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1334 6 Junio 2013

 

EL CRISTALAZO
Imágenes de China
Rafael Cardona

Ciudad de México.- La suya resultaba una visión paradójica.

Era uno de los más feroces combatientes del Ejército Rojo, sobreviviente a las purgas y los vaivenes del maoísmo cultural, arrebujado ahora en la anciana edad de sus ochenta y tantos años como si fuera un pensionado con los ojos entrecerrados, envuelto en el humo azuloso del tabaco en espera del invierno, pero dueño por esos días del poder inmenso para darle a China el gran salto mediante un arte ideológico donde pudieran convivir dos sistemas antagónicos por definición. El gato cazaría ratones , sin importar el color de su pelaje.
Mil dólares per cápita era la meta anunciada en 1978. Hoy sobrepasa los cinco mil.

Deng Tsiao Ping, vestido con la gris uniformidad de los dirigentes del Partido Comunista Chino recibe al Presidente de México, Miguel de la Madrid en un Salón del Gran Palacio del Pueblo. Enorme vastedad de piedra fría. Dos sillones mullidos para los dignatarios, uno frente al otro. Un cordón amarillo separa a los hombres del poder del resto de sus comitivas y, obviamente de la prensa. El camarada Deng se hunde en los cojines con la dicha nube del cigarrillo, inseparable.

—Este no es el gran salón del gran palacio. Hay otro salón más grande. En China, siempre hay algo más grande—, comenta ante el asombro del visitante.

En la reunión con mesitas laterales y tacitas en hervor de te verde, los presidentes se dicen las mismas cosas de los diálogos parcialmente públicos de los políticos cuando se toman la fotografía oficial de cualquier encuentro conmovedor, hacen evidentes las coincidencias en propósitos generales y se sonríen como si fueran amigos de toda la vida, aun cuando jamás se habían visto cara a cara, y quizá no se vuelvan a sentar juntos en los años restantes de sus vidas, pero hoy se le debe dar un sentido a las banderitas desplegadas por aquí y por allá con magnánimo compartimiento del orgullo nacional, pues no son esas insignificantes charlas material para el oído o la memoria, sino cháchara de escenografía para las fotos de los diarios de la mañana siguiente.

Pie de foto.- El Presidente tal por cuál, charla en animada reunión con su homólogo el Presidente cuál por tal, en una reunión preparatoria de su entrevista formal ayer en el salón principal del gran palacio principal, donde se abordarán los temas principalísimos de la compleja y bien nutrida agenda bilateral. Al salir del Gran Salón la fila de autos negros es interminable. Tras la primera reunión el Presidente ha sido invitado a conocer el Mausoleo del Gran Timonel, el Sol Rojo de Nuestros Corazones.

Vamos todos a ver la momia de Mao. ¿Cadáver?, cadáver el de Don Benito Juárez, este es un pinche muerto de vecindad, decían los cómicos de la vieja carpa. Para quienes la experiencia va más allá de Guanajuato y sus cartones arrugados con hilachas de pelambre decolorada, machaca en el menú del más allá, la visita a la momia más famosa del mundo (junto a las de Lenin o Tutankamón) promete ser un hito “momiológico”, si tal concepto existiera.

Si hemos de creer en los libros (Jung Chan, Jan Hallyday), cuando Mao murió era un hombre severamente dañado. Tenía distrofias de todo tipo (el mal de Lou Gehrig, entre otros), enjutamiento, pocos dientes y escasa cabellera pero ahora, bañado por la grisácea luz dentro de una burbuja de cristal irrompible, rodeado por manojos de flores incorruptibles(el plástico no se corrompe) y severamente vestido con un traje de gala de impecable paño gris, veo el cuerpo de un atleta de pecho prominente y amplio tórax; de nadador de ríos, domador del Yang Tse, vencedor de las montañas como el Taishan siempre barbado de nubes y decorado de estrellas; cuello bovino, cabellera negrísima y peinada hacia atrás con el resplandor del ébano en el destello de la penumbra del fondo.

—Impresionante, ¿no Cardona?

—Con todo respeto, Señor Presidente, nos han mostrado un auténtico cuento chino.

Pero la potencia de China no es un cuento. No lo son sus industrias, ni sus sistemas hidroeléctricos, ni su poderosísimo ejército, ni sus sistemas de comunicación, ni sus satélites, ni sus bombas, ni sus científicos, ni sus narradores y poetas; no lo son sus pintores y cirqueros, ni su agricultura capaz de alimentar con más de un cuenco de arroz –como decía Mao–, a los mil doscientos, trescientos o quién sabe cuántos millones de personas haya hoy en sus interminables tierras, tampoco su importancia geopolítica, mucho menos es un cuento el rostro perfecto de esa joven cuya paciencia de pincel infinito pinta muchachas desnudas a la orilla de un río en el interior de una esfera de vidrio limpísimo, clarísimo e irrepetible.

 

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