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1043 24 Abril 2012

 

El Peje en la Macro
Margarito Cuéllar

Aguantar el sol perro, o taparlo con un dedo

Monterrey.- Es domingo, y no un día equis. Abril 22. El sol prepara sus estocadas más fieras. Dos presidenciables tienen cita con los norteños: Peña Nieto al mediodía en la Arena de Monterrey; López Obrador a las cuatro de la tarde en la Macroplaza. Choque de trenes, aunque las encuestas todavía los ubiquen como vecinos distantes. AMLO el amoroso llega en escalada ascendente. Peña Nieto con nueve puntos perdidos en los últimos días. Eso duele.

Coincidencia o mercadotecnia electoral, empate de agendas o qué chiquito es el mundo, los contendientes miden sus fuerzas. Reto duro: ganar adeptos en tierra brava. Y por lo menos el PRI sabe que en la guerra y en las elecciones todo se vale.

A las tres de la tarde la Macro ─no falta quien pregunte más tarde: “¿qué no le dicen la Narcoplaza?”─ es una plancha de cemento. Los paraguas calman un rato el sol, hasta que se calientan y parece que se van a derretir.

Los vendedores de nieve, elotes, agua y refrescos ocupan sus lugares. Los contingentes fieles a la República Amorosa, o fieles a los designios de AMLOVE, empiezan a llegar por todos los flancos de la Explanada de los Héroes.

El vendedor que acompaña al candidato del PRD en sus giras por el país pone su tendido: banderines, camisetas con estampados afines a Morena, a AMLO, al PRD, pins y todo tipo de afiches.

El escenario listo y un grupo de música regional arranca. Sonido ranchero para la raza. La acordeonista saca su mejor voz y le jala al instrumento como si lo fuera a desbaratar. El acordeón resiste, le justa que lo estrujen y gime una música machacona y alegre. El escenario franqueado por imágenes gigantes del Peje.

A los alrededores de la Macro los seguidores de Peña Nieto ─camiseta blanca con el logo del PRI, gorras, volantes en mano─ se confunden con el amarillo y el rojo de AMLO. Vienen de aplaudirle a Peña Nieto en la Arena Monterrey. Van a la Plaza Zaragoza a unirse al equipo de Marcela Guerra e Yvonne Álvarez, aspirantes a senadoras por el pricolor.

Camionetas y autos con propaganda de AMLO han promovido todo el día el esperado mitin. Una camioneta forrada con carteles del tabasqueño se estaciona en La Alameda, por Aramberri. Música algarabía ─ajenas a la contienda política─ hacen imposible que se escuche algo.

La del Piernón Bruto modela junto al tronco de un árbol. Ella: short de mezclilla, cinto ancho y escandalosamente rojo escarlata. Tres camiones de AMLO hacia la Macro, contra una camioneta con un panorámico: “Josefina Indiferente”. Las seguidoras de Marcela gritan “no más quesos”; “o se van a quedar igual”, comenta una mujer redonda que sube con agilidad a una pequeña tarima y empieza a bailar hawaiano.

Tres autobuses más con seguidores de AMLO. Arrecian los gritos de peñanietistas y marcelaguerristas, que han formado un solo grupo frente a la Catedral, suben de tono: “El PRI, unido, jamás será vencido”. Las consignas no mueren de una época a otra, tan sólo se reciclan. No varían mucho de un partido a otro, sólo se transforman ligeramente. El caso es hacer ruido. Y una consigna vale más que un voto nulo.

A un lado del Palacio de Cantera hacen fila diez granaderas de la Fuerza Civil. El orador hace historia electoral: Cárdenas dos veces, AMLO dos veces. En el edificio Latino un anuncio enorme de Coca-cola y una frase que parece sembrada en la parcela del Peje: “Comencemos hoy”.

“Habremos de vernos en la gráfica del futuro”, dice optimista el maestro de ceremonias. Y agrega: “Ustedes dicen, seguimos igual o cambiamos este mugrero”.

Desde el templete las críticas a los otros contrincantes se endurece: “Nos quieren vender dos productos bonitos, pero podridos”. Cristina Sada Salinas, candidata al senado, enfatiza: “Estos partidos (PRI y PAN) no se cansan de robar y saquear el país, pero yo ya me cansé de verlos”.

