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1371 29 Julio 2013

 

Violento “abogado” del pueblo
Claudio Tapia

Monterrey.- La Organización Mundial de la Salud ha definido a la violencia como “el uso intencional de la fuerza física o poder, potencial o real, en contra de uno mismo, otra persona, o en contra de un grupo o comunidad, y que provoca o tiene una posibilidad real de causar daño físico o psicológico, la muerte, el mal desarrollo o la privación”.

Adviértase que nada impide que el Estado ejerza sus facultades y poder con violencia, como de hecho sucede, en cuyo caso, si se excede pierde autoridad. Poder y autoridad son cosas distintas, el primero es legal y la segunda es moral.

La violencia en nuestro país se ha vuelto una norma de convivencia, se repite todos los días y de forma simultánea en los lugares donde el Estado ha dejado de gobernar. La violencia se volvió crónica, es decir, no la podemos erradicar. Es un fenómeno sistémico que se autoregula y se reproduce por sí mismo.

A la violencia la nutren varias vertientes: la nueva pobreza que surge del incremento desmesurado de urbanización y riqueza, degradación de los espacios públicos, informalidad y precariedad laboral, efectos de la política neoliberal, destrucción ambiental y conflictos por el apoderamiento de los recursos naturales.

El estrés producido por la violencia crónica, hace crónico también el miedo, destruyendo la capacidad neurológica necesaria para que padres e hijos sostengan el vínculo primario de relación. Trastorna el desarrollo individual, familiar y social. Provoca en quienes la viven una enorme confusión entre lo legal y lo ilegal, lo moral y lo inmoral, lo legítimo y lo ilegítimo.

Da miedo advertir que la fuerza militar y policiaca del Estado, con todo y sus instituciones de seguridad y procuración de justicia y sus respectivas políticas públicas, ha fracasado en su intento de aminorar  la violencia crónica que azota al país.

Pero más miedo da escuchar las voces de los autoritarios desesperados que, con una visión simplista y unidimensional del problema, suponen que la violencia que sufrimos surge de la lucha de buenos contra malos y proponen, como solución única, el golpe de la mano dura del Estado enguantada en la mal interpretada cero tolerancia. El violento exterminio del enemigo, pues.

Me dejó aterrado el artículo del “Abogado del Pueblo” en la edición de El Norte del pasado 24 de julio. Empieza por reproducir la frase de Alexander Haig (que no fue un militar nazi o fascista sino norteamericano): Si la fuerza bruta no surte efecto… ¡es que no se empleo la suficiente!

Según el “Abogado” del pueblo, la fuerza del Estado debe usarse para escarmentar, para castigar ejemplarmente: “Cuando el Estado emplea la fuerza, esta debe ser abrumadora”, afirma contundente y continúa: “no se puede andar con miramientos y medias aguas ¡el golpe debe ser con todo! No existe mejor manera de aplacar a los violentos que dándoles una sopa de su propio chocolate”.

Aunque el autoerigido defensor del pueblo habla a nombre de los ciudadanos porque cree saber lo que pensamos, yo disiento de su temerario desatino al proponer combatir a la violencia con más violencia.

Hay muchas cosas más que se pueden hacer, como realizar labores efectivas de inteligencia, bloquear los flujos financieros, ir por los verdaderos dueños del negocio sin limitarse a matar a los sicarios y controlar el aprovisionamiento de armas, por ejemplo.

No se mal entienda. Nadie está pidiendo que el Estado Constitucional capitule o que rinda la plaza, no. Se pide una revisión de la estrategia si la hubo, y que se elabore una a partir del reconocimiento de que el complejo y delicado asunto se debe abordar a partir de las múltiples causas que lo originan. El problema tiene vertientes económicas, políticas y sociales, no sólo militares.

Es la política sustentada en el bien común y en la búsqueda de la vida buena de los ciudadanos, la política con base moral, la que puede impedir que la violencia que padecemos sea cotidiana, sin tener que recurrir al exterminio del enemigo. Lamentablemente, la solución está en esa política que nuestros gobernantes desconocen.

La sopa de su propio chocolate, la fuerza abrumadora, el golpe con todo, engendra más violencia como ha quedado demostrado. La violencia no acaba con la violencia, por el contrario, empuja a otros a ejercerla de manera creciente en una escalada que no tiene fin. Son millones los marginados que pueden optar por ella.

Cuidado, no se los van a acabar.      

 

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