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1458 27 Noviembre 2013

 

ENTRELIBROS
Pez que arde
Eligio Coronado

Monterrey.- Guillermo Berrones ha cambiado. Su pluma ya no es la misma. Ahora se guía por el rigor, con algunos destellos poéticos. Ya no busca el toque popular, al menos no en su nuevo libro, Pez que arde (Monterrey, NL : Ediciones Intempestivas / Conarte, 2012. 64 pp).

En él, Guillermo (Ciudad Victoria, Tamaulipas, 1958) reúne cincuenta y seis textos breves, entre los que hallamos 31 cuentos, 11 ensayos, 7 poemas en prosa, 4 prosas poéticas y 3 artículos.

Impera en este volumen la concisión expresiva o frase corta, que revela a un Guillermo más reflexivo y esmerado a la hora de capturar la esencia de sus meditaciones, permitiendo que el texto encuentre por sí mismo su forma apropiada y definitiva.

Esto favorece a los textos porque nos deja la impresión de que no fueron garabateados de prisa, como suele ocurrir con muchos autores jóvenes, sino que fueron razonados hasta que Guillermo los sintió en su punto.

Y es que en Pez que arde los textos dicen lo que Guillermo quiere, en la forma que él quiere y en la extensión que él decide. No hay textos inconclusos o fanáticos del rollo.

Estos textos son de una pieza porque no les sobra ni les falta. Se ajustan con exactitud a la madurez de su autor. Uno puede sentir que no se alargan artificiosamente ni se acortan dejando cabos sueltos.

La madurez literaria es como la madurez personal: se va gestando gradualmente hasta que de pronto uno comprende de qué se trata la vida y a partir de ahí los textos comienzan a fluir naturalmente, sin requerir de grandes cambios y sí de alguna que otra cirugía de tipo ornamental.

En cuanto a la temática, predomina el inexorable paso del tiempo, sobre todo por las preocupaciones que va sembrando en todos los ámbitos: “Envejecí y no pude cambiar de piel” (p. 50), “Te obsequio el tiempo que me queda” (p. 48), “Mi amante es la edad abandonada en el espejo y el sino del desconcierto en los años que todavía no llegan” (p. 43).

La muerte también está presente en su catálogo de angustias: “mi rostro es abatido por las flores del funeral que nunca quise” (p 54), “Tengo sueño empiezo a morir y puede que no amanezca de nuevo” (p. 45), “Sólo basta un puñal, un disparo o la tensión de una cuerda para escapar de esta prisión de las emociones” (p. 26).

Ente los destellos poéticos que irradia la pluma de Guillermo destacan: “Su belleza pule el viento en la suavidad de las noches” (p. 10), “La sed es un deseo y el agua un espejismo de armaduras mohosas” (p. 20), “Las manos recorrieron la cordillera de su espalda” (p. 34).

 

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