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1064 23 Mayo 2012

 

Viriditas
Eligio Coronado

Monterrey.- ¿Hacia dónde van estos textos fechados de Cristina Rivera Garza? ¿Qué destino buscan? ¿Desean convertirse en textos literarios de algún género? ¿Acaso prosa poética, prosema o poemsayo? Me gusta que deambulen muy sueltos sobre la página, pretendiendo constituirse en algo perdurable que no sea simples apuntes.

Pero ni la ciudad de Shanghái ni la frase “Un verde así” repetidos como mantra en casi todos los textos (en recuerdo de su novela Verde Shanghái, de 2011), o la enigmática anualidad cambiante y futurista (2666, 2032, 2078, 2024, etc.) logran adjudicarles algún nivel rescatable. A menos que la intención de la autora no sea literaria, sino simplemente lúdica.

Rivera Garza (Matamoros, Tamps., 1964) escribe a vuela pluma, barajando las ideas y las sensaciones sin prisa, como disfrutando el proceso: hilando por hilar. Pero no hay unidad, la autora la rompe constantemente. Apenas comienza a generar cierto interés, el texto se desvía: “Mi reino por tu hubiera. O hubiese. O habría. El árbol bajo el cual. La sombra con la que. Mi tamborilear de dedos. ¿De qué se apropia el que se apropia del estilo de otro?” (p. 22).  

Interesante pregunta sobre el plagio, pero enseguida la autora vuelve a su desvarío: “La lectora dice: lo que no permite leer el inconsciente es el consciente. Lucha de gigantes. La guerra es una cosa serenísima. Mi alteza. Ahora se dice intervenir, retomar, hacer suyo” (ídem.).

Viriditas (del latín “lo verde”) se compone de treinta y dos textos, el último de los cuales está fechado el mismo día que el primero, pero cuarenta y dos minutos antes, por lo cual lo precede. En ambos explica el motivo de este volumen: “El tiempo es, en efecto, lo que pasa. (...) Un color es un sistema de registro” (p. 43) y “un libro es un sistema de registro del paso de algunos pocos días (...) de un verano muy largo. Se resaltan los elementos que han aparecido: un color, por ejemplo; un lugar mítico, o fantasmagórico, o muy vivo” (p. 11).

Eso aclara la intención y el contexto, pero las interrogantes continúan interpelando a mi pluma: ¿hacia dónde van los textos de Cristina Rivera Garza? ¿Qué destino buscan? ¿Les interesa dejar de ser pre-textos o se conforman con ser simples apuntes? Cambian tanto de dirección que es difícil detectar un pasaje salvable: “Hay un techo y, en el techo, un mapa. Más allá del mapa, en el interior mismo del mapa, alguien mira hacia el techo” (p. 18).

Me encanta la idea de que el texto tenga autodeterminación y pueda elegir su propio sendero hacia los ojos del lector, aunque no veo cómo. Lo que sí entiendo es que Viriditas debe leerse bajo cierto estado de ánimo, ya sea contemplativo o reflexivo: “Agua contra agua: el tono y el timbre. Imposible describir la honda, vacía añoranza en la voz de los pájaros” (p. 14). Pero ya basta de preocupaciones bizantinas, afortunadamente la autora me rescata de mis cavilaciones: “Con frecuencia, uno no sabe lo que escribe. Con frecuencia, uno lee. Uno dice: lo recordaré así” (p. 43).

 

Cristina Rivera Garza. Viriditas. Monterrey, N.L.: Mantis Editores / UANL, 2012. 43 pp., Fot. (Colec. Liminar.)

 

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