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1278 20 Marzo 2013

 

La hora del perdón
Eligio Coronado

Monterrey.- La imaginación de Margarita Kullick busca temas. Así pasa con los nuevos escritores. Siempre están buscando desesperadamente un tema para desarrollar el gran texto. En cambio, los autores ya formados no tienen ese problema.

Aunque tienen otra clase de problemas: cómo elegir el mejor de todos los temas que tienen en perspectiva, cómo desarrollarlo para explotarlo mejor, cuál estructura es la más conveniente, cuántas retrospectivas deben emplearse, cuántas introspecciones utilizar, con cuál texto podrían aportar algo a la literatura contemporánea, cuál tema es el más original, etcétera.

La impaciencia es a veces el mayor problema de los nuevos autores. Publican en forma irreflexiva, sólo por acumular currículum. Eso propicia la circulación de muchos textos sin personalidad, sin vida. Torres y torres de palabras sin sentido.

Un cuento puede ser bueno por tres razones: porque tiene vida, porque aporta algo y porque lo escribió determinado autor, en ese orden. En el primer caso, el cuento se defiende solo. En el segundo, el cuento, sea bueno o no, es valioso por los cambios que pudiera introducir: forma de narrar, tratamiento lingüístico, enfoque temático, manejo de los personajes, uso de los tiempos, énfasis psicológico, etcétera. En el tercer caso, el cuento simplemente se aprovecha del prestigio de su autor.

Un ejemplo de los dos primeros casos son los cuentos de Sherlock Holmes: tienen vida propia y han contribuido enormemente a solidificar la importancia de la literatura detectivesca. Y no se valieron para nada del nombre de su autor, el joven médico inglés Arthur Conan Doyle quien, en cambio, a ellos debe su estatus de inmortal.

La tarea de los nuevos autores es difícil: escribir mucho y publicar poco, para ir adquiriendo el oficio e ir armando una obra sólida en el proceso. ¿Pero quién entiende eso? Todos queremos andar en la punta del grito literario del momento y que comiencen, claro está, a considerarnos escritores.

En “La hora del perdón”, de la mexicana Margarita Kullick, encontramos todo el entusiasmo de los nuevos autores, pero también los defectos propios de esa etapa (ingenuidad, impetuosidad, propensión a lo obvio, falta de oficio, falta de compromiso con la palabra, falta de autocrítica, desinterés por aportar algo a la literatura, etcétera).

La mayoría de los cuentos, a excepción de uno (“Rumbo al sur”, p. 119-123) nos parecen muy trillados: venganzas que no se realizan por accidentes inverosímiles, secretos familiares muy vergonzosos, toreros que sueñan con los toros que han matado (interesante), niñas atrapadas por descuido en el sitio donde se colocan los cadáveres para que los devoren las aves carroñeras (interesante), extraños ermitaños que socorren a las víctimas en los incendios montañeses, difuntas que se aparecen buscando a sus amados muertos, madres que presumen de sus hijos triunfadores y saludables, asesinos en universidades (interesante porque se centra en la cuestión psicológica), hombres acusados falsamente de delitos que no cometieron, agentes de bienes raíces que viven como ermitaños y son filántropos, romances con presidiarios que matan a sus esposas y mujeres apesadumbradas por la inminente venta de sus casas (el único cuento que tiene vida. Lo reseño por separado), entre otros temas.

Es bueno soltar la pluma, pero hay que vigilarla, para que no vaya por ahí levantando sólo polvo inútil.

Margarita Kullick. La hora del perdón. Monterrey, N.L.: Edit. UANL, 2011. 123 pp. (Colec. Narrativa).

 

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