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1039 18 Abril 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Tiempo de copados
J. R. M. Ávila

Monterrey.- La novedad en el barrio donde vivimos es que, el lunes por la mañana, soldados o policías (si alguien sabe a estas alturas lo que son, que nos oriente), arribaron en camionetas con el logo de Policía Municipal, coparon varias calles y se apoderaron por un buen rato de la nuestra.

Una vecina que viene siendo algo así como la jefa del barrio, se acercó sin temor y preguntó qué se les ofrecía, qué buscaban. Y uno de ellos, al parecer el jefe, sorprendido tal vez de que alguien no les tenga miedo, le informó que habían recibido una denuncia anónima, por eso su presencia aquí.

La vecina, asumiéndose como la protectora de quienes aquí vivimos, les dijo que le preguntaran a ella, porque conocía muy bien a los vecinos y casi estuvo a punto de decir que respondía por todos y cada uno de ellos (lo cual, me parece que en estos tiempos es una verdadera temeridad). En fin, como vio que no atenderían mucho a lo que ella dijera, regresó a su casa y no volvió a salir.

Los policías-soldados-o-lo-que-hayan-sido continuaron con la operación y, como por casualidad, se detuvieron ante un automóvil tsuru, caminaron a su alrededor y se asomaron en él, preguntaron a quién pertenecía, alguien les informó y se dirigieron a la casa de una vecina que es prestamista.

Cuando comprobaron que el automóvil era de ella, le pidieron documentos que la acreditaran como propietaria y tuvo que reconocer, para su mala fortuna, que no los tenía a la mano. Más tarde, rectificaría diciendo que no sólo no los tenía a la mano, sino que simplemente no los tenía.

Es obvio que el auto había caído en manos de la mujer gracias a una deuda que alguien no pudo saldar pero (nadie sabe, todos suponemos) no le entregó documentos que la acreditaran como nueva dueña del auto. Es la explicación más decorosa que se nos ha ocurrido.

Los representantes de la ley, sin detenerse a pensarlo, etiquetaron al tsuru como auto robado y declararon que se lo llevarían. La prestamista ni rogó para que no se lo llevaran, ni insistió en que el auto no era robado. Al fin, los policías-soldados-o-lo-que-hayan-sido ya habían determinado que lo era y no existían documentos que los desmintieran.

Casi de inmediato llegó una grúa, subieron el auto en ella y se lo llevaron. Lo interesante fue que, a pesar de que el auto fuera declarado producto de un robo, se olvidaran de la mujer. Lo más lógico es que, si tienes en tu poder un auto robado se sospeche de ti, se te acuse de robo, carguen también contigo, pero no sucedió así en este caso.

Nadie sabe si el auto era robado o no. Nadie sabe si quienes se lo llevaron eran o no representantes de la ley. Nadie sabe si la prestamista lo reclamará o se desentenderá del asunto. Nadie sabe si fue denunciada por alguna víctima de sus préstamos.

Nadie se atreve a preguntar tanto. Sobre todo en estos tiempos en que nadie debería atreverse a decir que conoce bien a los vecinos y responder por todos y cada uno de ellos.

Iba a terminar escribiendo: Nebulosos caminos son los que recorremos en estos tiempos. Pero sería como decir que tiempos pasados siempre han sido mejores, y esto implicaría decir que peores serán los tiempos que están por venir. Pero no quiero ni siquiera pensarlo.

Mejor es pensar que a cada época le tocan sus propios mejores y peores tiempos. Por lo pronto, ahora nos tocan los bueyes flacos, y con esos, aunque nos cueste, tenemos que arar.

 

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