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1496 20 Enero 2014

 

La Primera Guerra Mundial
Víctor Orozco

Chihuahua.- El 28 de julio de 1914 el imperio austro-húngaro declaró la guerra a Servia, por el asesinato en Sarajevo del príncipe Francisco Fernando, heredero del trono a manos de un miembro de la organización terrorista la Mano Negra. El 1 de agosto Rusia se movilizó para defender al país eslavo y el día dos Alemania le declaró a su vez la guerra. Para el día cuatro el conflicto armado había involucrado a Inglaterra y Francia.

Se inició así el siglo XX y quedó atrás la dorada y mojigata época victoriana. Durante los siguientes cuatro años, el mundo conoció la que ha sido una de las más espantosas carnicerías en la historia: cerca de treinta millones de personas perdieron la vida y otras tantas quedaron heridas o mutiladas. El último soldado en caer fue el canadiense George Price, apenas dos minutos antes de ejecutarse la orden de cese del fuego en todos los frentes, a las 11 horas del día 11 del onceavo mes de 1918. Quienes atribuyen efectos determinantes a ciertos acontecimientos fortuitos o circunstanciales, piensan que la guerra comenzó por un error, cometido por el inmolado sucesor austriaco, quien a pesar de haber sido víctima de un primer atentado horas antes, se empeñó en visitar a los heridos por la esquirlas de la granada arrojada bajo su coche y que estaban en el hospital. El conductor del vehículo real equivocó el camino y al tomar otra ruta, se vio obligado a detenerse en un alto, justo en el sitio donde se encontraba uno de los conspiradores fallidos, el tipógrafo y estudiante Gabrilo Princip, quien todavía tenía el arma lista, de manera que inmediatamente disparó dos veces, matando con una bala al archiduque y con la otra a su embarazada esposa Sofía, único crimen del cual se arrepentiría, porque explicó a sus captores-torturadores, su objetivo era tan sólo el hombre.

Aun cuando en la academia no ha gozado de igual prestigio que entre el gran público, el libro Los Cañones de Agosto de Bárbara Tuchman, prolífica historiadora norteamericana, narra con brillantez y maestría los acontecimientos ocurridos durante los primero 31 días de la Gran Guerra y que modificarían la historia mundial. Para contrastar los antecedentes con la hecatombe iniciada hace noventa y siete años, Tuchman arranca su narración en la apacible tarde del 24 de mayo de 1900, cuando la crema y nata de la realeza celebraba el cumpleaños de la reina Victoria de Inglaterra, la llamada "abuela de Europa", porque de ella descendía un buen número de los monarca reinantes, en cada uno de los países. Entre los destacados se encontraba el Kaiser Guillermo II, su nieto preferido y en cuyos brazos expiró al año siguiente. Nada hacía suponer entonces que entre los pueblos de tan cariñosos parientes, se desencadenaría la matazón y destrucción que asoló todas las tierras. El emperador germano, sabía a pesar de los consuelos y caricias prodigadas a su entrañable abuela la reina de los ingleses, que dentro de las fronteras alemanas, se había edificado la más potente máquina militar conocida hasta entonces y que el estado mayor de la misma, tenía listo un sofisticado plan estratégico para poner fuera de combate en unas cuantas semanas a los dos enemigos de mayor peligro, Francia y Rusia.

No obstante la comunidad de sangre -por cierto causante de la generalizada hemofilia que padecieron varios de los connotados habitantes de los palacios reales- existente entre sus monarcas y los de Alemania, los ingleses se vieron obligados a salir en defensa de su aliada Bélgica cuando ésta fue invadida. El espectáculo que ofreció a todo el mundo la llamada entonces ala derecha de la gigantesca tenaza militar alemana, dejó a la vez admirado y aterrorizado al mundo. Numerosos testigos presenciales dieron cuenta de la presencia en la ciudades belgas de los cañones que transportaban las divisiones de artillería, algunos tan grandes como un edificio, capaces de volar a los sólidos fuertes belgas y franceses con un sólo disparo.

