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982 30 Enero 2012

Soñar con nuestra policía civil
Hugo L. del Río

M
onterrey.-
En todo México, pero por lo pronto en Nuevo León, necesitamos una policía dependiente de la SeGob, con mando único: un civil elegido por la sociedad como comisionado, con plena autonomía: independiente del gobernador y los alcaldes.

Y es que la guerra, como dijo Clemenceau, es una cosa demasiado seria para dejarla en manos de los militares. Este redactor agregaría a los políticos y los empresarios.

Unamuno plantea lo mismo con otras palabras: “La supremacía del poder civil debe ser absoluta, completa y soberana”. Churchill deja descansar el puro sobre el cenicero y recuerda que los ministros civiles impusieron a los mandos militares, a la brava, no sólo la estrategia, sino incluso las armas que dieron el triunfo a los aliados en 1918.

Hoy  vivimos una situación inédita: en los tres escalones de la administración pública nos gobiernan hombres muy mediocres y por lo menos uno, Larrazabal, harto corrupto.

La debilidad del presidente, el gobernador y el alcalde crea un vacío de poder que personas ambiciosas se apresuran a llenar. De Calderón sólo apuntaré lo que acaba de decir el cardenal Norberto Rivera: “Tantas cosas importantes quedan a la deriva por falta de autoridad… Nadie quiere tomar decisiones porque si se toman se tiene el temor de no ser obedecido”. Por primera vez en mi vida estoy de acuerdo con el purpurado.

Lo que dice es bien claro: los civiles perdieron o están perdiendo la autoridad que les confirió la Constitución. Es uno de los resultados de la guerra contra el narco: nos están derrotando y la sociedad culpa al Estado del fracaso.

Al tiempo, militares dominados por apetitos políticos hacen el paseíllo en plan de héroes. No lo son: quienes merecen el título de honor, porque lo compran con su sangre, son los soldados y marinos rasos, suboficiales, oficiales subalternos.

El proceso de descomposición es muy peligroso. En primer lugar, urge que la tropa regrese a sus bases. Pero ya.

Suspenda el Estado a los gendarmes estatales o de los municipios y disponga que los sustituyan 30, 40 o 50 mil troperos previa renuncia a sus corporaciones. Los que sean: más dinero se gasta en pendejadas.

Propongo que comités de ciudadanos analicen el historial de los guardias en suspenso y dicten fallo sobre inocencia o culpabilidad. Se pueden formar 500 grupos con cinco personas libres de cada sospecha en cada núcleo.

Los antiguos fusileros, ahora agentes civiles, y los polis sanos deberán quedar bajo un mando único. Los que ensuciaron el uniforme, a prisión.

Ya basta de contemplaciones.

Hoy en día el gobernador y los ediles usan a su personal de azul y placa para jugar a los soldaditos (¿no es cierto, Chefo Salgado?) o los emplean como jardineros, choferes y mandaderos.

Y algunos presidentes municipales les confieren peores funciones.

Sugiero un mando único de la fuerza estatal en manos de un civil: un hombre como Lula o Baltasar Garzón; una mujer como Dilma Rousseff o la doctora Michelet, ex presidente de Chile. Somos cuatro millones de nuevoleoneses: ¿no tendremos gente como la que sugiero?

El comisionado tendría como segundo de a bordo a un militar, quien se limitaría a cumplir las órdenes de su jefe civil.

Calderón tuvo cuatro años y Medina dos, para crear una agencia civil de seguridad.

No lo han hecho.

El joven Rodrigo parece haber avanzado un poco, pero apenas habrá dado un par de pasos en un camino de diez mil kilómetros.

La élite que maneja al narco, las conspiraciones internacionales y domésticas y nuestra anemia social, cívica y cultural se combinan para crear la más grave amenaza que ha sufrido México desde la intervención francesa.

Se nos acaba el tiempo.

Vuelvo a Unamuno: “Se habla de lo más triste, de lo más funesto, de lo más degradante para la Patria. De pretorianismo”.

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Pido perdón por lo imperdonable: “El caballero de la mano en el pecho” es un cuadro y “El entierro del conde de Orgaz” es otro. Con pena reconozco mi error: metí las cuatro.

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