TRANSICIONES
Sin coartada
Víctor Alejandro Espinoza
Tijuana.- Tiene razón Adolfo Sánchez Rebolledo: las reformas anuncian el fin de una época. Se ha minado el último, y quizás más importante, dique nacionalista: la propiedad nacional sobre los recursos del subsuelo.
La aprobación de la reforma energética marca el final de un largo proceso privatizador que inició en 1982, con la llegada al poder de Miguel de la Madrid, pero que tuvo en Carlos Salinas de Gortari su máxima expresión. Bueno, en realidad la reforma energética y sus previsibles consecuencias no tienen parangón en la historia nacional.
Con la reforma energética desaparece el referente más emblemático del nacionalismo mexicano y de la idea de un Estado que se alimentó del discurso que ponía en el centro la propiedad nacional sobre los recursos del subsuelo. Por eso, la responsabilidad histórica de quienes aprobaron esa andanada de reformas que culminan con la energética.
Independientemente de los impactos económico-sociales de lo aprobado en la espiral reformista; terminan las coartadas de los diferentes actores. Y tendrán que asumir las consecuencias políticas en el corto y mediano plazo. En primer lugar, tanto el PRI como el PAN (así como el PVEM y el PANAL), tienen poco tiempo para demostrar las bondades de las reformas. Se deberá reflejar en los bolsillos de los mexicanos, sobre todo en los de los pobres, que son la inmensa mayoría, un incremento de sus recursos para sobrevivir y que al menos bajarán el gas y la electricidad, como lo dice la publicidad.
El PAN ha difundido que la mejora se verá “como en 5 años”. Parece mucho tiempo, sobre todo si tomamos en cuenta que las campañas inician mucho antes que la fecha formal de arranque de la disputa por la sucesión presidencial.
Ahora bien, si las promesas no se cumplen, el PAN echará mano de una justificación; dirá que ellos planteaban reformas más radicales. Ello, pese a los dichos de Gustavo Madero: “Las reformas tienen el ADN del PAN”. El PRI la tiene difícil: en cinco años habrá nuevas elecciones presidenciales: si siguen aumentando los pobres, se recrudece la violencia o la corrupción no se combate, la continuidad priista peligra. E insisto, estos dos partidos ya no podrán echarle la culpa a la “falta de reformas estructurales” por todos los problemas que los mexicanos padecemos.
En el flanco de la izquierda, el PRD sale muy raspado. Firmó el Pacto por México y cedió a sus principios por aliarse, incluso en los pasados procesos electorales locales, con el PAN. El desastre de la dirección encabezada por los “chuchos” es de enormes proporciones. Difícilmente Cuauhtémoc Cárdenas les posibilitará la recuperación. Un partido que en pocos años llegó a ser la segunda fuerza política del país, ha dilapidado su capital político, gracias a una dirección pragmática, cegada por triunfos pírricos a nivel local. Es el gran perdedor en este primer año reformista encabezado por Enrique Peña Nieto.
Quien puede capitalizar los resultados de la reforma es quien ha sufrido descalabros en los dos últimos procesos sucesorios: Andrés Manuel López Obrador y su partido en construcción, Morena. La tozudez del tabasqueño y su denuncia permanente de la alianza PRI-PAN (llamándola Prian) y de los afanes privatizadores (que siempre negaron) puede dar por resultado que una amplia franja de la población encuentre en AMLO al único político coherente. No le preocupa haber perdido dos elecciones; se ve en el espejo de Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, donde el candidato del Partido de los Trabajadores triunfó hasta la cuarta oportunidad. Para AMLO puede ser que la tercera sea la vencida en el 2018. Veremos si su estilo personal de hacer política o su corazón no lo traicionan y entonces sí: cualquier cosa puede pasar.
El año termina y se lleva al Estado nacionalista: se dice fácil, pero el cambio no es de simple nomenclatura.
Víctor Alejandro Espinoza es investigador de El Colegio de la Frontera Norte.
victorae@colef.mx.
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