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1142 10 Septiembre 2012

 

ANÁLISIS A FONDO
¿Y las "malditas" instituciones?
Francisco Gómez Maza

¿Otro partido político a costa de los ciudadanos?
Si descalifica a las instituciones, por qué insiste

Ciudad de México.- López Obrador siempre ha navegado entre dos aguas: por un lado, se ha constituido en la voz de los sectores populares más desprotegidos, y de porciones de la clase media intelectualizada. Por el otro, juega con las reglas de una democracia perversa, que sólo es utilizada por las clases dominantes para sojuzgar a la población por medio de los partidos políticos y las instituciones jurisdiccionales que manipulan tales procesos electorales.

No puede definirse. Juega y cuestiona. Acepta las reglas del juego, pero al mismo tiempo las rechaza. Lo más lúcido de su campaña fue aquel compromiso que hizo público: de perder, se refugiaría en su rancho de Palenque. Pero olvidó todo.

Históricamente, su modo de pensar la política se ha “radicalizado” a partir de los postulados nacionalistas de la Revolución Mexicana, el nacionalismo revolucionario del general Lázaro Cárdenas y Luis Echeverría Álvarez. Propone lo que ha bautizado como Nuevo Proyecto de Nación.

Acabar con la corrupción y la impunidad y el enriquecimiento de los gobernantes a costa del erario, que han sido la rémora más degradante para la población mexicana.

Un modelo económico con crecimiento sostenido y pleno empleo con remuneración justa, dentro de un sistema empresarial.

Propone construir relaciones políticas que él llama democráticas: elecciones trasparentes, libres. Educación gratuita para todos.

Pero es imposible entender a Andrés Manuel López Obrador.

Aunque en las pasadas elecciones moderó sus cuestionamientos a las instituciones, que en 2006 mandó al diablo, por ineficientes e ineficaces (lo cual es cierto), y en el caso de los procesos electorales, cuestionó seriamente al IFE y al Tribunal electoral, así como al Código Federal de Instituciones y Procesos Electorales, alegando que le robaron el triunfo por medio voto, lo que ciertamente fue corroborado por el saliente Felipe Calderón, cuando dijo que él era el presidente “aiga sido como aiga sido”, López Obrador insistió y se presentó como candidato presidencial por la coalición de izquierda Movimiento Progresista.

Muy cerca de las elecciones del pasado domingo primero de julio, firmó con los otros tres candidatos una especie de acuerdo de civilidad, en el que todos se comprometían a aceptar los resultados del voto popular.

Sin embargo, al concluir el conteo de votos, pidió un recuento voto por voto, y acusó al priísta Enrique Peña Nieto de corrupción por compras millonarias de votos, mediante reparto de beneficios económicos a los votantes, financiamiento ilegal del sector privado y bancario, uso desmedido de medios de comunicación social, entre otros.

El Tribunal electoral desechó todas las pruebas presentadas por el ex candidato del Movimiento Progresista por inconsistentes, lo que mereció su rechazo total y el desconocimiento de la legalidad y legitimidad de la elección y de la representatividad del presidente electo.

Acusa al IFE y al TEPJF de actuar en la ilegalidad al no reconocer la verdad de sus acusaciones, lo que equivale a continuar desconociendo a las autoridades.

La pregunta central es: si no cree, si no confía en las instituciones electorales, por qué insiste en presentarse a jugar bajo las reglas que desconoce y rechaza.

Ahora, ayer domingo, en la concentración multitudinaria de sus partidarios, anunció su separación de los partidos del Movimiento Progresista y la decisión de convertir a Morena (Movimiento de Regeneración Nacional), que creó durante sus giras durante los últimos 5 años previos a la elección de julio, buscando que fuera la infraestructura ciudadana para ganar las elecciones. Sin embargo, el Morena no le fue suficiente para cuidar el voto. A su estilo personal de entender la democracia, aclaró que Morena se convertirá en partido sólo si lo deciden sus simpatizantes. Y anunció como arma de lucha lo que él llamó “la desobediencia civil”, sin aclarar qué es lo que sus partidarios tienen que desobedecer.

Antes de anunciar su separación del PRD, los dirigentes de este partido se le adelantaron casi en la víspera del domingo. Jesús Zambrano, presidente de ese gremio, dijo que respetarían la decisión de López Obrador, pero que reconocían la legalidad del triunfo de Enrique Peña Nieto.

Otras preguntas imposibles de no plantearse: si López Obrador desconoce a las instituciones electorales por presuntamente parciales en su contra, ante qué IFE registrará a Morena como partido político. A qué tribunal querrá confiarse.

¿Otro partido más de esta maldita partidocracia que tiene sometidos a los mexicanos? ¿Más dinero del erario, pagado por todos los mexicanos que cumplen con sus obligaciones con el fisco para seguir manteniendo a ese infortunio del imperio de la partidocracia, que limita a los ciudadanos, porque la ley, que crearon los mismos partidos, así lo determina?

Preguntas que únicamente revelan la incongruencia del líder, muy importante porque representa a los grandes sectores desprotegidos y a una clase media escolarizada, universitaria.

Se olvidó pronto de la campaña amorosa que propuso durante su campaña electoral, en momentos en que los mexicanos requieren, y con urgencia, una opción de izquierda que reconstruya las relaciones de producción del sistema, abatido por una economía injusta que sólo privilegia a los detentadores del gran capital y condena a las mayorías al desempleo, la pobreza, la miseria, abonados por la inseguridad pública que ha cobrado ya, por lo menos, unas 100 mil vidas tan sólo en el fallido “gobierno” del segundo presidente del derechista Partido de Acción Nacional.

Tendría López Obrador explicar qué entiende por democracia. Yo creo que la democracia es un sistema en el que no hay gobernantes, sino empleados de los ciudadanos, para resolver en conjunto los grandes asuntos de la vida de los individuos, de las comunidades, de los pueblos, de las ciudades.

analisisafondo@cablevision.net.mx

 

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