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997 20 Febrero 2012

Intelectuales orgánicos
Ismael Vidales Delgado

Monterrey.- No es fácil abordar este tema, existe el riesgo de no aportar ideas sólidas, se pueden cometer serios desacatos a la ciencia, igual se puede desacreditar a grandes personajes o quema de incienso a otros con los que hemos desarrollado cierta empatía.

Debiéramos comenzar por definir qué o quién es un intelectual. Para algunos un intelectual es una persona con barba recortada en forma de candado, con anteojos como los de Fernando Savater o los de John Lennon y vestimenta aparentemente despreocupada, pero si se la observa bien, la camisa, el saco y la corbata son de marca altamente costosa.

Otros creen que el intelectual es una persona que habla en términos difíciles de entender y cita como si fueran sus amigos a Heidegger, Kierkegaard, Habermas; o habla de semiótica y del pensamiento complejo como si en verdad supiera de qué está hablando.

Los más, asumen que un intelectual es un comentarista de prensa o televisión que siempre encuentra transgresiones a la moral donde los políticos sólo ven “una buena negociación, o un punto de acuerdo”.

El intelectual, dice el diccionario, es la persona que se dedica al estudio y la reflexión crítica de la realidad, y comunica sus ideas con la pretensión de influir en ella, alcanzando un estatus de autoridad ante la opinión pública.

El término “intelectual” fue acuñado en Francia como un calificativo peyorativo por Maurice Barrès  y Ferdinand Brunetière para designar a los personajes de la ciencia, el arte y la cultura, como Émile Zola, Octave Mirbeau o Anatole France, porque apoyaban la liberación del capitán judío Alfred Dreyfus acusado injustamente de traición. Posteriormente, el término se ha venido utilizando con connotaciones positivas, para designar a las personas que gozan de prestigio, gracias a su inteligencia superior.

Pudiéramos no estar de acuerdo totalmente con ninguna definición, pero lo que sí queda claro, es que los “intelectuales” juegan un papel muy importante en la sociedad, ya que son al mismo tiempo desarrolladores, innovadores, censores, contralores, y de alguna manera “la conciencia ciudadana” frente a quienes detentan la hegemonía y que eventual o permanentemente se empeñan en orientar la vida social de acuerdo con sus particulares intereses.

Antonio Gramsci, el creador del concepto “intelectuales orgánicos”,  nos dice que hay momentos en los que las clases dominantes pierden el control hegemónico; estas crisis son el resultado de sus actos inapropiados a través del Estado o por el aumento del activismo o militancia política de las masas anteriormente pasivas; en cualquier caso, se presenta una crisis de autoridad que Gramsci denomina “crisis de hegemonía”, la cual se acentúa por la presencia de los “intelectuales orgánicos”. Gramsci habla de dos tipos de intelectuales, los profesionales tradicionales y los orgánicos.

La mayor parte de los intelectuales son “orgánicos a la clase dominante”, tienen origen en esa clase y ayudan en la dirección de las ideas y aspiraciones de estos grupos hegemónicos a los cuales pertenecen o de los cuales reciben patrocinio y financiamiento. Las clases dominantes ─dice Gramsci─ penetran en las clases subordinadas para obtener otros intelectuales que den la homogeneidad y legitimidad al grupo dominante, para crear una ideología que trascienda a las clases. Esos intelectuales captados de la clase trabajadora cesan de ser orgánicamente ligados a su clase de origen y se transforman en agentes de la burguesía.

Gramsci dice que el papel de la educación burguesa es el de desarrollar precisamente intelectuales “orgánicos” de su misma clase e infiltrarlos en las clases populares para obtener un contingente adicional de intelectuales que den homogeneidad y autoconciencia al grupo dominante. Afirmaba que las escuelas públicas eran importantes en tanto lograran deslindarse de las clases hegemónicas y fueran capaces de generar el desarrollo de una contra-hegemonía.

Gramsci proponía que los intelectuales en todas las sociedades, ya sean orgánicos o no a la clase dominante, debieran ser analizados no a partir de una condición per se, sino más bien a través de la función social que desempeñan, según su situación de clase. En este sentido, afirmaba Gramsci “todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”.

Los “intelectuales orgánicos”, decía Gramsci, son los empleados del grupo dominante para mantener la hegemonía social y el gobierno político, asegurando de esta manera la legitimidad del aparato de coerción estatal.

Ciertamente, estas ideas de Antonio Gramsci, una vez liquidados el comunismo y el socialismo, son el sustento de una nostalgia, que sin embargo dio importantes frutos visibles en el enorme prestigio de la intelectualidad de las izquierdas en los países occidentales, especialmente en las versiones heterodoxas del marxismo, como la escuela de Frankfurt, la Escuela de Annales o la de Past and Present, y como sabemos, llegó a su punto culminante durante la revolución social de 1968, concluyendo con la caída del muro de Berlín el jueves 9 de noviembre de 1989.

Muchas de las democracias emergentes y de las grandes reformas educativas, son de alguna manera testimonio de los sueños e ilusiones de las teorías que tuvieron expresión en la teología de la liberación, la antipsiquiatría y las propuestas educativas de Piaget, Freire, Spock, Neill, el Summerhill, El libro rojo de la escuela, entre otros.

ividales@att.net.mx

 

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