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1384 15 Agosto 2013

 

La verdad sobre el caso Harry Quebert
Luis Villegas Montes

Chihuahua.- El de la lectura es un arte complejo; pareciera sencillo, pero no lo es. Leer no trata solamente de juntar letras o palabras; es más que eso. Es necesario hallar un significado o sentido a lo que esas palabras dicen o quieren decir.

Por ello, las palabras escritas tienen vida propia; una vez que vuelan de los dedos de su autor, o escapan del cerco de sus dientes, las palabras existen por sí mismas y en cada uno de nosotros ejercen un influjo distinto. Lo que a mí me apasiona a otro puede dejarlo frío. Lo que a aquel arrastra o seduce, a mí es posible que no me produzca ningún efecto.

La lectura puede regalarnos grandes sorpresas o acarrearnos grandes decepciones. Por eso, leer, es siempre una aventura magnífica.

Estos días, estas semanas, he leído mucho. Ocho o más libros, quizá. Tres de ellos, muy, muy buenos; pero de todos, me quedo con uno:
La verdad sobre el caso Harry Quebert (Alfaguara. México: 2013). Pocos libros están destinados a influirnos; a conmovernos, a hacernos muy felices, aunque sea un ratito. Gustarnos, pueden gustarnos muchos; entreteneros, pueden entretenernos muchos más. Pero libros queridos, que casi duela dejar de leerlos, pocos, muy pocos. Ahora yo sé casi de inmediato cuándo un libro es o va a ser uno de esos porque al exclamar: “ya lo terminé”, es inevitable que Adolfo me pregunte al instante: “¿De tus preferidos?”; y entonces viene el juicio súbito y lapidario, sin tiempo para tramposas cavilaciones: “Sí” o “no”.

Si es sí  (y hace tiempo que no decía “sí” tan feliz, tan jubilosamente) creo que se me ilumina el rostro (tarea bastante difícil la verdad, pues estoy más prieto que un pinacate) porque Adolfo se sonríe y se siente feliz por mí y, a veces, se me arrima y me dice: “¡Ay, papito!”, con mucha ternura, como si el hijo fuera yo y no  él; y le diera gusto constatar que soy capaz de esas alegrías tan simples y tan al alcance de la mano. Si es “no”, nos quedamos serios los dos.

La verdad sobre el caso Harry Quebert  lo compré casi por compromiso. Me explico: compromiso conmigo mismo. Yo más bien soy medio burro y definitivamente los viajes que he emprendido no me han ilustrado mucho, de veras. He aprendido más de la vida por las tiznas que me ha puesto y de la mano de los libros, que de los viajes. Cuando viajo no me arriesgo; no voy y saboreo todas las salsas, ni veo todos los colores, ni dejo que se me llenen los pulmones de todos los aires. Prefiero la quietud de la contemplación y pisar en senda conocida.

Si voy a Yucatán, por ejemplo, prefiero no gozar de sus artes culinarias, y voy y me zampo lo primero conocido que encuentre, así se trate de carne a la tampiqueña (lo admito, ese tipo de crímenes lo he cometido en más de una ocasión). Si por azares del destino llego a probar algo desconocido y me agrada, ya no salgo de ahí: “Más seguro, más’marrado”. Así que en Mérida tragué sopa de lima como loco, el “queso relleno” me salía por las orejas y al “relleno negro” preferí dejarlo en la incógnita de su nombre.

Cuando compro un libro, no; por lo general suelo arriesgarme. Esa senda me ha deparado terribles disgustos; pero también, como en el caso de La verdad sobre el caso Harry Quebert, alegrías sin cuento. Contarles los pormenores del libro rebasa, por mucho, mi escaso talento y lo reducido de estas páginas. Sin embargo, es un libro que habla de la escritura (de la creación literaria), al tiempo que cuenta una historia de amor y de intriga.

Ávido lector de literatura policiaca en mis mocedades, de las que leí decenas si no es que cientos de novelas y cuentos, gracias a Patty, mi hermana, quien por su trabajo hubo una época que tenía acceso a muchísimos libros, leí con su aprobación (y las más de las veces sin ella) una ingente cantidad de libros (seguramente ella no se acuerda, pero yo sí), entre los que Agatha Christie figuraba en primerísimo lugar.

Pues bien, La verdad sobre el caso Harry Quebert, es la mejor novela policiaca que he leído; y lo es porque no solo se ocupa de los pormenores del crimen que le sirve como telón de fondo, sino porque narra un episodio reciente de la historia de América del norte; reflexiona sobre la idiosincrasia norteamericana en una apartada y pequeña comunidad de su extensa biografía; mantiene el suspenso del lector en todo momento; desarrolla, una, dos, tres y hasta cuatro historias de amor; despeja los misterios del arte de escribir una novela; y remata con un final lleno de sorpresas, en tanto recorre un camino plagado de pistas falsas. Es una novela policiaca porque trata sobre la resolución de un crimen, pero nada más. La verdad sobre el caso Harry Quebert es la excusa perfecta para hablar de literatura y su estrecha relación con la vida misma, cargada de misterios, de sobresaltos, de imposibles y de alegrías inesperadas.

Aunque luego de una ausencia tan prolongada (casi tres semanas) este pareciera un asunto frívolo, comparado con los grandes temas que la realidad cotidiana nos depara, lo cierto es que prefiero abordar asuntos luminosos y gratos; ya habrá tiempo para ocuparse de los sombríos laberintos de la política nacional.

 

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