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997 20 Febrero 2012

Carnaval en una sociedad abierta
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Leo la negativa de Alejandro Higuera, alcalde de Mazatlán, sobre la solicitud que ha hecho un segmento de la comunidad lésbico gay para participar durante el Carnaval y promover el sexo responsable mediante la distribución de condones; y me sorprende como a muchos, el argumento dado para que estos ciudadanos no participen en la llamada “fiesta de los mazatlecos”. La primera impresión que asalta al sentido común es cómo una representación municipal venida de los votos, es decir, de la decisión de las mayorías del municipio, no actúa para todos, sino para unas creencias morales que en una sociedad diversa necesariamente es segmentaria.

La diferencia de fondo, si es que existe con la comunidad lésbico gay, podría ser reducida a la ley simple y llana, no a los prejuicios de un gobernante que sigue viendo a la sociedad en forma paternalista que recuerda aquella película de Arturo Ripstein (El Castillo de la Pureza), donde el padre de una familia normal, no quiere que la suya tenga contacto con el mundo exterior, por impuro y decadente. Podría ser natural, incluso explicable, en una familia ultraconservadora, pero no puede ser en el gobierno de una sociedad diversa y acostumbrada a convivir con los otros, los diferentes, y próxima a cumplir 500 años oficialmente.

Y es que negarse a autorizar la participación de ese colectivo bajo el argumento de que si se distribuyen condones entre los asistentes al festejo podría provocar que las niñas y los niños asistentes se equivoquen y los confundan con globos, es una barbaridad del tamaño del mundo, y abochorna como gobierno y destino turístico.

Gobernantes
Me pregunto, hasta dónde el ser alcalde o gobernador, como fue el caso de Jalisco, que también cuece habas, puede traducir los prejuicios personales en actos de gobierno. Si esto ocurre es porque no están funcionando los necesarios contrapesos económicos, sociales, políticos, mediáticos y culturales de manera que el alcalde anda por la libre.

Eso lleva a las siguientes preguntas: ¿qué lugar ocupan los derechos individuales, o dónde se encuentran los miembros de sociedad civil y política que profesa teóricamente valores menos conservadores?; hasta ahora el ciudadano medio no ha escuchado estas voces y eso podría significar que en estos asuntos, lo que es muy lamentable, todos comparten la misma animadversión contra las minorías sexuales, y dicho de paso en los carnavales (la llamada fiesta de la carne) estos colectivos son un actor muy activo aquí o en Brasil; Nuevo Orleans o Venecia; incluso, como lo hemos visto en repetidas ocasiones, algunos miembros de esa comunidad han alcanzado el galardón del rey de la alegría. Es decir, se le corona y reconoce con votos, fanfarrias y vítores. Cierto, no por homosexual, o quizá sí en esta u otra ocasión.

Entonces, las preguntas se disparan: ¿cómo podemos crecer en tolerancia si desde el poder promovemos la exclusión social y los prejuicios se transforman en actos de gobierno? Acaso, ¿no sería más saludable para estos tiempos difíciles para quienes viven de la actividad turística contribuir fomentando la convivencia en la diversidad cualquiera que esta sea?; es decir, reconocer que esa parte del tejido social y sus miembros se encuentran en todos los ámbitos contribuyendo como cualquier otro ciudadano. No por el comportamiento disoluto de algunos de ellos, se pueda culpar a todos los que componen esa comunidad. Es como decir, que si hay narcotraficantes en una sociedad, todos deben ser calificados de narcos. Ya tenemos bastante con este y otros clichés que dividen el tejido social entre buenos y malos, cuando debiéramos estar hablando de una sociedad abierta, que sin distingos contribuye a enriquecerla, lejos de posturas morales y exclusiones.

Incongruencias
Entonces, así como en una elección un voto vale independientemente de la preferencia sexual del que lo emite y en los partidos existen de todas las posibles combinaciones, heterosexuales, homosexuales, lesbianas, etcétera, entonces por qué en este espacio de la vida pública las cosas se manejan de distinta manera distinguiendo con base a lo que divide, separa. No a lo que suma. Que en sociedad también cuenta.

