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1372 30 Julio 2013

 

Michoacán: trágico laboratorio
Hugo L. del Río

Monterrey.- Las emboscadas no se improvisan: se organizan. El almirante comandante de la Octava Zona Naval, Carlos Miguel Salazar Ramonet, y su asistente, un segundo maestre, cayeron en una trampa cuidadosamente preparada en la que participaron docenas, si no es que cientos de personas.

Los marinos, con la esposa del señor Salazar Ramonet y otro ayudante, viajaban sin escolta, en una camioneta carente de blindaje. Iban de Morelia a Guadalajara, cuando un plantón que cerró la autopista, los obligó a tomar un camino secundario. Una furgoneta les cerró el paso a la altura de Las Cruces, en el Municipio de Churintzio, y se les exigió la identificación; el comandante vestía de civil. Intempestivamente, llegó otro carro y sin mayor trámite cayó la lluvia de acero sobre la vagoneta de los marinos.

El presidente de la mesa directiva de la Cámara (federal) de Diputados, Francisco Arroyo, se apresuró a calificar el atentado como “una desafortunada coincidencia”. Son demasiadas concomitancias para que dejemos así las cosas. El bloqueo; el cierre de la autopista; el desvío obligatorio hacia Churintzio y hasta el hecho de que el primer grupo de asesinos no haya reconocido al almirante que, por cierto, como marino y hombre de honor, cubrió con su cuerpo a su esposa quien, de todas formas, sufrió heridas graves.

Para empezar, ¿cómo sabían los sicarios que el comandante de la Octava Zona Naval viajaba por carretera rumbo a Guadalajara? A mí me pagan para ser desconfiado y sé que el jefe militar de una zona donde en un mes han sido muertas 48 personas y en una semana fueron abatidas 29, no compra espacio en los medios para avisar de sus desplazamientos. Quizás estamos hablando de una traición.

La PGR tiene en su poder a tres pobres diablos, a quienes los templarios les pagaban siete mil 500 pesos al mes por halconear, cometer robos, extorsiones y todo eso. Ahora los van a culpar hasta de haberle quemado los pies a Cuauhtémoc.

¿Es, quizá, Michoacán, una especie de trágico laboratorio donde el crimen organizado, en aparente colusión con mandos políticos y militares, ensaya nuevos métodos para agredir e intimidar a la sociedad?

Me conmueve la ingenuidad de los comuneros de Los Reyes –siempre en tierra tarasca– quienes viajaron a la ciudad de México para pedirle protección al presidente Peña Nieto. El 22 de este mes, policías municipales de esa localidad acompañados por sayones, asesinaron a cinco personas que protestaban por la ola de violencia. Nuestros protectores (los honestos, los profesionales) están siendo masacrados.

¿Quién les va a dar garantías de nada a los purépechas?

Supongo que a mis lectores les llegó también el vídeo donde el doctor José Manuel Mireles, del Consejo de Autodefensa de Tepalcatepec, denuncia que ante las matanzas, “ninguna autoridad pudo cumplir con su función porque todas, municipales, estatales y federales, eran parte de estos cárteles o estaban en la nómina de ellos”.

 

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