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1043 24 Abril 2012

 

Modalidad para una campaña de altura
Efrén Vázquez Esquivel

Monterrey.- Sólo de las campañas de altura, que de manera convencional aquí llamaré tipo A, es posible elegir al mejor de los candidatos; y por el contrario, de las campañas fundadas en la calumnia, la injuria, la diatriba y el engaño, que aquí llamaré de tipo B, el que resulta electo es el peor de los candidatos. En México ya es justo y necesario que elijamos al mejor de los candidatos. Por eso tenemos que exigir que las campañas electorales sean de tipo A, no de tipo B.

Para lograr la realización de una elección de tipo A se necesitan, además, un buen índice de ciudadanos también de tipo A. Esto es, que sean libres, autónomos, bien informados, responsables y con capacidad de crítica.

No sé si contamos o no con el número suficiente de ese perfil de ciudadano; pero más vale que los tengamos y que, en estos momentos  electorales, salgan cuanto antes de donde quiera que se encuentren. De lo contrario, los 57 millones de mexicanos pobres, más los 13 millones que se encuentran en extrema pobreza, más los 20 millones de desempleados, aunado a todo esto al fenómeno de la corrupción y del crimen organizado, imprimirán una mayor velocidad a la carrera loca rumbo al precipicio.

¿Pero cuál es la principal característica de las campañas del tipo A? La primera es que los contendientes (y también sus seguidores) se reconocen mutuamente legitimidad para debatir públicamente sus propuestas y diferentes puntos de vista.

Entre los opositores de Josefina Vázquez se ha dicho en las redes sociales, por ejemplo, que por ser mujer no tiene posibilidades de ganar la elección, ya que México es un país de machos. Expresiones que deberían dar vergüenza. Que su debilidad de mujer se muestra en los actos de su campaña, ya que se ha desmayado varias veces. 

De Enrique Peña Nieto se dice que es el más tonto y heredero de la corrupción. Y esta es una de tantas formas en que se le ha descalificado, cuando que si bien es cierto que el PRI ha llegado a institucionalizar la corrupción, ésta no es patrimonio exclusivo de los priístas.

De Andrés Manuel López Obrador se ha dicho y se sigue diciendo, por todos los medios, que está loco. Así de simple. Que el país no puede ser gobernado por un loco. En la elección presidencial pasada se dijo que él era el principal peligro para México, y que si llegara a ganar la elección, habría crisis económica y violencia.

En los procesos electorales hay que debatir, no batirse. ¿No es suficiente con la violencia que hay en las calles? Entonces, si verdaderamente queremos un país diferente, que es lo que nos prometen todos los candidatos a la presidencia, no tratamos de ser diferentes? ¿Por qué no hacer un gran esfuerzo por lograr un cambio de actitudes para poder evitar, de una vez por todas, los vértigos argumentales que generan confusión, engaño y desánimo en los electores frenar la carrera hacia el precipicio?

Batirse significa acabar completamente con el adversario, dejarlo boca arriba, ante la mirada atónita de todos, para que todos sean testigos de su último respiro, para que todos se den cuenta de quién es el vencedor absoluto.

Debatir, por el contrario, es una forma de diálogo ante un auditorio en donde hay posiciones encontradas, preguntas, respuestas, réplicas, contrarréplicas, etcétera, y en donde, finalmente, no hay ningún vencedor absoluto, ya que el auditorio (léase los electores), que es el que ha de tomar la decisión final, aunque sólo elegirá uno, el considerado como mejor,  aprenderá de todos.

Urge, entonces, un cambio de actitudes.

En los candidatos, el cambio de actitudes se tendría que ver, en primer lugar, en reconocer al adversario como igual. Si a los cuatro vientos yo digo, por ejemplo, que mi adversario está loco, estoy diciendo que sólo yo estoy cuerdo, que no tengo nada que dialogar con él porque carece de capacidad de entendimiento. Y ante una situación así, por ejemplo, se anula la posibilidad de la competencia electoral.

Por último, el cambio de actitud en los electores consistiría, entre otras cosas, en no cerrarse al discurso de los candidatos que no son de mi partido; en no creer que sin mi partido ardería Troya, en ver las opciones que ofrecen los candidatos de los partidos contrarios al mío; en votar por el candidato del partido contrario al mío; si después de una seria reflexión la razón me dice que esa es la mejor opción para México, no para mis intereses partidistas.

 

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