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1064 23 Mayo 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Fin de semana
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Viernes en la tarde. Encima de la música que escuchamos, se oyen por horas las fichas de dominó chillando sobre una mesa de metal enfrente de la casa en que vivimos; además, al término de cada partida, las risotadas burlonas y tracalosas de quien gana, como para que se entere toda la gente de la cuadra. Serenidad y paciencia, diría Kalimán.

Sábado por la noche, amenaza cumplida de carne asada y karaoke en una casa que colinda por la parte de atrás con la nuestra. Las once y empiezan los cantos desentonados pero tímidos. Las doce los cantos desentonados ya no son tan tímidos. La una y media, los cantos desentonados se vuelven retadores. Los que les salen perfectos a los cantantes son los gritos de gusto. Tres de la mañana, verdaderos berridos con cantantes que se sienten profesionales (la bebida ayuda, claro). Sueño boicoteado. Cinco de la mañana. Dejemos para Solín la serenidad y la paciencia.

Domingo por la mañana, el sueño no hace concesiones, pero hay cosas que hacer y tenemos que levantarnos. Por la tarde, cuando podríamos recuperarnos del sueño, la siesta se coarta porque atacan de nuevo la tracalada de las fichas de dominó revolviéndose sobre la mesa y las risotadas burlonas y estrepitosas. El domingo avanza. El fin de semana no ha sido suficiente para descansar. Si alguien puede tolerarlo, que nos regale la fórmula.

Por si faltara algo, inicia la final de futbol, y no tardan los gritos desaforados por un gol santo. Los partidarios de la otra tribu se agazapan, no dan señales de vida, mientras los admiradores de los guerreros de Torreón dan rienda suelta a la estulticia. Para decirlo pronto, euforia digna de mejores causas.

Al término del primer tiempo, el silencio se hace bastante sospechoso. Que no se dé cuenta el ejército porque viene y se lo carga. Pero quién se acuerda ahorita de ejecutados, peligro, angustias o muerte. Seguro que hasta el ejército y los narcos han de estar viendo el juego.

Desde el inicio y durante el resto del segundo tiempo, uno de los vecinos (en su cuarta adolescencia por obra y gracia del alcohol) toca una marcha de guerra india en su bote de basura puesto boca abajo. El incesante bom-bom-bom y el grito de apoyo a un equipo que nada escucha desde la tele, sacan punta a los nervios.

Y de repente el sobresalto: ¡Goooooooooooooooooooooool! El desgañite del vecino es de antología (una antología que, resulta obvio, no quisiera tener yo), el tambor-de-basura redobla sus esfuerzos. Los gritos ensordecen nuestra serenidad. Rogamos porque termine el juego: nuestra paciencia anda ya en números negativos.

Pero esto no se acaba hasta que se acaba (qué sabio, debe haber sido Sócrates, el bueno, quien lo dijo). Un gol rayado despierta la esperanza de los alienados que se sentían perdidos y calla al tambor de la basura, aunque no por mucho tiempo. Para empeorar la situación, faltan algunos minutos y se agregarán además algunos otros de compensación. Intento tras intento, falla tras falla.

Y como nada es eterno, llega un momento en que el árbitro detiene el balón, lo toma en sus manos y decreta el final del encuentro con tres silbidos. Por fin. Santos ya no es “el ya merito”, sino el campeón del futbol mexicano.

Pasada la media noche, ya no hay tamborrea, ya no hay gritos de apoyo, ya no hay euforia por el triunfo. La emoción y la bebida han vencido a los partidarios de ambos equipos. ¿Será posible que por fin podamos descansar? Parece que sí.

Demos gracias a todos los inexistentes dioses y a las once mil ficticias vírgenes que bien podrían decir: Podéis ir en paz, el fin de semana ha terminado.

Pero ahí viene el otro…

 

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pq94

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