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1325 24 Mayo 2013

 

Sobre-leyendo el concepto de interculturalidad
Alejandro Marín

Ciudad de México.- La fluctuante interacción entre dos o más grupos culturales (territoriales, geográficos, etarios, con respecto al género, a la identidad y preferencia sexuales, religiosos, académicos, artísticos, lingüísticos, entre otros ejemplos) de modo que uno no esté sobre otro/s, el respeto ante la diversidad poblacional y cultural, la horizontalidad en la efectiva comunicación recíproca entre sujetos sociales, la información pertinente y el libre acceso a ella respetando la lengua de origen, la sinergia, la integración a la identidad nacional, el indigenismo recalcitrante, la hegemonía ignominiosa, los innombrables poderes fácticos, la (in)justicia social, la discriminación, el ejercicio de los derechos económicos, políticos, sociales, ambientales, culturales; cada uno de los pueblos de México, las personas con y sin alguna discapacidad, y la idea que cada uno tiene de sí. Todos estos enunciados son aristas y vértices de un rompecabezas del que pocos mucho saben y muchos poco sabemos sobre cada una de sus piezas, por ejemplo, que éstas suelen cambiar en sí mismas mientras transcurre el tiempo. A este rompecabezas laberíntico hemos querido llamar interculturalidad.

Ninguna cultura es estática, ninguno de sus factores constituyentes lo es tampoco. ¿Cómo leer este amorfo laberinto? ¿Cómo darle cauce hacia nuestras realidades concretas?
Complicado explicarse a sí mismo la manera de ver y comprender el colorido y multicambiante entorno cultural cuando el/la observador/a ha creído religiosamente en el blanco y el negro, en el bueno y el malo, en el adán y eva, en el maniqueísmo primitivo (si acaso fuera cierto que lo primitivo fue maniqueo), en el cielo y el infierno, en el tener o no tener, en el “ante todo” poseer la verdad verdadera hasta que alguien grite o pegue más fuerte.

Nuestra lexicografía coloquial se ha reducido amén de los bienes de consumo esnob, incluida la política pública, empresarial y social. Esta reducción ex profeso ha sido enseñada cual si fuera un idioma integral, y en medio de ella confundimos productos con marcas registradas, abstracciones con sujetos, respeto con obediencia, lucidez con inmoralidad, identidad cultural con eslogan comercial, enajenación con rebeldía, independencia familiar y económica con sometimiento sistémico, sujeto con objeto, empoderamiento con adquisición de bienes. Nuestros monolexismos (chido= sano, prudente, grandioso, agradable, bien, fortificante…) no nos permiten describir la multiplicidad de colores, menos aún la de culturas.

En medio de una realidad social apabullante y de una idea colectiva de sapiencia pro-científica, se confundió semánticamente (y a modo) la polaridad eléctrica con la polaridad social. Se vendieron dogmas en las escuelas (y en los núcleos familiares), y se les llamó verdades científicas (v.gr. “hay estudios científicos que dicen que tomar mucha agua hace bien”). Estas leyes de vida no permiten ver la multipolaridad social, ni comprender la otredad cultural toda vez que no son descritas ni explicadas bajo las verdades científicas que reza la televisión y los medios masivos de información. No obstante que ahí está, no se observa el colorido y multicambiante lenguaje y sabiduría pluricultural.

Con el avance tecnológico, se aspiraba a tener una mejor calidad de vida para la población, igual que se aspiraba a abatir la delincuencia cuando se iluminaron por vez primera las calles con bombillas eléctricas durante la noche. Nuestra idiosincrasia ha madurado pero nuestras instituciones no. La “apolítica” academia y la política gubernamental insisten de facto en mantener privilegios para los dueños del dinero.

Las reglas del capital por encima del ejercicio del derecho a la vida de cualquier persona, a su alimentación, a su digna vivienda, a su educación. ¿La educación debería seguir siendo un bien de consumo?

[No es ajeno que en la reforma a telecomunicaciones no se toquen los contenidos mediáticos en lo absoluto, ni que entre las poblaciones socialmente más vulneradas, se demande comunicación. Se demanda comida, salud, vivienda, trabajo, pero no comunicación. El espectro radioeléctrico es parte territorial de la nación, pero no se ve.]

La comunicación intercultural viene a posicionarse como un accesorio intelectual para nerds, o algo así.

La cultura internauta ha diseñado ya el concepto de prosumidor (prosumer). No sólo lo ideó, sino que lo diseñó para beneficio de la red y de las empresas de avanzada como Google y otras, bajo un discurso casi ecológico y ambientalmente correcto. Se habla de los modos de comunicarse pero no de los contenidos, se replican mitologías contemporáneas al modo viejo en las nuevas rutas de la comunicación digital y sigue abriéndose la brecha de desigualdad social entre los más de 112 millones de habitantes, niñas, niños, hombres, mujeres y adultos mayores que cohabitamos en este país.

La interculturalidad viene a resolver algunos asuntos, no semánticos sino sociales, de orden nacional e internacional urgentes ante desafíos de bombas atómicas y otros desastres imperiales. ¿Seremos capaces de darle paso pronto? Cultural y sistémicamente no tenemos las condiciones necesarias, pero por ahí se dice que las condiciones uno las genera.

Quizá pronto en cualquier ciudad de México, pueda leerse en una barda al estilo grafiti de la rebeldía estudiantil, obrera o campesina la siguiente leyenda:

La interculturalidad es el principio de política basado en el reconocimiento de la otredad manifiesta en la salvaguarda, respeto y ejercicio de los derechos de toda persona y comunidad a tener, conservar y fortalecer sus rasgos socioculturales y diferencias, que se desarrollan en el espacio privado y público, haciendo posible la interacción, la mezcla y la hibridación entre sociedades culturales, así como el derecho de todas las culturas participantes a contribuir con el paisaje cultural de la sociedad en la que están presentes. ( Artículo 15, Ley de Interculturalidad, atención a migrantes y movilidad humana en el Distrito Federal)

Quizá pueda demandarse el cumplimiento de este principio, que es una primera aproximación jurídica a una posterior e inédita definición colectiva, en la familia, en la calle, en el barrio, en la escuela, en los eventos masivos, recreativos, deportivos, artísticos, religiosos, ante la pareja, en el transporte público, terrestre, marítimo y aeronáutico, ante el gobierno ejecutivo, legislativo y judicial, en los órdenes federal, estatal y municipal.

Quizá pueda asumirse si aprendemos a leernos este laberinto que fluye de nuestra piel hasta nuestra estirpe, desde nuestra sonrisa hasta nuestro hartazgo social de estar viviendo como lo hacemos, desde nuestra arrogancia hasta nuestra ignorancia de que podríamos estar conviviendo simplemente de otra manera.

 

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