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989 8 Febrero 2012

FRONTERA CRÓNICA
En el metro
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Un muchacho de entre dieciséis y dieciocho años viaja en la línea 3 del metro del Distrito Federal. Mira con curiosidad a las personas que lo rodean. De repente se acerca a una muchacha y ella se mueve de lugar para evadirlo, así que se queda con palabras en la boca. Tarda un poco para decidirse a preguntarle a un hombre.

─ ¿Falta mucho para 18 de Marzo?
─ Sí, falta mucho.
─ ¿Como cuánto?
─ Me tengo que bajar.

El hombre desciende en Coyoacán y el muchacho le dice adiós con la mano aunque lo tiene casi enfrente. Apenas sube una pareja pregunta:

─ ¿Falta mucho para 18 de Marzo?
─ ¡Uy, imagínate, estamos a 3 de febrero! ─la mujer que le ha contestado esboza una sonrisa burlona.

El muchacho se le queda viendo sin entender a qué se refiere. Se queda callado hasta que el metro se detiene en Zapata y, después de que la gente entra o sale, se atreve a hablar de nuevo:

─ Mañana es sábado.

Ahora es la mujer la que se queda en el desconcierto y callada. Acaba de darse cuenta de que el muchacho tiene alguna discapacidad y voltea a ver a su acompañante, que le hace un gesto para que se desentienda del muchacho.

─ ¿Usted en dónde se subió? ─le pregunta a otra mujer.
─ En Miguel Ángel de Quevedo.
─ ¿Falta mucho para 18 de Marzo?
─ Sí, ¿vas hasta allá?
─ No, nomás quiero saber si está muy lejos.

Vuelve a quedarse callado y se entretiene leyendo los nombres de las estaciones. Cuando el metro llega a Etiopía/Plaza de la Transparencia dice:

─ Tiene dos palabras como… ─de un tarjetero de metal, saca una libretita y busca en un mapa del metro─ Viveros/Derechos Humanos.

Voltea hacia arriba satisfecho de su hallazgo. Después, mira su propio reflejo en el tarjetero de metal, se acomoda el cabello, guarda la libretita y, cuando el metro se detiene en Centro Médico, baja.

Apenas lo hace, un invidente se acerca cantando: “Señor, me has mirado a los ojos”. Y uno no sabe si el canto es un reclamo al Dios que lo ha cegado o la aceptación resignada de la ceguera (como si ver los ojos de Dios tuviera que pagarse con la invidencia) o un agradecimiento porque un Dios basilisco le perdonó la vida y sólo le privó de la vista.

Pero esa ya es otra de las historias perdidas en el metro del Distrito Federal.

 

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