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1064 23 Mayo 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Matar al cantaor
Gerson Gómez

Monterrey.- Que me perdonen los de la sociedad protectora de animales. Los del Instituto Estatal de la Mujer y los que bolean en la alameda central. Ellos no tienen culpa en este asunto.

Pero ayer me fui a lustrar las botas y no descorrió la hebilla para limpiar y sacar brillo debajo de esa zona. Se convirtió en cómplice. Es culpable de cada uno de mis actos desatados.

Es una deshonestidad tan horrenda como robarse taquetes de la ferretería para rellenar las goteras del techo en vez de impermeabilizar.

Los tres al mismo tiempo. Pero primero, al perico le voy a dar piso. Lo voy a colgar del pico. Estoy hasta el culo. Ya me pidieron el divorcio.

Tendré que dejar la casa. Y el carro. También el colchón electromagnético. Es lo que más voy a extrañar.

No soy adúltero, sino poliamoroso.

Aunque hayamos firmado en el registro civil. Enfrente estaba tocando sepultura a la misma hora. Debe ser por eso el desencanto.

Mi compromiso es de fidelidad, no de sexualidad.

Es terrible la necesidad de conocer nuevas vulvas.

Afeitadas, peludas, rizadas, pelirrojas, con moja. Trompudas y sin trompones.

Conversar con ellas. Hacerlas amigas incidentales.

Es como ir a comprar las tortillas.

Lleva su ritual. Formarse en la fila. Hurgar en las bolsas las monedas.

Intimar es igual. Pero no todos los días comes con tortilla. A veces sólo con cubiertos o con pan. Para no aburrirse. En la variedad está el vulgo.

He andado escaso de trabajo. Eso restringe la capacidad de cacería.

No sobran los doscientos pesos del hotel. Los setenta del six de cerveza. Los cincuenta de los preservativos anillados. Y los cien pesos de gasolina para moverme.

Entonces la persuado.

Vamos a llegar primero a la casa; ¿te parece?

Me estaciono. Oye, me parece muy mala onda que esperes en el carro. Hace mucho calor. Vente. No hay nadie en casa. Mi vieja está jalando y se llevó a los niños con su mamá.

¿Estás seguro?; no, cómo crees. No; ¿qué tal si llega y nos tuerce? Mejor no, aquí te espero.

Es que me cayó algo mal en el estómago y me voy a tardar.

Bueno, pero sólo un ratito. Te apuras.

Hago la faramalla en el baño. Me mojo la cara. Me quito las lagañas. Como si de verdad estuviera cursiento.

Antes de salir prendo el incienso aroma canela. Eso siempre funciona.

¿Quieres agua?; ¿una cerveza?

Cómo crees. Me da miedo que llegue tu esposa; ¿estás seguro que no va a venir?

No, segurísimo.

Estamos solos. Con el perico, que es la mascota de los niños.

Se llama Claudio. Déjame servirle semillas de girasol, para que se acerque en la jaula y lo puedas acariciar.

No le hagas confianza, le digo, es muy grosero. Lo trajimos del puerto. Nos lo vendieron unos indígenas en la jaula a la orilla de la carretera.
Ya venía maleado el pinche perico.

La mascota y la cerveza siempre funciona.

Pongo la aldaba y el pasador. En la recamara de los niños le paso la mano por la cintura. Le ensalivo el lóbulo, la oreja.

Me la pones bien dura, mamita.

Claudio abre tremendos ojotes.

Las he dilatado tanto que casi puede entrar el puño. Con suficiente experiencia pronto lo lograré. De eso estoy seguro.

Aplico la teoría con la práctica. Soy científico. Jamás me rijo por la intuición, sino por la certeza.

Tremenda acrobática sesión en jueves de té canasta de mi esposa.

A la chica la llevé hasta la estación más cercana al metro. La besé entre el remolino de personas. Se escabulló. Con seguridad los vagones irían atestados. Al rato se ducha en su casa.

Los suegros llegaron con los chicos y mi esposa.

No entraron. De cabrón perdedor es lo más alto en la tabla de su estima.

¿Quieres de cenar?, me pregunta.

No, gracias, contesto.

Claudio dice: “los niños”.

Está intranquilo, como si hubiera visto una película de terror.

No exageren, les pido; creo que ya ha visto por hoy mucha televisión.

A lo mejor es época de apareamiento. Voy a buscar información en la red.

Comenzó a gritar: así, así, así, métemela pelón, así, así, pelón desgraciado, ya métemela.

Mi esposa ha comenzado a sospechar.

Le digo que prendí la teve y me fui a lavar el carro.

Ya nuestros niños están creciendo. Despertarán a su sexualidad.

Va a ser necesario hablarles de las abejitas y el polen.

Qué abejitas y el polen, cabrón. Metiste a una zorra a la casa; me llamaron al celular los vecinos, para decirme.

No quise hacer tanto pancho.

Cínico, desgraciado. Hijodeputa.

Lárgate de mi casa. Vete a vivir debajo del puente donde todos tus amigos dicen que vivías, de vagabundo. Mantenido.

Tiene razón la cabrona.

Pero la culpa de todo es del bolero, por no limpiar el polvo debajo de la hebilla.

 

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pq94

La Quincena N?92


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