En efecto, cuando el alcalde de Mazatlán, decide en un acto de autoridad, que la comunidad lésbico gay no tiene derecho a participar organizada, colectiva y abiertamente en la principal fiesta del puerto, se arroga un derecho que va en contra de los valores de la sociedad abierta y tolerante a la que todos aspiramos. O, ¿acaso ese acto de autoridad no va en perjuicio de los derechos de un segmento de la sociedad? Claro que sí.

Sociedad abierta, sociedad cerrada
Quién no recuerda la expresión desafortunada de Emilio González, gobernador de Jalisco, cuando afirmó que no tenía nada contra los homosexuales, sólo que le producían “asquito”; entonces aquí estamos peor, porque allá se tolera y en nuestro puerto, donde ha habido y hay homosexuales y lesbianas memorables, tienen algo contra su expresión colectiva en esta fiesta pagana. De otra manera, no se explica su exclusión en una festividad tan propia de comportamientos disolutos que aquí no alcanza los niveles de sociedades más tolerantes con sus excesos del alcohol y carne. Aquí no pasa de que en Carnaval y en plena borrachera se besen dos compadres y al día siguiente alguno de ellos afirme con cierto desparpajo “lo que pasa en Carnaval se queda en Olas Altas”. ¿Verdad, amigos de la Fonda del Chalío y Restaurant El Faro?

Broma aparte, una sociedad abierta a todas las manifestaciones colectivas, debiera ser un valor esencial en ciudades como la nuestra, donde un gran sector vive de la venta de servicios turísticos; así ocurre en muchas partes del mundo, donde los comportamientos poco convencionales que podrían ir en contra ley, son sometidos dentro de lo posible a ésta. No pasa nada, que no se sepa. Incluso esos niños y niñas que protege el alcalde de alguna forma lo saben o intuyen todo. En cambio, una sociedad cerrada es el peor lugar para hacer turismo.

Vivir el Carnaval. Más aún, en estos tiempos en que el destino Sinaloa pasa por una mala racha económica y está boletinado por la violencia cotidiana y se llama a los viajeros estadounidenses a ser prudentes  si tienen que venir a esta región del país.

Sinaloa necesita ofrecerse como sociedad abierta y tolerante con todas las expresiones. Como ese Mazatlán que todos queremos por sus esencias cosmopolitas y como un lugar que siempre fue de encuentro entre los diferentes. Que haga honor a siglos de convivencia con los otros y su expresión en nuestro mestizaje no sólo racial, sino cultural. Mazatlán recordemos está considerado el espacio más tolerante de todo el noroeste y eso es un valor que hay que presumir, fomentar y extenderlo hacia otros rincones de esta región.  

La comunidad lésbico homosexual es parte significativa de la sociedad mazatleca y cotidianamente hace una gran contribución a la vida económica y cultural, que no nos pase lo que ocurrió cuando se rechazó a los cruceros gays por considerarlos non gratos y perniciosos a la moral púbica, o los springbreakers a quienes se les corrió por iguales razones y nunca más volvieron al puerto como colectivos y quizá ni de adultos, gracias a expresiones moralistas, de manera que así como el crimen organizado con su violencia corre turistas; igualmente los políticos con sus manifestaciones paternalistas afectan seriamente estos destinos que hoy están para que les echen una mano.

A un gobierno del color que sea no le corresponde casarse con esa falsa conciencia que encontramos en algunos ambientes clericales o sociales, sino pulsar el ánimo de los gobernados y aplicar a la ley pero como debe ser siempre en tiempos de relajamiento, magnánima, y sin distinguir entre unos y otros por ningún tipo de preferencia ni religiosa o sexual.

Menos ahora que son tiempos de Carnaval, para desestresarse, luego de un año de malas noticias.

¡Vengan las reinas, los papaquis, las fanfarrias, las comparsas, incluidas las que no quiere nuestro alcalde!

 

 

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