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1532 11 Marzo 2014

 

Matar dos veces
Hugo L. del Río

Monterrey.- En México matamos dos veces al mismo capo. Pero, para evitar la monotonía y eludir el aburrimiento, en ciertos casos abatimos a un jefe de cuadrilla pero nos roban el cadáver. Nazario Moreno González, alias El Chayo, murió por primera vez el 9 de diciembre de 2010, junto con varios de sus asesores extranjeros.

Aunque nunca se mostró el cadáver –misión imposible: El Chayo no estaba muerto: andaba de parranda– el gobierno se apresuró a anunciar el óbito del matón. Los michoacanos no sabían si llorar o reir: Nazario, todos lo veían, se paseaba al frente de una caravana de carros todo terreno por sus querencias: Apatzingán, Artega, Tumbascatío. Fue en esta última localidad donde el domingo, comandos del Ejército y la Armada lo suprimieron.

Esta vez parece que es cierto: los gringos lo avalan. De nueva cuenta, como en el caso del Chapo Guzmán, fue The Associated Press quien ganó la primicia con muchas horas de antelación sobre la Prensa mexicana. Si esto no es una prueba de que los servicios secretos estadunidenses fueron quienes localizaron al Chayo y ordenaron su liquidación a los militares mexicanos, entonces me declaro ciudadano de Uganda.

Nazario pasó a ser estadística precisamente cuando celebraba su 44 cumpleaños. Vamos a aceptar que, efectivamente, está muerto. Y qué con eso. Desde hace rato había tomado el timón Servando Gómez, La Tuta. Este quizá no tenga el carisma de El Chayo, pero habrá asimilado sus lecciones sobre manipulación de masas: en muchas regiones de Michoacán, Nazario es considerado como un santo y Los Templarios son vistos como una religión. Además, para variar, el hampón llenaba ciertos espacios que el Estado tiene históricamente abandonados. Concedía créditos a muchos campesinos, construyó escuelas, incluso creó clínicas para curar a narcoadictos. La suya era una legión de matarifes abstemios y alejados del consumo de narcóticos.

El Chayo les leía pasajes de la Biblia y del libro de Gibrán Jalil Gibrán El más loco, título que adoptó como uno de sus alias. El difunto criminal contrató a algún plumífero muerto de hambre para que le escribiera su autobiografía, en la que “justifica” asesinatos, torturas, violaciones y mutilaciones como “justicia divina”. Según La Tuta, El Chayo –más bien su escritor fantasma– elaboró todos los capítulos del libro, menos el último, que redactó, supuestamente, La Tuta. Servando sabía muy bien lo que estaba haciendo. Pese a sus riquezas naturales, o precisamente debido a que éstas despiertan el apetito de políticos y caciques, Michoacán es una de las entidades más pobres y atrasadas de México. Durante la Guerra Cristera de 1926 al 29, Michoacán aportó grandes cantidades de guerrilleros que mataban y morían al grito de “¡Viva Cristo Rey¡”. El fanatismo sigue ahí: recordemos la aberración del culto oficiado en la Nueva Jerusalén.

En numerosas regiones de la tierra tarasca a Servando lo representan como un guerrero en olor de santidad, con capa y cruz roja de sacerdote-soldado de la Orden del Temple; le han compuesto oraciones y en muchas partes le levantaron capillas. Esta mezcla grotesca de vileza criminal, disciplina casi castrense y groseros llamados a la purificación del alma es muy peligrosa, sobre todo en el Bajío.

Por lo pronto, para evitar que, al estilo Lazca, desaparezca el cadáver, 150 elementos resguardan en Apatzingán el SeMeFo del hospital Ramón Ponce y la capilla fúnebre donde, faltaba más, se dirán misas por el descanso de su alma. “Que Dios lo reciba en su gloria”, pidieron ayer muchos de sus admiradores.   

hugoldelrioiii@hotmail.com

 

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