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1109 25 Julio 2012

 

Cuauhtémoc el nuestro
Ismael Vidales Delgado

Monterrey.- Un viernes, invitados generosamente por Goyo Ramírez en “Los Generales” de Revolución, nos dimos cita, un nutrido grupo de amigos del convocante y de Pedro Ramírez, el hombre que se ha echado a cuestas la carga de hacer y distribuir personalmente su revista Conciencia Libre, enriqueciendo esta pléyade de románticos como Luis Lauro y otros entrañables amigos que llevan a cuestas Oficio o Pantagruel.

El motivo -dijo Goyo, emulando a Guillermo Aguirre y Fierro (El Brindis del Bohemio)- “En torno de unas mesas del salón Villa, una tarde de otoño, regocijadamente departía un titipuchal de alegres bohemios”, entre los que cito a Carlos Benavides, Lenin Colunga, Alicia Olivares, Carolina Montemayor, Manuel Pérez Ramos, José Ángel Pérez, Ramiro González, Tomás Corona, Poncho González, Pedrito, su esposa e hija, Dante H. Santos y otros entrañables amigos cuya omisión en esta lista no significa de forma alguna olvido o demérito, ¡castígueme Dios con la pérdida de las dos manos, si así fuera! De manera especial cito a mis admirados Héctor Carrizosa y Sergio Villarreal, aristas, hombres generosos, gente bien nacida y hermanos en esta cruzada de mantener viva la palabra y la independencia de escribirla. Un abrazo a los dos.

Tuve que retirarme a eso de las cuatro de la tarde (había que continuar chambeando, privilegio por no tenerle miedo al gis y necesidad derivada de no haber tocado nunca lo que no me pertenecía) y me perdí el privilegio de saludar y presentar mis parabienes a mi querida ex alumna Mirna Saldívar, a quien respeto, admiro, guardo gratitud especial y le deseo que siga siendo siempre como es ahora: ¡derecha! (Además, me contó un pajarito, que se hizo cargo de la cuenta. ¡Nobleza obliga, loor a Mirna).

En el estacionamiento, coincidí con Cuauhtémoc Zamudio y su familia, mi querido Cuauhtémoc, así, sin más presentación, él no la necesita y si la hiciera pudiera llegar a dolerle, como a Sabines (30 de marzo de 1996, Bellas Artes): “Estos son aplausos que lo lastiman a uno”; y es que nos pasan tantas cosas en la vida, que si tiene uno la fortuna de encontrar a un amigo como Cuauhtémoc hay que apropiarse de él y declararlo “Nuestro”.  El sol llega cada día, por eso hay que dejarlo pasar, pero amigos de la calidad de Cuauhtémoc hay que conservarlos para que no tengamos soledad... para que no tengamos nunca más soledad.

Cuauhtémoc me regaló su Catálogo y su libro La política es un arte (2011, Monterrey: UANL), lo leí esa misma noche, lo degusté, pero no hablaré de su libro, arruinaría el mejor de los momentos que usted puede tener cuando lo lea. Hablaré de Cuauhtémoc, el amigo, el artista, el hombre.

Sucede con Cuauhtémoc Zamudio que hay en él una luz de honradez y emoción que es imposible no bendecir. Sucede que entusiasma porque no teme nombrar el desconsuelo, ni pretende mentir su pasado, ni enredarnos presumiendo su genio. Es tan valiente que no le cuesta reconocer que ahora es feliz, razonablemente feliz, aunque una parte de su fama viene del testimonio de sus penas. Sucede que es poeta y lector, escultor y amigo. ¿Cómo no quererlo? Aunque no supiera escribir. ¡Pero es que además canta! (con Chavana). Hay demasiado que comentar, pero se me van las frases como agua entre los dedos.

Cuauhtémoc crea sus obras como quien vagabundea sabiendo que en el camino va a encontrar algo que se mueve, algo que busca un escultor que le dé vida y trascendencia eterna, y sabe Cuauhtémoc que ese escultor es él. Lo sabe, porque está en lo cierto, sabe que él se mueve dentro de nuestra memoria, y está en el pasado de unos, en el presente de otros, en el futuro de todos, porque Cuauhtémoc tiene ese don: entrelaza generaciones.

Estuvimos con él, y oímos su silencio, en la primera fila, donde no se finge ni la dicha ni el recuerdo, ni la nostalgia ni la gracia. Yo estuve observándolo, desde donde puede notarse si alguien mira en su obra un trabajo o una fe. Cuauhtémoc goza lo que hace y contagia ese gozo. No hay mentira, ni tedio, ni rutina en su trabajo. En caso de que él acepte llamar trabajo al juego que regala en terracota o bronce.

De alguna forma, la vida nos ha vuelto compadres de Cuauhtémoc, supongo que por eso que suele llamarse “afinidades selectivas, pasiones compartidas.” Cuando él se baja del andamio, descansa haciendo amigos. Cuauhtémoc tiene dos cualidades (tal vez más pero a mí se me antojan dos): una, es su empeño en la alegría, la otra, la amistad.

Gracias a tales virtudes es un sobreviviente y un bendito. ¡Por eso es nuestro!

 

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