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1471 16 Diciembre 2013

 

Aspirantes a verdugos
Hugo L. del Río

Monterrey.- Era inevitable: un segmento importante de nuestra sociedad está enfermo. La violencia provoca más violencia, y la negativa a reconocer lo que somos; la cerrazón de la esperanza y el sentimiento de pérdida y derrota se combinan para hacer subir a la superficie los aspectos más perversos del ser humano.

Se empieza atacando a los animales domésticos: tortura, mutilación, muerte. Las personas afectadas le cobran gusto a derramar sangre y causar dolor. Empiezan con las mascotas. Nadie los castiga. El sadismo, peligroso agente patógeno, se nutre del sufrimiento y la impunidad. En algunos casos, llega el momento en que lastimar a gatos y perros ya no causa tanto placer, aburre. Lo que sigue…

En Estados Unidos, han hecho estudios muy serios sobre los asesinos seriales y se encuentra en ellos un común denominador: empezaron maltratando a las criaturas de cuatro patas que nos dan compañía, amor y lealtad. En los últimos días se han presentado varios casos de crueldad hacia estos compañeros del hombre.

El arqui Benavides y otros comunicadores y locutores denunciaron hace días la barbarie de un habitante de San Nicolás quien golpeaba a un perro ajeno. Los vecinos llamaron a la policía. Y sí, fue la patrulla pero no se hizo nada. El sicópata no fue arrestado. Ni siquiera le impusieron una multa. Y esto hay que cambiarlo.

La crueldad de los malevos es contagiosa, particularmente en un pueblo desprovisto de valores, pero rico en manifestaciones de corrupción y transa. Lo bueno: la parte sana de la familia nuevoleonesa reacciona con energía hacia estos abusos. Está creciendo la legión de defensores de estos seres orgánicos que viven y sienten: se comunican por medio de las redes sociales y presentan sus quejas ante los medios de comunicación. Está bien, pero sólo es un principio.

Los malos tratos de estos aspirantes a verdugos deben ser punidos penal y socialmente: hay que exponerlos a la luz pública; darlos a conocer, difundir sus nombres y domicilios.

Dios nos dio a los canes y los pequeños felinos para que nos ayuden a hacer más llevadera la vida. Ellos son, también, hechura del Gran Arquitecto del Universo.

Al respetarlos, nos respetamos a nosotros mismos.

 

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