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1002 27 Febrero 2012

Mear en el mar
Víctor Orozco

¿Vale la pena votar en las próximas elecciones federales?

Chihuahua.- Hay personajes notables en el escenario social y político de México que no lo harán, como el subcomandante Marcos y el poeta-activista Javier Sicilia. Sostienen que la opción representada por Andrés Manuel López Obrador ─a la cual puede suponerse más cercana o menos lejana de sus propias visiones─ no traería consigo, de triunfar, los cambios mínimos requeridos en México. Ni pensar del PRI y el PAN.

Como siempre sucede con los consejos de no participar en una competencia, proyecto o en cualquier justa: es probable que tengan razón. Es la razón de la duda eterna que a todos nos asalta. Pero, es una motivación estéril, de ese páramo no brota ninguna planta, salvo alguna yerba enclenque y alguna voz aguda que mañana podría espetar: “se los dije”. 

En las elecciones, usualmente las ofertas políticas se reducen a las presentadas por dos o tres grandes agrupamientos, que hacen tabla llana con una buena parte de las preferencias, amores o desamores de los ciudadanos, sobre todo de aquellos poseedores de mayor información e ilustración. ¿Quién, por ejemplo, podría estar de acuerdo con varios de los acompañantes políticos de López Obrador? ¿Hemos de compartir todas y cada una de sus posturas, actitudes, propuestas y hasta contestaciones a la prensa? Pues no. La adhesión consciente y analítica a una candidatura pasa por varios cedazos. Con el primero se ubica a los sectores, fuerzas sociales e intereses que la impulsan. Imposible encontrar un conjunto homogéneo.

En la de AMLO va un abanico de tendencias izquierdistas formado por sindicalistas, feministas, socialistas, ecologistas, derecho humanistas, nacionalistas, que ahora ponen el acento en alguna, ahora en otra de las varias reivindicaciones alzadas históricamente. También va un grupo creciente de empresarios quienes aspiran a construirse un mercado interno y a fortalecer su posición en la feroz y obligada competencia determinada por su inserción en una economía global. Saben que con un país donde a la mitad de sus habitantes se le confina en la pobreza o lindando con ella, es impensable otra posición que no sea la de tributarios o sirvientes de los grandes capitales internacionales.

En esta constelación social se perfilan distintos colores ideológicos. Liberales provenientes de la firme tradición juarista, socialistas y comunistas de viejo cuño, militantes de matriz democristiana, ex priístas de diversas tonalidades expulsados por el otrora partido de estado en alguna de sus varias escisiones, mujeres u hombres sin partido de tendencias inscritas en la izquierda mundial y una suma ancha de empeñados en alcanzar una sociedad más productiva, más soberana, más libre y que reparta con mayor equidad los bienes económicos y culturales. Es el arcoíris que dio lugar a la fundación del PRD en 1989. También están los profesionales de los partidos, esta casta burocrática y de negociantes entronizada en las agrupaciones políticas desde hace décadas. Y luego, una legión de arribistas que pululan en torno de los grandes movimientos. Ante este colorido panorama, lógico es que algunos de sus matices nos atraigan y otros incluso repulsa nos provoquen. En la balanza debemos ponerlos a todos.

Otra de las cribas se encarga de examinar los antecedentes. Esto es de los hechos. Si es de prudentes juzgar a los mortales comunes por lo que son y no por lo que dicen ser, en el caso de los políticos tal fórmula debe extremarse. Está en su naturaleza el colgarse medallas a granel, prodigarse autoelogios y cebollazos sin cuenta. López Obrador tiene, para apoyar sus pretensiones, el buen desempeño como gobernante del Distrito Federal, la entidad de mayor relevancia económica, política y cultural del país. Tal calificación no parte de especulaciones, exámenes estadísticos o recuentos de obras, sino del refrendo expuesto por los electores capitalinos en cada uno de los comicios, a pesar del bombardeo televisivo. Es un dato duro. También, debe acreditársele su espíritu de lucha a toda prueba. Después de 2006, pudo retirarse, meterse en alguna organización mundial, acogerse al descanso. Se decidió por continuar en la brega: caminó una y otra vez el país, con mínimos recursos, sin el boato y aparato acostumbrados por los burócratas y dirigentes, desde los de medio pelo hasta los encumbrados. Ello habla de su oficio político y de su recomendable austeridad, en un país de austeros forzados.

Hay desde luego otros filtros para medir a los candidatos. Es obvio también, que una gran cantidad de ciudadanos vota por exclusión: ante el peligro de continuidad en el régimen representado por Peña Nieto y Vázquez Mota, no cabe la duda: ninguno de ellos debe, en interés de la nación, dirigir la República en los próximos seis años. El primero porque tras la vacuidad de sus discursos y el papel de regalo que envuelve su candidatura, vienen la corrupción, el dominio del duopolio televisivo, la enajenación del patrimonio nacional, las transas y la antidemocracia. Y la segunda, por motivos similares. Además, porque garantiza la persistencia de la catástrofe en la cual se hunde el país.

El apoyo a una campaña electoral persigue como objetivo primordial conquistar el voto y llevar a los abanderados a ocupar los puestos públicos en disputa. Luego, poner en marcha los grandes propósitos que la animaron. Sin embargo, no son los únicos. Las expectativas, debates y atenciones que despiertan o provocan las competencias electorales, abren posibilidades para poner en las agendas asuntos de la mayor relevancia. De hecho, son momentos privilegiados para colocar en el foco de la opinión pública los graves problemas sociales, sus causas y sus responsables, así como las posibles soluciones. Es previsible también, que un gobierno triunfante no esté en condiciones o no quiera realizar las mutaciones, pero la movilización generada para alcanzarlas, tendrá mejores condiciones para proseguir, aun contra su voluntad.

Y bien, en todas las elecciones se ofrecen en principio dos opciones al ciudadano: votar o no votar. El segundo de los caminos es el más sencillo y con frecuencia la senda transitada por el mayor número. La vasta mayoría, no responde a una decisión política sino al desinterés, la negligencia y la desinformación. Es el abstencionismo que ataca como enfermedad a todos los sistemas electorales. Hay una minoría, generalmente minúscula, que no vota por escrúpulos morales, buena parte de las ocasiones auto encubiertos en reflexiones políticas. No le gustan los candidatos y quisiera tener uno mandado tejer a su medida.

En la historia de los comicios, se ha desarrollado también el llamado al abstencionismo como una táctica política, con la intención de restar legitimidad a regímenes o sistemas ayunos y urgidos de la misma. Antes de la reforma electoral en México, el partido comunista por ejemplo, promovió el llamado abstencionismo activo, durante el reinado absoluto del PRI. No se ha hecho, que yo conozca el balance de esta operación pero tengo para mí que fue un elemento importante en la producción de los primeras reformas electorales. Cuando las dictaduras, bajo la presión internacional llaman a elecciones amañadas, la convocatoria al abstencionismo de los electores ha resultado también un ejercicio exitoso, para obligar a la restauración de las libertades. ¿Estamos en México en alguno de estos supuestos? No, me parece.

También pienso que propiciar el voto nulo o la ausencia de las urnas tiene como efecto acrecentar el caudal de la desesperanza y la frustración, en una colectividad repleta de ambas. Es como mear en el mar.

 

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