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1357 9 Julio 2013

 

EL CRISTALAZO
Lecciones de las elecciones
Rafael Cardona

Ciudad de México.- No sabemos con claridad desde el altiplano, cómo piensan los bajacalifornianos. Es más, muchos de por acá ni siquiera saben la diferencia entre Tijuana y Mexicali. Por eso vale más la pena dejarse de especulaciones y leer el diario local de aquellas tierras:

“Con el 70.92 por ciento de las actas computadas hasta las 00:00 horas de hoy, el candidato a la gubernatura por la alianza Unidos por Baja California, Francisco “Kiko” Vega de Lamadrid, se perfila como el ganador de la contienda electoral, al aventajar a Fernando Castro Trenti, de la coalición Compromiso por Baja California, 47.56 por 43.52 por ciento, en lo que parece una tendencia irreversible (La Crónica de Mexicali).”

Y si las cosas son así, pues no le queda al PRI otra cosa sino revisar cómo fue posible perder un estado cuando se habían ganado previamente sus cinco municipios fundamentales; el partido del gobierno estaba no sólo derrotado, sino desvencijado, descolado mueble viejo, diría el tango, y aun así les ganó el gobierno en disputa. Solamente por la mala selección del candidato. Quizá no se trataba de buscar quien era el más ducho en la grilla interna, sino quién podía ganarle a “Kiko”.

Por cierto, mucho del ridículo nacional se deriva, yo creo, de los apodos. Yo no votaría por un señor cuya tarjeta de presentación luce con orgullo propio el mote de “Kiko”. A lo mejor la Selección Nacional no sobrepasa sus niveles de magra flotación en las tablas, por sus técnicos. Cuando no se llaman “Ojitos”, se les nombra “Chepo”. Como decía el prehistórico cazador de las estepas cuando escaseaba el alimento: no mamut.

Pero en fin, después de esta profunda disquisición en tono de los apodos, regresemos a las materias cercanas a la política.


De confirmarse la ya mencionada tendencia, el presidente Peña y su partido habrán visto cómo se pierde Baja California y se gana el pacto. Y en este caso, como en otros tantos,París bien vale una misa. A fin de cuentas, la extraña democracia mexicana necesita de opositores fuertes (o medianamente fuertes) para resistir no la evidencia, sino la crítica. Y como últimamente nos importa más la opinión y menos la verdad, pues somos capaces de conformarnos con las engañosas apariencias.

Nada le habría hecho más daño al PRI como un carro completo, dicen los políticamente correctos.

Pues debería haber más incorrectos.

Un partido político tiene como finalidad ganar poder. Y mientras más gane, mejor. Y si sus opositores no ganan (limpiamente, todo esto limpiamente), pues entonces deben preocuparse ellos, no el vencedor frecuente. Pero en México dos y dos son cuatro, siempre y cuando no convenga un resultado de cinco o de tres, según el caso.

Otra ganancia marginal ha sido la demostración de la inexistencia del grupo Atlacomulco. Si aquella leyenda fuera cierta, el candidato habría sido Jorge Hank, quién sabe si con el mismo resultado de su primer intento. Ahora con la presidencia en manos de un hombre de Atlacomulco, Jorge se queda en las gradas de su estadio mirando pasar el desfile.

La otra lección es la evidencia del insaciable apetito de los opositores para pedir posiciones. Una herencia de los tiempos del siglo pasado, de la reforma de Reyes Heroles cuando se les legalizó, financió, reconoció, abrió, concedió y todo cuanto ya sabemos, hasta llegar a esta aparente circunstancia de una democracia de eterna incubadora.

También podemos hallar como aprendizaje la relativa influencia de la violencia en los procesos y el poco mérito de la siembra terrorífica de tantos opositores, y su permanente anuncio de las elecciones ignominiosas. Yo no sé si eso habla bien de la democracia en sí. Nada más describe la circunstancia en real dimensión.

La corte

Hace unos días, la Suprema Corte de Justicia declaró inconstitucional la llamada norma 29 por la cual el gobierno del DF impedía (o trataba de impedir) la competencia destructiva de las tiendas de autoservicio contra los pequeños comerciantes y mercaderes de la ciudad de México.

Como se sabe, Marcelo Ebrard quiso (a mi juicio con toda razón) proteger a los locatarios del DF de la imposible competencia de enormes establecimientos, cuya potencia y volumen en el mercado los puede aplastar. Y de hecho, los ha aplastado. La norma 29 pretendía preservar al menos una mínima zona de influencia comercial, una especie de seguridad territorial. Hacer a un lado a los competidores como se hacía alguna vez con las perniciosas cantinas en la vecindad de las escuelas. Y eso nunca fue declarado inconstitucional, como tampoco el edificio de muchos pisos junto a pequeñas construcciones.

Pero en esta medida, de evidente afán proteccionista (el deber de un gobierno es proteger a los débiles) los poderosos comerciantes de la ANTAD tuvieron forma ( quien sabe cuál haya sido ésta) de convencer a la Corte de la defensa de la libertad comercial, del derecho ciudadano de elegir, de los beneficios de la concentración, de la necesidad de contar con actores potentes y de “Muscle cars” en un juego de cochecitos de feria.

Y debe tener razón la Corte. La libertad comercial consiste en respetar la tajada del león, la ley de la selva, el olvido de los débiles.

 

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