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1308 1 Mayo 2013

 

Pupilas de espejo
Eligio Coronado

Monterrey.- Lo claro se explica por sí solo, lo preciso resalta el significado de cualquier enunciado y lo ameno atrapa inevitablemente al lector. Así ha sido siempre el estilo de Rosaura Barahona y lo volvemos a comprobar en Pupilas de espejo.

En este volumen encontramos dieciséis textos, escritos entre 1973 y 1993, en los cuales Rosaura rememora algunos aspectos muy vitales de su bitácora personal: el momento en que dio a luz a una de sus hijas, una visita inesperada a la antigua casa familiar en Saltillo, la época en que siendo niña se acostumbró a dormir en los brazos de su padre y sus cavilaciones al sorprender a su hijo adolescente viéndose al espejo (o el espejo viéndolo a él, como sugiere el título).

No faltan las idas a la Isla del Padre, las visitas al desaparecido restaurant-bar local El Fornos, los flashbacks al Monterrey previo a la Macroplaza, el río de polvo Santa Catarina y el desconcierto de un guatemalteco (Rodolfo Santizo) al no encontrar la misma ciudad donde estudió veinticinco años atrás.

¿Cuántos textos caben en la pluma de un autor o autora? En la de Rosaura son interminables (noches de bohemia, la llegada de las golondrinas, ausencias cuya ausencia duele más, zoológicos de cristal que un día dispersó el descuido y niños que nos sorprenden con su astucia, et al.), todos ellos bordeando el artículo, la memoria y el ensayo aunque, categorías aparte, todos totalmente disfrutables.

Rosaura (México, DF, 1942) sabe tejer sus textos, hacerlos interesantes, sopesar las palabras y elegir las correctas, aplicar el tono adecuado, imbuirles la necesaria intensidad, dosificar el ingenio, espolvorear el humor, administrar las pausas, calcular la extensión, obtener el efecto deseado y ponerles el punto final cuando es debido. Para cuando terminamos de leerla ya estamos irremediablemente barahonizados y pasamos a incrementar su vasta legión de seguidores.

Bastan unos cuantos ejemplos para justificar el dictamen: “Cuando nació tu ausencia, la adopté. Después de todo, era tu única herencia” (p. 64), “El nuestro tiene nombre de río, pero más por costumbre que por mérito y, lo curioso, es que nosotros le seguimos la corriente” (p. 51), “El suéter, dicen, es una prenda que la mamá pone a sus hijos cuando ella siente frío” (p. 68).

Así es Rosaura: sabe lo que quiere decir y cómo decirlo, y tiene el oficio para hacerlo, un oficio gestado en las aulas y perfeccionado en el periodismo: “De repente, como furiosa por nuestra indiferencia, la intimidad explotó y nos atrapó a los dos desprevenidos, a tal grado que tuvimos que correr a guarecernos bajo el techo del primer tema trivial con que topamos” (p. 61), “En el fondo, él (Rodolfo Santizo) sabía que llegaría a una ciudad distinta a la que dejó. Encontrarla igual hubiese sido como visitar un cadáver. Y además, aunque la hubiese encontrado idéntica (…), la ciudad nunca hubiese sido la misma, porque él mismo, ya es otro” (p. 42).

Rosaura Barahona. Pupilas de espejo y otros textos. Monterrey, N.L.: Edit. UANL / Fondo Editorial de Nuevo León, 2012. 69 pp.

 

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