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1283 27 Marzo 2013

 

FRONTERA CRÓNICA
Noches de mercadito
J. R. M. Ávila

Monterrey.- La primera noche que el mercadito llegó a la calle en que vive Javi, las puertas de la casa se mantuvieron cerradas. “Quiero salir a jugar”, decía, pero le contestaban que era peligroso, que entre tanta gente podía perderse o se lo podían robar.

Se conformó con asomarse por la ventana. Veía gente que pasaba para un lado y gente que pasaba para el otro. Aunque entendía muy bien que podía perderse, no alcanzaba a comprender que se lo pudieran robar. Por más que escudriñaba entre tantos rostros, a nadie veía con cara de que robara niños. Además, ¿para qué podían querer un niño robado?

De cualquier manera, a pesar del encierro que tuvo que sufrir aquella noche, le gustó ver tanta gente que no conocía. Le parecía increíble que enfrente de su casa pudiera caminar toda la gente del mundo, conocida y desconocida, gorda y flaca, prieta y blanca, fea y bonita, alta y chaparra.

No atendió a los primeros llamados para la cena, pero los olores del mercadito lo hicieron caer en el hambre. Olía a comida de todos tipos y a mil tentaciones que engullir. Sin embargo, no se le ocurrió pedir que le compraran algo, aunque los olores, sobre todo los de las golosinas, se le enredaban en la nariz.

Así que, muy a disgusto por interrumpir su contemplación del mercadito, tuvo que atender a los llamados de su propio estómago para ir a cenar. Aunque los olores de su cena nada tuvieron que ver con los del mercadito, dejó limpio su plato. Nunca había cenado tan aprisa.

Regresó a su lugar en la ventana y siguió atento al barullo. Escuchaba pláticas dispersas al paso de la gente, no entendía cuanto decían, pero nadie paraba de platicar. Quiso entender lo que decían, pero los retazos de voces que escuchó no armaron ni media historia.

Aquella noche no pudo dormir tan bien. Soñaba voces que no se callaban, voces que vendían ropa, comida, dulces; voces que hablaban de muchachas, novios, regaños. Pero sus peores sueños fueron de persecuciones, raptos y escapes. Tuvo que despertar varias veces para deshacerse de las garras que lo atormentaban en esos sueños.

El día siguiente la noticia en su salón de clases se refirió al mercadito. Los niños y las niñas hablaban de comida y juguetes, golosinas y brincolines, ropa y cajas de colores, calzado y libros para iluminar, herramientas y un sin fin de cosas qué desear.

Javi regresó molesto y reclamando a la casa: “¿Por qué a mis amigos de la escuela sí los dejaron andar en el mercadito y a mí no? Ustedes me echaron mentiras. Ellos salieron y nadie se los robó, ni siquiera a las niñas más bonitas”. No supieron qué responderle, así que sentenció: “Cuando el mercadito venga otra vez, me voy a salir aunque no me dejen”.

La siguiente vez, una señora que vendía ropa enfrente de su casa, pidió permiso a la mamá y al papá de Javi de conectarse a la electricidad. Se lo permitieron a cambio de dinero.

Lo interesante fue que un niño llegó con la mujer y, como Javi seguía sin permiso para salir, conversó con él a través de la ventana. “Yo me llamo Javi. ¿Cómo te llamas tú?”, inició la conversación. “Yo me llamo Chuy”, contestó el otro desde la calle. Hablaron tanto que pronto se les hizo necesario jugar.

En vista de que a Javi no lo dejaban salir, Chuy intentó conseguir permiso para que el cautivo fuera liberado. “Nomás hasta la banqueta”, fue la primera propuesta. La mamá se negó por completo. Chuy se retiró y regresó con su mamá que por fin convenció a la mamá de Javi.

Desde entonces juegan con canicas, tazos, monitos o lo que Chuy y Javi hayan ideado durante la semana. Antes de empezar ponen las reglas pero las modifican de acuerdo a como el juego evoluciona.

Hoy Javi está muy contento porque habrá mercadito. Lo espera con dos carritos en las manos: uno celeste para él y otro plateado para su amigo. Por eso, una y otra vez, se asoma a la calle, entra a la casa, se sienta a ver televisión, ve los carritos en sus manos. No cabe su impaciencia en la casa. ¿Por qué tarda tanto en llegar la noche?

“Acuérdate que son vacaciones, Javi. A lo mejor no hay mercadito”, le previene su mamá. Pero el niño no tiene tiempo para afligirse porque en este momento escucha la voz de Chuy, llamándolo desde la calle.

Javi sale disparado. El amigo viene a su encuentro con dos carritos exactamente iguales a los suyos. La alegría se les desborda a los dos.

 

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