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1550 4 Abril 2014

 

La Casita, en el nombre del juego del placer
Joaquín Hurtado

No soy homofóbica y el problema no es con la comunidad gay.
Diputada Blanca Lilia Sandoval (Partido Acción Nacional)

Monterrey.- El reportero Reynaldo Ochoa del periódico Milenio (28/03/2014)  cuestiona a la ciudadana diputada en torno a los ataques contra la organización civil Acodemis. La tribuna del clamor: el congreso del estado.

Desde el principio de su cruzada redondeó el objetivo, lo definió con precisión: el activista Abel Quiroga, responsable de Acodemis, supuestamente malversa recursos públicos para incitar a la práctica indecente, sucia, impropia, insalubre, peligrosísima: el sexo entre varones.  (Y todavía jura que no es homofobia, cuando a estos encuentros los equipara con la prostitución.)

Acodemis es una de las organizaciones pioneras más serias y activas en la lucha contra el vih/sida en Nuevo León. Visibiliza el homoerotismo y desde el deseo homosexual educa en salud y ciudadanía. Las veinticuatro horas de cada día del año se planta de cara frente a las pandemias mellizas: sida y estigma por homofobia. Hasta la diputada se deslinda de inmediato de la horrenda práctica del odio irracional a los homosexuales. Así de peligrosa ha de ser. Pero le falta deslindarse del sida con la misma contundencia. Ambas pandemias van unidas en el México del siglo XXI. La situación se ha vuelto particularmente peligrosa con la irrupción de las redes sociales en una comunidad prejuiciosa y desinformada.

Las reivindicaciones del activismo antisida nos han dejado lecciones muy valiosas. Muy mal haría el poder político en emprenderla en contra del sexo entre varones. El cuerpo de estos hombres es el espacio donde se despliega la identidad homosexual, que suele cumplirse bajo el manto del silencio, en el escondite del anonimato. El carácter de clandestino ofrece las condiciones propicias para que por allí entren el vih y otras infecciones de transmisión sexual. El mensaje preventivo se pierde en esa sexualidad repudiada, estigmatizada, discriminada: las its entran por los orificios del cuerpo negado. Allí es donde hay que intervenir. Es precisamente en esta encrucijada donde actúa Acodemis.

¿Cómo entrar a las regiones más íntimas del otro sin perturbarlo, sin cargarlo de amenazas? La posición de la Diputada y de Abel Quiroga admirablemente coinciden en la médula del problema: impugnar la homofobia. Abel difiere de la diputada en el tema del sida. Ambos se sujetan a modelos opuestos que tienen por objetivo común cuidar la salud pública, pero Abel descarta lo que no se apega a la normatividad racional del problema, siempre atento a las líneas científicas mejor legitimadas. Sólo hasta allí. Es imposible suplantar al otro en sus íntimas decisiones y posibilidades, afirma Abel, y se aboca hacia la sexualidad en su realización carnal e imaginativa. La diputada sólo piensa esta sexualidad como instrumento estadístico, vago, incorpóreo: “la comunidad gay”. Lo que se aparta de esta entelequia y se muestra como cuerpo deseante se torna peligroso, ingobernable, reprobable.

El lenguaje de Acodemis está planteado desde una perspectiva gozosa al mismo tiempo que educativa. Conceptos como acompañamiento personalizado, respeto a las sensibles diferencias de la diversidad gay, insistencia en el uso continuo del condón, auxiliarse de lubricante soluble en agua, promoción de la adherencia a los antivirales, son todos derivados de una estrategia nuclear: asumir la problemática del cuerpo en su encuentro anónimo con el otro. Acodemis permite que el cuerpo venga a la razón, no al revés. Su estrategia contra el sida es en esencia muy, muy simple: asumir que el cuerpo juega por placer. El placer se juega por puro placer. Si el placer se acompaña de condones, orientación, talleres y folletos informativos todos ganamos. Educación sin placer no sirve. El trabajo de Acodemis es tan eficaz que es reconocido por instituciones muy serias de todo el país.

Los métodos de Acodemis parecen poco ortodoxos para la comunidad conservadora regiomontana. Conste que esta agrupación los ha implementado por más de quince años, y jamás lo ha ocultado. Entonces, la primera pregunta que nos salta es: ¿por qué hasta ahora la señora diputada se preocupa por el destino de los dineros aplicados en hombres que tienen sexo con hombres? ¿Le quitará el sueño si estos hombres tienen bienestar psíquico y su salud sexual?

Acodemis llega a donde ninguna instancia gubernamental ha podido atreverse ni por asomo; Abel sabe que no hay que perder el precioso tiempo frente a la amenaza del sida en debates irresolubles. Por eso no se distrae en matices epistemológicos o teleológicos: la única manera de atajar el riesgo de trasmisión es mediante una barrera mecánica: el condón. Si sus usuarios tuvieran que ser localizados en todo lo largo y ancho del área metropolitana, no habría dinero público suficiente que alcanzara. Jamás sabríamos el grado de eficacia que tienen las estrategias en boga. Esos hombres que de manera voluntaria llegan y se inscriben en el registro de los educandos de Acodemis, saben que tienen que jugar limpio: todo allí gira en la prevención del sida. Quienes pueden ejercer libre y abiertamente su identidad homosexual se convierten en los mejores replicadores de esa vital información.

Acodemis no es la única asociación que acepta apoyos ni donativos del sector público. Es ejemplo de modesta autogestión. ¿Creerá la diputada que con los fondos que perciben estas organizaciones alcanza para pagar todo el tiempo, materiales y esfuerzos de los promotores de salud sexual involucrados, además del mantenimiento de las oficinas?

Tomemos la palabra a la señora diputada y hagamos cuentas. Calculemos seriamente lo que le va a costar al estado cubrir los gastos derivados de una acción preventiva como la que se desarrolla cada día y cada noche en Acodemis. Lo que entonces se nos revelará es algo vergonzoso: el disimulo del estado. Urgen más condones, lubricantes solubles en agua, información, atención médica,  además de multiplicar y apoyar los ambientes lúdicos y seguros donde se regocije el cuerpo de manera consensuada y se proteja su integridad, sin acudir a drogas, abuso de menores o trabajo sexual remunerado.

Concedamos que el celo manifestado por la C. diputada es sincero, que está exento de tintes estigmatizantes y homofóbicos. Que su malestar y preocupación son genuinos. Ahora sólo ocupa acercarse a conocer el legendario lugar de los mágicos encuentros homosexuales. Seguro será bienvenida. La respuesta de Abel Quiroga, presidente de Acodemis, y director de La Casita, va a ser entusiasta, afirmativa. Que compruebe la diputada lo invaluable de la acción de Acodemis, ella será testigo de la lucha más radical contra el azote del vih. Que tome nota de las intervenciones integrales que se pueden realizar de manera digna, segura, económica, sencilla y controlada.  La Casita es ese lugar donde se ha logrado plenamente decirle No al sida y a la homofobia.

 

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