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1441 4 Noviembre 2013

 

Francisco l abre el debate
Hugo L. del Río

Monterrey.- El Papa quiere conocer la opinión de los católicos acerca de las relaciones de los homosexuales con los heterosexuales y la sociedad; la boda entre personas del mismo sexo y los hijos que éstos adoptan; los divorciados que se quieren volver a casar en el templo; el control de la natalidad y otros problemas que están aflorando en el Tercer Milenio.

Francisco I es el Martín Fierro del Vaticano. El Obispo de Roma está manifestando, al tiempo, audacia, valor y humildad. Un cuestionario con 38 preguntas será entregado, pronto, a todos y cada uno de los católicos. Aunque no lo plantea de manera directa, el Pontífice da a entender que ya es tiempo de ordenar a las mujeres como sacerdotes. “Sufro cuando veo a las mujeres de la Iglesiacomo servidumbre”.

Este argentino tiene sangre en las venas y le sobra corazón. ¿Cuándo habíamos visto a un jefe del catolicismo preocupado por conocer qué piensan y sienten sus comunidades? Aficionado de hueso colorado a la Literatura rusa, el primer Papa iberoamericano quiere que los fieles le digan “qué atención pastoral sería posible ofrecer a las parejas del mismo sexo”.

Naturalmente, la vieja guardia se alzó en armas en su contra. El órgano oficial del Vaticano, L´Osservatore Romano, publicó en páginas centrales una venenosa crítica del arzobispo alemán Gerhard Ludwig Muller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, antes conocida como Santa Inquisición. Faltaba más.

Entre otros dardos envenenados que dispara contra Francisco I, el doctor Muller escribe: “Se corre el riesgo de banalizar la imagen de Dios, según la cual Dios no podría hacer otra cosa que perdonar”. Tal parece que el señor Muller está pensando en el Reino del Dios del Antiguo Testamento. Sin caer en la frivolidad del cínico francés quien dijo que “Dios me perdonará: ése es su oficio”, preferimos, con mucho, al Dios del Nuevo Testamento. No somos creyentes de ninguna religión, pero, ateos a ratos y deístas por momentos, quisiéramos, si no pensar, por lo menos soñar que hay un Numen Supremo todo amor y todo perdón.

“Oye mi ruego Tú, Dios que no existes”, apuntó mi padre Unamuno.

¿Contradictorio? Claro: para eso hablamos español: para caer en la antimonia.

 

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