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1119 8 Agosto 2012

 

FRONTERA CRÓNICA
Ladridos cotidianos
J. R. M. Ávila

Monterrey.- ¿Qué pasa allá afuera que alborota a los perros de los alrededores? ¿Será la motocicleta de un mensajero, un cobrador o un repartidor de comida rápida? ¿Será el camión que busca compradores de agua purificada? ¿Serán hombres o mujeres que espulgan la basura para rescatar un tesoro no apreciado? ¿Será el vendedor de pan caliente todo el día gracias al infierno del verano? ¿Será la muchacha bravucona que pasea a su perro regodeándose en la provocación a los otros perros? ¿Será que los perros escuchan eventos que no entran en nuestros oídos?

No te es posible escuchar por los ladridos, así que te asomas a la verja y ves tres granaderas tripuladas por soldados disfrazados de policías municipales. Es curioso que no cubran sus rostros con pasamontañas, rostros que van del moreno claro al moreno oscuro. Como los perros se enardecen más, les llamas la atención y se calman por un momento.

Los tripulantes de la primera granadera notan tu presencia y la detienen frente a ti. Baja uno de ellos y te pregunta algo que tiene que repetir porque los perros se han convertido en ladridos, como si alguien te estuviera amenazando: “¿No sabe usted si por aquí hay casas de renta?”. Vas a contestar que a media cuadra hay una, pero dices que has visto algunas, no sabes exactamente dónde y señalas colonia adentro.

El que preguntó comunica tu respuesta a los otros, sordos por los ladridos de los perros de tu casa y los de los alrededores. En seguida, como si se tratara de una traducción (tal vez lo sea), los otros tripulantes piden que te pregunte algo que no escuchas.

El preguntante se acerca: “¿Como en cuánto anda la renta de una casa por aquí?”. Vas a contestar que hay rentas de dos mil, tres mil, cuatro mil pesos o un poco más, dependiendo de dónde se encuentre la casa y de su tamaño, pero dices que no sabes, que tal vez de cinco mil pesos para arriba.

El preguntador regresa hasta sus compañeros y da la información a gritos, para imponerse a los ladridos atronadores. El que parece jefe pregunta algo más, y el de a pie te trae la pregunta: ¿La renta es por mes?, y le contestas que sí.

Antes de retirarse, te dice: “Son bravos los perros por aquí, ¿verdad?”. Estás a punto de responder que no pero dices que sí. Quieres agregar que sólo son así con los extraños pero, temiendo ofenderlo, dices: “Nada más con los desconocidos”.

El hombre da las gracias, se dirige a la granadera y sube. Los demás hacen una inclinación de cabeza, no sabes si se despiden o agradecen la información. Los perros vuelven a la calma pero, a medida que los tres vehículos se internan en la colonia, parece que dejan una estela de ladridos. ¿Qué huelen, qué oyen, qué presienten cuando ven pasar a los soldados disfrazados de policías? Entras a la casa, aseguras con llave y enciendes el televisor evadiendo los canales que dan las noticias cotidianas.

Ya no oyes ladrar a los perros y respiras aliviado. Te detienes en un canal donde se transmiten las exequias de Chavela Vargas. Dichosa ella, que no forma parte de los miles de muertos inadvertidos.

 

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