El impacto mayor fue causado cuando los corresponsales de guerra describieron el desfile de las tropas alemanas por las calles de Bruselas el 21 de agosto de 1914. Richard Harding Davis narró: "La entrada del ejército alemán en Bruselas ha perdido toda significación humana...lo que vino y veinticuatro horas después todavía sigue fluyendo, no es una marcha de hombres, sino una fuerza de la naturaleza, como una marea, una avalancha o un río salido de sus cauces..". Esta descripción cumple con los objetivos propuestos por los comandantes militares alemanes: el lector se imagina a las colosales masas de soldados uniformados de gris-verdoso, homogéneos, sin un solo claro en las filas, a las pavorosas armas de la artillería, al preciso y mortífero  mecanismo de relojería, que ahora nadie sabe cómo es que los ilusos del pequeño ejército belga se atrevieron a desafiar.

Si esta marcha de exhibición del poder a la manera de los esponjamientos de los pavo reales o del rugido de los leones, hubiera tenido el efecto buscado, atemorizando y paralizando al enemigo, quizá la guerra habría concluido en ese momento. Pero no, cierto que el mundo contuvo el aliento durante los tres días que duró la muestra, pero en los años siguientes esas orgullosas tropas que caminaban a paso de ganso, se vieron humilladas -al igual que las de todos los contendientes- comiendo y durmiendo junto con las ratas en covachas cavadas en las trincheras y muriendo como moscas ante las ametralladoras para avanzar diez o veinte metros. Una espléndida novela antibélica  y su correspondiente película, (1929 y 1930), Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, recrearían la tragedia sufrida por estos hombres de manera insuperable.   

Los poderes beligerantes fueron durante los tres primeros años los estados europeos que disputaban el control de los espacios económicos y el reparto del mundo. El 6 de abril de 1917 Estados Unidos entró en la guerra a favor de los aliados, alterando la correlación de fuerzas en unos cuantos meses con su enorme producción industrial y el millón de soldados que puso en suelo francés. La proclamada neutralidad fue abandonada porque a la clase gobernante norteamericana le fue quedando claro que la rivalidad militar e industrial con Alemania, acabaría por llevar a su país a una guerra desventajosa más temprano que tarde, si llegasen a triunfar los imperios centrales. Ayudaron a convencer a la opinión pública dos acontecimientos: el hundimiento del barco de pasajeros Lusitania, el 7 de mayo de 1915 en el cual perdieron la vida más de un centenar del ciudadanos norteamericanos y el famoso telegrama Zimmerman (al que la autora de Los Cañones de Agosto le dedicó otro notable libro) interceptado por los británicos en enero de 1917 en cuyo texto el canciller alemán giraba instrucciones a su embajador en México Heinrich von Eckardt, para que propusiese al gobierno de Venustiano Carranza una alianza para hacer la guerra a Estados Unidos, si éstos atacaban a Alemania, ofreciéndole la recuperación de los territorios perdidos en 1848. La parte sustancial señalaba: "Nos proponemos comenzar el primero de febrero la guerra submarina, sin restricción. No obstante, nos esforzaremos para mantener la neutralidad de los Estados Unidos de América. En caso de no tener éxito, proponemos a México una alianza sobre las siguientes bases: hacer juntos la guerra, declarar juntos la paz; aportaremos abundante ayuda financiera; y el entendimiento por nuestra parte de que México ha de reconquistar el territorio perdido en Nuevo México, Texas y Arizona. Los detalles del acuerdo quedan a su discreción".

Afortunadamente  el gobierno mexicano no cayó en la trampa y ello nos evitó otra desastrosa guerra con Estados Unidos, en unas circunstancias desfavorables en todo para México, con su población desgastada por casi siete años de guerras civiles. Debemos recordar que apenas el 5 de febrero de 1917, después de un año, abandonaron el territorio mexicano los destacamentos del ejército norteamericano que integraron la expedición punitiva organizada para castigar a Francisco Villa por el ataque al poblado fronterizo de Columbus realizado el año anterior. De haber México puesto oídos a las propuestas germanas, las tropas comandadas por Pershing, (El futuro jefe militar norteamericano en Europa) nunca se hubieran retirado y en lugar de veinte mil soldados habrían sido medio millón.

La primera guerra mundial liquidó los imperios zarista, alemán y austrohúngaro, conocido por entonces como la "cárcel de los pueblos", que acabó desmantelada. Dejó a los Estados Unidos como la nación de mayor poderío económico en el mundo. De ella emanaron la revolución rusa y el surgimiento de la Unión Soviética. Su conclusión fue un conjunto de tratados caracterizados por los afanes de venganza de los franceses, alimentadores a su vez del espíritu revanchista alemán que llevó al poder a los nazis. En 1918, se sembraron todas las semillas para que 21 años después estallará la Segunda Guerra Mundial.

 

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