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1471 16 Diciembre 2013

 

Qué podemos hacer
Claudio Tapia Salinas

Monterrey.-El egoísmo, ingrediente del mal, no es nada nuevo. Siempre ha estado ahí. Los humanos actúan más por intereses que por generosidad, los dominan sus pasiones, los mueve su interés, su codicia. El individualismo supera a la solidaridad.

El abismo moral en el que estamos cayendo le da la razón a Hobbes y no a Rosseau. El capitalismo, estructura inmoral por sí misma, funciona a base de egoísmo, de ahí su eficacia y permanencia.

La maldad individual es superada por la estructural. Las estructuras matan más, con mayor eficacia y permanencia que las personas por malvadas que sean. La inmoralidad individual palidece frente a la que tiene la estructura capitalista, esta no conoce límites.

¿Qué podemos hacer para cambiarla? Pues tenemos que empezar por conocerla a fondo. ¿Cuál es su estructura? ¿Cómo es que funciona?

Fernández Lira, en un breve ensayo titulado “Los diez mandamientos y el siglo XXI”, recomienda que empecemos por estudiar economía. Afirma que el primer mandato moral debiera ser: “ponte a estudiar economía y no pares hasta que averigües en qué consiste este mundo. Además, debes ser cauto para no dejarte engañar por la escuela de Chicago, que de eso también eres responsable”.

Creo que en efecto, es necesario el estudio de la economía y que debemos complementarlo con la crítica de la economía política y un somero análisis de la geopolítica mundial, para poder cuestionar los fundamentos del discurso social predominante sustentado en el dogma neoliberal.

Para combatirlo, tenemos que elaborar un nuevo discurso social hegemónico, influyente y prestigiado, con argumentos que contribuyan a la convicción de que no es posible continuar bajo el imperio del capital.

En un mundo en el que las estructuras son más inmorales que las personas, tenemos que irnos con pasos firmes. El primer paso, como lo propone Anders, es saber en qué medida somos piezas de ese engranaje estructural y en qué medida podemos dejar de participar en él. Y eso sólo se logra comprendiendo cómo funciona la economía.

Negarse a seguir participando, tan sólo eso, no resulta suficiente. No sirve absolutamente de nada dejar de consumir Coca-cola, Carta Blanca o Nike; o dejar de usar el celular; no comprar en Oxxo o retirar tu dinero del BBVA para meterlo en Banorte. Sirve mucho más entender cómo funciona la economía política y comprender así las causas que nos empujan a precipitarnos en el abismo de la inmoralidad. Con esto, habremos dado el primer paso.

El siguiente paso (que encierra la cuestión moral de fondo) consiste en poder reconocer nuestra responsabilidad en que la nefasta estructura perdure, y en preguntarnos lo que podríamos hacer para sustituirla por otra. Esto me parece importante porque, esta toma de conciencia, marca la diferencia entre la acción política organizada y el voluntarismo moral que intenta inútilmente apartarse del sistema con mentadas de madre, descargando conciencias en la red o declarándose indignado.

Para explicar lo que tenemos que hacer para lograr el cambio de estructuras, el autor del ensayo usa una metáfora que me parece sumamente reveladora. “No es a fuerza de no mover las fichas o de moverlas lo menos posible como se consigue dejar de jugar al ajedrez, si eso es lo que se pretende. Para dejar de jugar al ajedrez y comenzar a jugar al parchis hay que cambiar el tablero.” Si no, lo que se logra es perder el juego, el de ajedrez por supuesto, porque el de parchis ni siquiera se empezó a jugar.

No debemos perder de vista que de lo que se trata es de cambiar de tablero. Y eso no se logra sin que tomemos medidas económicas y políticas radicales, a fondo.

Para esto, tenemos que preguntarnos qué tendríamos que estar haciendo políticamente para que el mundo deje de jugar en el tablero económico genocida. Nuestro compromiso moral obliga a hacer lo necesario (eficiente) para lograr el cambio de tablero. La cuestión es, nos dice el ensayista, cómo y de qué manera atacar los centros de poder que sostienen la inmoral estructura.

Es nuestra responsabilidad, aceptar vivir en un mundo donde la acumulación sin límites y el consumo desmedido generan genocidios y ecocidios estructurales. 
Es el sistema total de crímenes, llamado capitalismo, más que las personas, el profundamente inmoral. Es el mundo lo que es intolerable, no nosotros.  Es intolerable nuestra tolerancia ante un mundo intolerable.

De esto, sí que debemos responder.

 

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