Suscribete
 
1541 24 Marzo 2014

 

Nueva vía, viejo lugar
Claudio Tapia

San Pedro Garza García.- Le debemos a la ilustración la idea de que es la razón la que nos hace libres y de que con base en ella podemos, por medios políticos, edificar una sociedad. Antes de que la política se volviera hegemónica, la historia y la tradición fueron los ingredientes que dan cohesión a una sociedad. Ahora, se pensó en el siglo de las luces, la política que los ciudadanos hagan determinará a su sociedad.

Pero la política no llegó a convertirse en el armazón de la sociedad. Le ganó la lógica del capital disfrazada de política. Y como en vez de la acción constructiva de los ciudadanos lo que se impuso fue el interés económico, resultó que “política” y “ciudadanía” se volvieron términos excluyentes y contradictorios. Existe una enorme diferencia entre ser un ciudadano común o un político de oficio. La opción de convertirse en uno u otro, es una cuestión moral.

Hartos de los desatinos e inoperancia de los políticos simulados, un grupo de bien intencionados ciudadanos (impulsores de Vía Ciudadana) se propone facilitar el surgimiento a la vida pública del hombre nuevo: el político-ciudadano. Quieren revivir el vivificante empeño en el que la ilustración fracasó. ¡Bien venidos!

Proponen una nueva vía, ciudadana, para que los hombres nuevos puedan accederse a cargos de representación popular, prescindiendo del desprestigiado régimen de partidos. Se trata de un encomiable esfuerzo que debemos celebrar. Aunque me temo que no es mucho lo que podemos esperar.
Mientras no tengamos un gobierno abierto, la esperanza en la llegada del político-ciudadano continúa inscrita en la lógica del gobierno autoritario y cerrado en el que los actos que afectan la vida pública obedecen a las creencias y ocurrencias de un solo individuo: el que detenta el poder. Al fin llegará el que todo lo va a cambiar. Pero no será así, la política no es tarea individual.

Se puede cometer el error de suponer que si el elegido no fue el postulado por un partido, entonces lo que se le ocurra al ciudadano-político ganador estará bien y actuará bien, en consecuencia. Tan sólo porque llegó por la vía ciudadana y ésta no se equivoca.

Dejando de lado la enorme dificultad para la elaboración del marco legal y el cumplimento de los requisitos que ahí se señalen, el ciudadano que decida hacer política por la vía ciudadana debe mostrar, primero que nada, ser un ciudadano probo con capacidad para dignificar el quehacer político. Probar que conoce la historia de su comunidad, que se identifica con las tradiciones de la sociedad que desea representar, y que cuenta con un proyecto de mejora social para proponerlo a la ciudadanía.

Debe impedirse que la vía ciudadana sea utilizada como medio novedoso para que antiguos políticos de profesión, postergados por el partido en turno, continúen suplantando la representación popular, tal y como lo han hecho siempre.

Hay que tener presente que los que han vivido o viven del oficio de simular, conciben a la política como mero ejercicio del poder a conveniencia, y el que se accedan a la representación por la vía ciudadana no significa que han cambiado de modo de pensar y de operar. Seguirán siendo lo que son y haciendo lo que han hecho siempre. Son irredimibles.

No basta con que digan que se asquearon de la política facciosa en la que participaron, ni que nos cuenten que, desde adentro, es posible adecentar la desaseada manera de actuar de los que se dicen representantes. ¿Por qué no lo hicieron antes si ya estuvieron ahí?

Quitarle a los partidos el monopolio para postular candidatos no garantiza que la representación auténtica se dará. La aventura personal de los candidatos independientes que logren llegar, no cambia en nada al desprestigiado e inoperante sistema de simulación en el que los designados por los partidos tienen garantizada mayoría.

No es posible esperar demasiado. A más de la complejidad, inoperancia y corrupción de todo el sistema de representación política en el que el político-ciudadano se verá obligado a actuar, se corre el riesgo de confundir el interés general que el sistema es incapaz de aglutinar, con sus creencias y valores.

Lograr que un puñado de rectos ciudadanos se acceda a la representación por la vía ciudadana, cambiará quizá la manera de ejercer el poder de los que lleguen, pero no los fines ni los propósitos con que lo ejerce la clase política.
Por eso, opino que la nueva vía es una prometedora opción, pero no la solución. Subsiste la desacreditada vía partidaria de acceso al poder político, cuyo régimen garantiza la permanencia mayoritaria de la clase política.

Es el sistema de representación simulada en su conjunto lo que hay que cambiar. Es la impostura de la representación con lo que hay que acabar. Es el régimen de partidos el que hay que refundar.

Votar por el hombre nuevo –prestigiados ciudadanos, que los hay– sabiendo que no tiene posibilidades reales de ganar, es hacerles el juego a los impostores de la representación. Es legitimar con el voto un sistema de representación, viciado, desgastado e inoperante.       

Es usar la nueva vía para llegar al viejo lugar.                         

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com