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1575 9 Mayo 2014

 

Los difíciles “héroes” de Ucrania
Víctor Orozco

Chihuahua.- Stepan Bandera fue un caudillo nacionalista ucraniano nacido en 1909. Combatió antes de la segunda guerra mundial en contra de los comunistas soviéticos y de los polacos, quienes dominaban cada uno un sector del territorio de Ucrania. A duras penas estudió en una de las pocas escuelas ucranianas que dejó el gobierno polaco. Condenado a cadena perpetua en Varsovia fue liberado por las tropas invasoras alemanas en septiembre de 1939.

Bajo su liderazgo, la Organización de Nacionalistas Ucranianos forjó una estrecha alianza con los nazis, combatiendo con sus batallones propios en el frente oriental. Compartió el antisemitismo de los alemanes y fue acusada de enviar a decenas de miles a los campos de concentración. Sin embargo, cuando proclamó el estado nacional de Ucrania, contravino los planes de Hitler y fue apresado. En 1944 se reincorporó a la lucha en contra del ejército rojo. Sobrevivió a todo y residió hasta 1959 en Munich, donde fue asesinado probablemente por un agente soviético.

Después de la revolución naranja de 2004-2005, teñida de patriotismo anti ruso, el presidente Víktor Yushchenko lo proclamó héroe nacional, título que le fue retirado por una decisión judicial promovida durante el gobierno de Víktor Yanukovich, el siguiente presidente electo y ahora exiliado en Rusia a consecuencia de las violentas movilizaciones nacionalistas. En el nuevo gobierno y en la Rada (congreso) de Kiev, predominan los partidos derechistas, en particular el denominado Svoboda, auto considerado heredero del nazismo, que detenta varias de las carteras principales entre ellas la de defensa. Así que, en ese ir y venir, Stepan Bandera ha ingresado de nuevo en el panteón cívico ucraniano, para escándalo de los rusos (incluyendo a los nueve millones residentes en Ucrania, es decir, al 20 por ciento de su población total) y de algunos parlamentarios europeos alarmados por la creciente fuerza de movimientos emuladores del hitlerismo, que envenenan hoy la vida política europea.

El affaire de Stepan Bandera, carece de importancia en sí mismo, como todas las disputas por los héroes y los símbolos, que han dividido y dividen a las naciones. La relevancia de estos debates no está en lo que muestran sino en lo que ocultan. Tras de ellos se encuentran proyectos de nación, intereses religiosos, de clases sociales, ancestrales prejuicios racistas. Una sociedad que ha conseguido el reconocimiento generalizado e irreversible de sus grandes constructores, ha conquistado también un escalón fundamental en su constitución como nación. Y a la inversa, si no existen estos acuerdos básicos, el contrato implícito que mantiene integrada a una colectividad se rompe y ésta termina por desvanecerse o desaparecer como entidad autónoma.

En México, por vía de ejemplo cercano, la figura de Miguel Hidalgo batalló durante más de medio siglo para consagrarse como la de mayor representatividad en la nueva nación. El mismo tiempo que ésta duró para establecerse definitivamente. Hasta después de la restauración de la república en 1867, clérigos y militares, renunciaron a la calificación de traidor y caudillo destructivo en la cual lo habían confinado. No era la persona, sino el título primordial y fundatorio del naciente país por lo que se debatía: o la revolución popular encabezada por el cura de Dolores o la conspiración clerical militar dirigida por Agustín de Iturbide. Sobre la segunda, retrógrada y opresiva, se hacía imposible edificar y unificar, salvo a las clases y grupos dominantes en la colonia.

La crisis ucraniana de hoy, en vías de convertirse en una sangrienta guerra civil e internacional, también se muestra a través de la querella por los bronces. Las estatuas de Stepan Bandera, erigidas, retiradas y vueltas a levantar, nos hablan de una escisión muy profunda, de recuerdos dolorosos, odios irrevocables y adhesiones fanáticas, sobre los cuales es imposible basar algún plan de unidad entre todos los componentes de este país centroeuropeo. La masacre de Odessa, es el último de los hechos en los cuales se ofrecen a la vista estos abismos ideológicos. El 2 de mayo pasado, los militantes nazis quemaron vivos a medio centenar de opositores al gobierno de Kiev en la Casa de los Sindicatos y a quienes se salvaron de las llamas, los remataron a garrotazos. 

