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1032 9 Abril 2012

CRÓNICAS PERDIDAS
Uno azul y otro café
Gerson Gómez

Monterrey.- Le pedí a la muchacha que trabaja en casa como asistente doméstica que llame al salón de belleza. Tengo dos días desde que  llegué de Nueva York, donde estudio danza clásica contemporánea.

Por favor, habla con Silvia, dile que voy a estar unos días en la ciudad y me urge, con grado de diez, que personalmente me atienda.

El cabello ha perdido brillo, estoy seguro que con el tratamiento chocolate que me hizo la otra vez, vuelve a tener vida y cuerpo. Lo va a dejar sedoso y brillante.

Que Silvia me corte el cabello y ponga rayos.

Quiero ir al Spring Break lo más cool que se pueda.

Odio cómo se ve la raíz negra del cabello.

No lo sé, porque nací morena, si mi abuelo era francés, de ojos azules, bien guapo.

Por eso tengo un ojo azul y el otro café.

Pocos conocen el secreto, pues el ojo café lo cubro con lente de contacto, casi en la misma tonalidad.

Tendrías que ser sumamente observador para percibir las dos tonalidades. Pero como soy una mujer activa, la vida social la hago de noche.

Silvia no es una persona de este planeta. Sabe hacer milagros. Le tengo plena confianza. A ella y a la señora Palacios, que me ayudó para quitarme el problema de acné.

Sufrí mucho. No sé qué me preocupaba más, si tener un ojo de un color y otro de otro, el cabello negro azabache, cuando todas mis amigas y compañeras del casino y del deportivo son rubias, o la irritación en la piel.

Me unté todos los medicamentos que existen en el país.  De los que remiten a cero las cicatrices, pero sólo empeoraron el problema.

Cantidad de infusiones, de agua de diferentes estanques, aplicadas en cierta posición de la luna.

Nada funcionó mejor que la orinoterapia que la Señora Palacios aplicó como experta en técnica recién aprendida, importada desde oriente.

Mi madre, que es bastante condescendiente y comprensiva, en la caja fuerte del negocio tiene escondidas las fotografías de cuando nací.

Dice mi abuela que pensaban que todos los males que cargaba eran fruto de los pecados del abuelo.

De cómo se agenció las haciendas de los que emigraron en la revolución. Que cuando regresaron al tiempo, ya serenadas la lucha armada, encontraron escrituras nuevas, a su nombre.

Mamá que es bastante atea, le dijo: en ese caso, papá no habría podido vivir casi hasta los cien años, ya vez que dicen que no hay mal que dure.

Tiene razón mamá, pero también lo tiene la abuela.

El labio leporino lo corrigieron con pedazos de piel que me retiraron de las nalgas y las piernas.

Lo bueno es que tenemos dinero, habría sido penoso andar en las clínicas de la seguridad social, buscando cita.

Jamás lo habría permitido mi abuela, ni mi madre.

Nada más hermoso que pasar la tarde en la cama de bronceado, quince minutos de un lado, quince al otro.

Me da oportunidad de pensar los asuntos serios de la vida.

Algunos van a las iglesias a pedir por sus problemas, buscando soluciones mágicas.

Yo  soy científica renacentista: lo hago, todos los días, en la cama del bronceado, que tenemos en el gimnasio de casa.

 

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pq94

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