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1002 27 Febrero 2012

Pensar otro modelo penitenciario
José Luis Elizondo T.

Monterrey.- Los lamentables hechos ocurridos en el CERESO de Apodaca el pasado 19 de febrero, en los que fueron ultimados 44 internos, mientras que otros 30 más se dieron a la fuga, ubica nuevamente en el centro del debate nacional la vulnerabilidad del actual sistema carcelario y la necesidad de trabajar en la construcción de un nuevo modelo penitenciario para México.

Los Centros de Readaptación Social, a diferencia de las cárceles estadounidenses, son en teoría, lugares en los que los internos, además de pagar su deuda con la sociedad, se transforman en ciudadanos de bien a través del trabajo, la disciplina y la educación.

En defensa de esta teoría, se dice que los seres humanos, independientemente de la gravedad de los delitos cometidos,  pueden ser readaptados y reinsertados a la sociedad, porque todos tenemos la capacidad de moldear y mejorar la conducta y el comportamiento.

Lamentablemente las cárceles del país, además de estar sobresaturadas de delincuentes de alta peligrosidad, quienes de alguna manera han logrado corromper el orden establecido para ejercer el control de dichos centros de reclusión, viven una crisis institucional y requieren de una reformulación urgente.

El caso de Apodaca es el más reciente, pero no olvidamos aún la “peliculesca” fuga el Chapo Guzmán del penal de Puente Grande, el de más alta seguridad en el país, en el 2001; o la fuga de 151 internos de la penitenciaría de Nuevo Laredo, o el operativo desarrollado en la cárcel de Cieneguilla, en Zacatecas, para rescatar  53 capos de los zetas, en vehículos de la PGR clonados.

En los últimos cinco años, declaró el senador Ricardo Monreal Ávila, se han presentado 887 incidentes penales en el país; 740 internos han sido ejecutados por bandas rivales y 772 reos se han fugado.

Estos datos reflejan la ineficiencia del sistema penitenciario mexicano y demuestran que es urgente que los expertos en la materia analicen la situación que prevalece y propongan las modificaciones necesarias.
No se trata sólo de construir más cárceles y contratar más custodios. Empecemos por definir y delimitar la vocación de readaptación o de castigo de nuestros centros penitenciarios, analicemos que tipo de delitos pueden ser sancionados con trabajos sociales y brazaletes electrónicos y qué tipo de reos no peligrosos pueden purgar sus penas en otros sitios, como la conocida “cárcel abierta”.

Queda claro que hay de reos a reos; por ello, el nuevo modelo penitenciario debe garantizar el control de los penales por parte de la autoridad y evite el autogobierno por parte de poderosos capos que, en lugar de pagar su deuda con la sociedad, utilizan toda la infraestructura para mejorar la operación de sus bandas criminales.

Estas son sólo ideas, muy vagas tal vez, pero lo que no hay duda es que el modelo está agotado y debemos, como sociedad, construir uno mejor.

 

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