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1223 2 Enero 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Taco y Peluca de Historia
J. R. M. Ávila

Monterrey.- Antes de mí hay al menos tres pedidos de tacos, pero cada uno es bastante extenso, de manera que me pongo en calma y pienso en los pendientes que tengo para hoy. Son vacaciones, así que no llego ni a una lista de dos. Los propósitos de año nuevo son para más adelante.

Ya despachan el primer pedido. Nada menos que siete órdenes. A este paso, bien podría meterme en el carro y esperar, pero cuando voy a hacerlo, escucho la voz de un hombre que me dice: “Aquí hay algo raro”. Sin voltear a verlo, observo a los clientes y a los taqueros y como no encuentro nada extraño en ellos, pregunto: “¿Cómo?”.

Un hombre delgado, de unos cuarenta años me muestra un billete de cien pesos que tiene extendido ante sus ojos. Lo primero que supongo es que se trata de algún billete falso o que pretende embaucarme con él. Ya saben, el viejo truco de pedir que cambies el billete de cien por dos de cincuenta o por billetes y monedas de otras denominaciones.

“Mire”, me dice, “aquí arriba de la pirámide está un rey maya y abajo aparecen muchos como animalitos, aunque no creo: deben ser grupitos de gente que tiene miedo, porque el rey les está diciendo que al que no obedezca le va a cortar la cabeza”.

Como le digo que se trata de Tenochtitlan y que son grupitos de aztecas, insiste: “Yo creo que son mayas, porque en la película así pasaba. ¿No haces caso a lo que digo? ¡Órale! ¡Nomás rodaba la cabeza! Por eso todos le tenían miedo al rey. Ellos le rendían tributo, pero él también les rendía tributo”.

Replico diciéndole que no he visto la película a la que se refiere pero de seguro ha de ser gringa y que la historia desde el punto de vista de los gringos no siempre es… Pero me interrumpe sin contemplaciones, como si yo blasfemara: “Pues así pasaba en la película y así debe haber sido”, dice contemplando el billete, y no agrega más, porque su orden de tacos está lista, así que la recibe, paga y se va como si tal cosa.

Vuelvo al ambiente taqueril y noto que todos escuchaban con atención, como pensando de mí: “Este hombre qué va a saber de historia si no vio la película”, y la verdad es que me hacen sentir ignorante. En fin, cuando me sirven, me como mis tacos en silencio, como persona non grata y, apenas termino, pago y casi huyo.

Voy a la peluquería de costumbre pero sólo encuentro un anuncio que dice que el día primero permanecerá cerrado. Ni modo, tendré que ir a otra parte, porque la verdad es que ya no soporto tanto cabello. Me urge un corte.

Por fortuna encuentro abierta una peluquería a la que jamás he entrado y no lo pienso dos veces. Pero apenas entro, escucho la conversación entre el peluquero desconocido y el cliente al que le corta el cabello. “A Hidalgo se le metió aquello de ser Papa y se fue a la revolución, poniendo el pretexto de hacer libres a los indios”, dice el peluquero historiador, “ya ve que los chilangos tenían reservaciones cheroquis, pues ese fue el pretexto: hacerlos libres”, remata.

Cuando repara en mí, me recibe con amabilidad: “Pásele, siéntese”. Y dirigiéndose a los otros clientes que atiborran el local dice: “¿Pueden hacerle un lugarcito al señor?”. No, por favor, basta de lecciones de historia por hoy, pienso, y de inmediato le digo: “La verdad es que ahorita traigo prisa. Mejor vuelvo más tarde”. El peluquero contesta: “Como guste”. Y salgo despavorido.

¿Tan poca historia que sé, y van a salirme a estas alturas con que siempre la aprendí equivocada? A este paso, van a inventar que nuestro país participó en la Guerra de las Galaxias o que Nezahualcóyotl compuso la letra del himno nacional. No, por favor.

El corte de cabello puede esperar un día más.

 

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