Cuando leo sobre tales atrocidades o las miro en los muchos videos subidos a la red, recreo algunos de los pasajes más oscuros de la historia: el genocidio del cual fueron víctimas los albigenses o cátaros a manos de los cruzados en 1219 (“¡Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos!” fue la divisa); la matanza de Cholula llevada al cabo por Hernán Cortez en 1519; la Noche de San Bartolomé, ocurrida en 1573, cuando milicias católicas masacraron a los protestantes franceses en París; la carnicería cometida por las tropas turcas contra la población armenia en 1914; la de la misma Odessa, en octubre de 1941, cuando tropas rumanas aliadas del ejército alemán, rociaron con gasolina a 19 mil judíos y les prendieron fuego… y una infinidad de etcéteras.

En cada caso, como ocurre hoy en Ucrania, los actos de inhumanidad tuvieron como motivaciones centrales a los odios religiosos, raciales o nacionales sembrados y cultivados meticulosamente por quienes cabalgan sobre iglesias, sectas, gobiernos, mafias burocráticas, organizaciones militares o empresariales. Los nacionalismos centro europeos han sido desde siempre generadores de estos enconos y han provocado incontables guerras de todos los calibres a lo largo de los siglos. Hoy, como hace cien años, en Rusia, en Polonia, en Ucrania, se alimentan poderosos movimientos ultranacionalistas recuperadores o inventores de héroes, símbolos e insignias tomados de pasados imaginarios o recreados a la medida. (Recordemos las cruces medievales de los hitlerianos o los haces romanos de los fascistas.)

Una vez en el poder estatal, el camino inevitable es la guerra, puesto que operan como religiones, de las cuales han tomado prestado los dogmas, las verdades axiomáticas y únicas (“la Biblia es la verdad… léela”, como reza el letrero en la sierra de Juárez, hoy en cuestión), las intolerancias. En nombre de sus causas sagradas, se han realizado y ejecutado toda clase de crímenes contra la humanidad.

¿Es posible edificar –y ello implica imaginar– una nación ucraniana a partir de estos credos? Saltan a la vista los escollos insuperables. El país ha pertenecido en diversas épocas al imperio austrohúngaro –la antigua “cárcel de los pueblos”– al imperio zarista, a la Unión Soviética, a Polonia. Cada una de estas fases ha dejado su impronta y su respectiva pieza en el complejo rompecabezas de esta colectividad regida por un Estado. Si cada porción, así sea la ucraniana mayoritaria trata de imponer sus propias señas de identidad y excluye a las otras, la convivencia pacífica se troca por necesidad en una confrontación violenta e irreversible. En tal caso, no hay Estado capaz de evitar la explosión. 

A este caldo de cultivo se le agrega la rivalidad entre los bloques europeo-norteamericano y ruso. El primero, busca a costa de cualquier cosa, poner a Ucrania en definitiva (con la relativa validez que esta locución tiene en la historia) en su campo de influencia. Rusia, por su parte jamás ha abandonado la aspiración de reconstruir el imperio, una de cuyos componentes fundamentales fue Ucrania, con su capital Kiev, la madre de las ciudades rusas.

Si volvemos al tema de los héroes, los ucranianos deberán buscar entre aquellas personalidades aceptadas por todos o al menos no refractarias para muchos. Tales individuos pueden ser instrumentos cohesionadores o bien disolventes. En este round de la interminable lucha interna, se han impuesto quienes le apuestan a una cultura única y homogénea, por tanto a sus propios ídolos cívicos. Los resultados han sido y serán las degollinas y los incendios.  No otra cosa expresan las brutales palabras de una ilustrada y excomunista diputada del partido Svoboda, Iryna Farion : “Bravo, Odessa… que los demonios se quemen en el infierno”. La parlamentaria es, por cierto, defensora a ultranza de Stepan Bandera y de su legado…

 

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