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1401 9 Septiembre 2013

 

La lección chilena
Hugo L. del Río

Monterrey.- Hace cuarenta años, todas las furias del infierno se desataron contra el pueblo chileno. En pocas horas, militares y carabineros se impusieron a millones de civiles desarmados. Los golpistas ingresaron al semidestruído palacio de La Moneda con instrucciones de matar “a todos”, menos al Presidente constitucional, Salvador Allende. Lo querían capturar vivo.

El doctor Allende se negó a ser rehén de los traidores. Tomó el único camino que le quedaba: el suicidio.

La dictadura duró de 1973 a1990. Nadie sabe cuántos miles de seres humanos fueron torturados, asesinados, desaparecidos. El Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, entonces asesor de Seguridad Nacional de Nixon, amenazó en diciembre del 72 a Orlando Letelier, a la sazón embajador de Chile en Washington:”No vamos a permitir que tengan éxito. Cuenten con eso”.

El triunfo del socialista Allende en las elecciones de 1970 enfureció a Nixon. En el Salón Oval de la Casa Blanca gritó:”¡Ese hijo de puta, ese bastardo!”. Durante más de cuarenta años, las fuerzas armadas chilenas se habían esforzado por proyectarse como ejércitos “profesionales, no deliberantes”; pero cientos de oficiales y suboficiales fueron entrenados por el Pentágono en “métodos” de tortura y mecanismos de golpe de Estado, al tiempo que asimilaban lo más burdo de la argumentación anticomunista propia de los años de la Guerra Fría. 

Antes del once de septiembre hubo mensajes de que los comandos castrenses estaban inquietos: el 29 de junio de 1973 se sublevó el Segundo Regimiento de Blindados y el 20 de agosto estuvo a punto de alcanzar el éxito una revuelta de algunos cuadros de la Fuerza Aérea. El Presidente Allende era jefe del Estado y el gobierno, pero no tenía el poder: la aduana evitó que recibiera un alijo de armas que le envió Fidel Castro para su guardia personal.

No todos los hombres bajo banderas se prestaron a ensuciar el uniforme: fueron asesinados los generales René Schneider, Carlos Prats, Alfredo Bachelet –padre de la ex presidenta Michelle− y docenas más de soldados, marinos, aviadores y carabineros que dieron la vida por salvar el honor. A EU no le importaba Chile y se le daba un ardite la nacionalización de la ITT y las minas de cobre. Lo que le preocupaba a la República Imperial era que las izquierdas de Europa Occidental, en especial en Italia y Francia, asimilaran la lección de que una alianza de elementos progresistas podía ganar las elecciones y mostrar al mundo que, desde la cúpula del gobierno, era posible cambiar, sin violencia, a la sociedad.

Fueron años negros: el Plan Cóndor −las dictaduras militares− fue una realidad en Argentina, Chile, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil. En septiembre del 73, se portaron con gran gallardía las embajadas de México y Suecia y, fiel a su tradición, The New York Times informó amplia y verazmente de la crueldad de la represión pinochetista.

¿Han cambiado las cosas entre Iberoamérica y la Unión Americana? Me temo que no. Obama nos sonríe, pero quien manda es el cártel de la globalización. Chile nos deja dos lecciones: nuestras instituciones castrenses no deben comer de la mano del Pentágono; y aunque el once de septiembre se desató la furia del infierno contra Chile, el pueblo supo resistir y hacer caer a la dictadura. Costó mucha sangre, pero se logró.

Nunca olvidaremos el once de septiembre, pero también tengamos presente que aunque llueva la metralla y los verdugos martiricen sin dar tregua, el mundo no se acaba mientras se conserva y aviva el espíritu de lucha.

Que nuestros hijos y nietos no se avergüencen de nosotros.

 

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