En el estrado los candidatos por Nuevo León, y voceros ─Alfonso Romo y Malaquías Aguirre, por ejemplo─ que en otros tiempos habría sido imposible ver arriba de un templete gritando consignas desde la izquierda, o lo que quede de ese dibujo cuyos colores, dogmas y rutas a veces se decolora.

También están Beto Anaya, dirigente nacional y estatal del PT, partido que cobija entre sus siglas a AMLO el terco, el que no da su brazo a torcer, el que dice las netas sin que le duela la lengua. Y las dice tan directas que levantan ámpula.

El empresario Alfonso Romo tiene la palabra: Como empresarios le pedimos (a AMLO) un campo fértil para una vida más digna y próspera. No hemos llegado a los niveles de prosperidad que todos se merecen. Mi presidente Andrés tiene los pantalones de haber nombrado su gabinete: un equipo de profesionales. Nos la vamos a partir por todos ustedes.

El maestro de ceremonias tiene ya un rato anunciando la inminente llegada de AMLO, definido por el conductor del evento como un hombre honesto, austero, que vive con congruencia, un puente de los mexicanos.

Unos 12 mil asistentes alzan sus banderillas, gritan consignas, muestran sus demandas al abanderado de la Nueva República del Amor, quien lo primero que hace es parafrasear a Juárez: Con el pueblo todo, sin el pueblo nada.

La esperanza amarilla alza las manos, se pasea en el estrado, agradece, custodiado por las estatuas de Hidalgo y Juárez. De frente al Palacio de Gobierno, Escobedo empuña la espada con la mano derecha a la altura de las crines de su caballo.

“Las cosas están claras ─arranca─: somos cuatro candidatos, tres hombres y una mujer. Con todo respeto, sin ofender a nadie, pero tres hombres y una mujer representan más de lo mismo”.

El que habla plantea el reto de sacar a México del atolladero. Convocar a los mexicanos a un acuerdo: hacer de la honestidad estilo de vida y forma de gobierno, pues la mancha negra (la corrupción) le ha hecho mucho daño a la nación. “Limpiar la corrupción de arriba abajo, como se limpian las escaleras”.

Complaciente, le da por su lado al orgullo regio. Informados, avispados, llama a los nuevoleoneses, y arroja las cifras del presupuesto ejercido en 2012: tres billones 700 mil millones de pesos. Un cerro de dinero, dice, que se queda arriba y favorece a un pequeño grupo: traficantes de influencias y políticos corruptos.

Ya encuerdado, establece el primer compromiso: ser guardián del presupuesto público. AMLO optimista: sí hay manera de lograr el renacimiento.

En seguida arroja los dados. Resultado: tres medidas para consolidar la hacienda pública.

1.- Combatir la corrupción. Ahorro: 300 mil millones. “Se va a acabar la robadera”.

2.- Terminar los privilegios para los altos funcionarios. Otro ahorro de 300 mil milloncitos.

Comentarios ad livitum del público: “¿Todo eso ganan?”

En seguida se apunta para bajarse la mitad del salario él mismo, y para convencer a diputados, senadores, jueces y magistrados de imitarlo. La alcancía sigue creciendo, pues afirma: “No puede haber gobierno rico con pueblo pobre”.

Quedó claro que Peña Nieto utiliza una flotilla de aviones para trasladarse en sus giras. El señor López es claro al respecto: Se acabará el uso de aviones y helicópteros privados para servidores públicos.

Queda claro que con un gasto corriente de 2 billones 300 mil pesos, es decir, 65 porciento del presupuesto nacional, se van en gasto corriente. “Los que están en la punta de la pirámide, en la punta del cerro, se dan la gran vida”.

3.- Los que tengan más ingreso que paguen impuestos. El pueblo raso no tiene por qué pagar impuestos y que los que están hasta arriba no lo hagan.

El otro agujero negro de México es el petróleo. Las cifras de AMLO indican que México compra en el extranjero 55 por ciento de la gasolina, pues desde hace tres décadas no se construye una refinería. Y apunta: Estados Unidos tiene 130; Japón 42, México 6. Se vende materia prima y se compran productos derivados del petróleo.
Segundo acuerdo: construir cinco refinerías.

