por personas desconocidas y no sólo porque los candidatos representen una incógnita para los ciudadanos; por ejemplo, ¿alguien conoce a Humberto González Cesma, candidato del PRD a la alcaldía de Monterrey?. Pues resulta que los votos recibidos por él irán a dar, si son suficientes, a quien será primer regidor por el partido, que muy pocos sabrán de quién se trata. O bien, al cruzar la boleta por determinados candidatos a diputados federales, cuando no ganen, los votos se canalizarán a los primeros lugares en la lista de plurinominales, y también es muy probable que la ciudadanía no tenga el dato de quiénes son y si supiera, no ejercería el voto a su favor.

Ante situaciones como ésta, la idea de votar anulando consciente y activamente el voto es totalmente válida. Pero vamos más allá: si confiamos y elegimos por quién votar o bien si anulamos, la pregunta es: ¿tenemos confianza en los árbitros?, esto es, en los institutos y tribunales electorales. Eso también cuenta a la hora de decidir en torno al tema.

En conclusión, no hay verdades absolutas, pero en nuestra opinión, los candidatos, los partidos, el sistema electoral todo, juega en contra de la democracia. Y ahora, más que nunca, la decisión debe ser producto de serias y profundas discusiones y reflexiones en torno a lo que verdaderamente será lo más adecuado para encaminar por rumbos de justicia y democracia a nuestro país. Y asumir la responsabilidad que nos corresponde por la decisión tomada.

Coincidimos hoy, con la iniciativa de anular el voto el próximo 5 de julio, como una manifestación de protesta ante el negativo y errático comportamiento tanto de los partidos políticos (en su actividad electoral o en la gubernamental), como de los árbitros (el Instituto Federal Electoral y el Comité Estatal Electoral) y los Tribunales estatales y federales en la materia.

Sin embargo estamos conscientes que con ésta sola protesta no basta para lograr algún cambio positivo para el país. Se requiere clarificar muy bien lo que queremos a fin de estructurar todo un conjunto de iniciativas de reforma jurídica, política y administrativa de todo el Sistema Electoral de México. Y sobre todo se requiere tener esa claridad, para lograr articular y vincular una gran fuerza social que apoye dicho cambio, pues sin ese apoyo, la trasformación es una ilusión.

 

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