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1537 18 Marzo 2014

 

Adicto a las manzanas
Víctor Orozco

Chihuahua.- Soy adicto a las manzanas. Y no por seguir el famoso consejo que algunos le atribuyen a Benjamín Franklin (An apple a day, keeps the doctor away; el cual conocí muchos años después de mi original afición), sino porque crecí en un pueblo a la vera de un río en cuyas vegas crecían numerosos manzanos.

Ya dominaban en mi infancia las variedades con nombres en inglés, pero sobrevivían todavía huertos con árboles añosos, algunos centenarios, que entregaban unos frutos pequeños, dulces como miel (las llamadas de San Juan) y ácidas como limones (las conocidas como de San Miguel).

No había rapaz entre el vecindario que no fuera experto en hurtar manzanas y correr desaforado, brincando cercos, con las bolsas llenas, si era descubierto ante los gritos del indignado propietario. Así que me acostumbré a comer manzanas, desde muy temprano en mi vida, hábito que se me arraigó.

Viene a cuento esta remembranza, porque hoy fui al supermercado y quise comprar las consabidas manzanas. Encontré, como siempre, una gama de espléndidas presentaciones... todas norteamericanas. Será por mi paladar ya habituado, pero me gustan las producidas en Chihuahua. Busqué y por fin di con unas bolsitas empacadas por La Norteñita, este gigantesco emporio empresarial manzanero, que es quizá el único que compite –aunque a la zaga– con las compañías de Estados Unidos.

Qué hubiera dado por encontrar manzanas de Guerrero, de Bachíniva, de Namiquipa, o de mi pueblo. Pero no. Imposible. El absurdo económico es que los juarenses pagamos la frutas del estado de Washington a 32 pesos el kilo, mientras en las regiones productoras del estado, muchos fruticultores prácticamente las están regalando, o de plano las tiran en la calle, desesperados porque no sacan ni los costos. Leí de otros que han convertido los manzanos en leña.

¿A quién le debemos estas gracias?

 

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