Más mordidas da el sol
Hasta los héroes de la Explanada están a punto de derretirse ante la intensidad del sol. Pero nadie se mueve de sus posiciones. “Tengo muchas ganas de hablar, pero hay sol”. Habla un Peje eufórico. Su discurso se repite de una plaza a otra. Imposible decir algo nuevo  cada vez. Ahora toca el tema de la inseguridad. De los estallidos de odio y resentimiento. De que no se puede enfrentar el mal con el mal. “La paz y la tranquilidad son frutos de la injusticia. Tenemos que atender las causas del delito”, dice enfático. Sus propuestas no paran: ir casa por casa incorporando a los jóvenes al trabajo y al estudio, si no van a llegar otros a engancharlos para que tomen el camino del mal”.

Luego da un giro al discurso y habla de sus 35 años al servicio de los más humildes. Tenía 23 años cuando se hace cargo del Instituto Nacional Indigenista. Su último trabajo fue como jefe de gobierno del Distrito Federal. Eso le da pie a hablar del apoyo a los adultos mayores. Y lanza una promesa arrojada, riesgosa: Todos los adultos mayores en el país tendrán la pensión que tienen en la Ciudad de México.

Llama a las madres solteras las damnificadas de la crisis, insiste en la desintegración familiar y hace otro lance verbal arriesgado: 100 por ciento de apertura a los estudiantes en las universidades públicas.
Cuando habla de Elba Esther Gordillo viene un salto casi mortal: “Sin testerearla mucho vamos a hacerla a un lado, ya no va a manejar ella la educación en el país”.

Ya encuerdado, menciona a parte de su gabinete: Juan Manuel de la Fuente, ex rector de la UNAM, a la Secretaría de Educación. A la silla de Desarrollo: el empresario regiomontano Fernando Turner. Lo que le da pie a insistir sobre una alianza definitiva, no estratégica, con los empresarios, y de arrojar un dardo: “Los (empresarios) que están hasta arriba ni siquiera son empresarios, son traficantes de influencias”.

Como por arte de magia brota el amoroso que López Obrador lleva adentro: “extendamos nuestra mano franca, sincera, en signo, señal de reconciliación. Yo no albergo rencores, por eso soy feliz. Quiero justicia, no venganza. La verdadera felicidad no es acumular bienes materiales, sino estar bien con uno mismo, con su conciencia, con el prójimo. Sólo siendo buenos podemos ser felices”.

El nombre de Alfonso Reyes, a quien compara con Paz y con Vasconcelos, lleva la oratoria del Peje al tema de los valores. Cierto: Reyes escribió hacia los años cuarenta una cartilla moral. Lo que sigue para el país, desde la perspectiva de AMLO, es una nueva cartilla moral con códigos de ética. Y arremete: “los tecnócratas irresponsables quitaron hasta el civismo”.

La raza de sol no deja de corear. Los de asiento preferencial tampoco. “Ganamos en Facebook”, grita un chavo. Y cuando pregunta el abanderado si le van a ayudar a informar otro chavo le contesta: “Ya lo estamos haciendo”.

Y arroja su última carta al calor despellejador del domingo: reuniones cada quince días en Monterrey con su gabinete de seguridad para atacar el problema de la violencia.

Alza los brazos en señal de despedida. Agradece. Se retira. La calle Zaragoza es prácticamente tomada por sus seguidores, amontonados en dos columnas a mitad de la calle. Quieren saludarlo, decirle algo, entregarle una carta, un recado, que les firme una gorra, una camiseta, quedarse aunque sea con la escama de un Peje que no deja de sonreír y saludar. En la tarima la salsa suena: “Si este pueblo se organiza/ no nos gana Televisa”.

La plancha urbana tapizada de botellas vacías de agua y soda, volantes, carteles. Una solitaria manta permanece: “Ya nos cansamos de que nos hagan pendejos, vamos a mandar al PRI  y al PAN bien lejos”.

 

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pq94

La Quincena N?92


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