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1587 27 Mayo 2014

 

Con ojos vaqueros
Diego Enrique Osorno

Xalapa.- Monterrey es una ciudad en la que su actividad económica no está a la par de su actividad cultural. Sin embargo, este subdesarrollo cultural –remontado en los años recientes por algunas iniciativas independientes y comunitarias– es inferior al que padecen otras ciudades que orbitan el noreste de México.

El mayor drama actual de los habitantes de Reynosa, Nuevo Laredo y Matamoros, así como otros pueblos de Tamaulipas, es que la guerra que está sucediendo ahí no puede ser contada a cabalidad, como por lo menos ha sucedido con otras regiones fronterizas como Tijuana, Ciudad Juárez y Sinaloa-Sonora.

¿A qué se debe que cada año haya diez novelas sobre Tijuana y que hasta la fecha no haya una sobre Nuevo Laredo? El escritor Guillermo Fadanelli me decía la otra noche que quizá esto se deba a que no es lo mismo tener como frontera a California que a un lugar como el valle de Texas, tan lejos de las artes y de casi todo lo que no sea petroleo y cacería de venado cola blanca.

Luis Lauro Garza, un legendario editor de revistas nacido en la Frontera Chica de Tamaulipas, tiene otra idea contudente: a los políticos y empresarios de la región que alentaron el crecimiento económico de estas ciudades fronterizas tamaulipecas en los ochenta, se les olvidó incorporar un proyecto humanístico que acompañara el proceso de industrialización.

Refinerías, maquiladoras y naves industriales brotaron junto con escuelas técnicas, ingenierías y licenciaturas en administración, olvidándose de un mínimo desarrollo cultural en estas ciudades, al grado de que hoy no haya una librería en Nuevo Laredo y que, después de Los Zetas y el Ejército, la gran atracción que ofrece Reynosa a sus visitantes es un cebrasno kitsch, resultado de la cruza inesperada de un burro albino con una cebra africana.

Pensé lo anterior mientras caminaba por la calle de una ciudad que al igual que Matamoros, Nuevo Laredo y Reynosa, tiene cerca de medio millón de habitantes.

En Xalapa, Veracruz, a tan sólo unos pasos de distancia entre sí veía la Biblioteca Carlos Fuentes, El Ágora de la Ciudad, la Pinacoteca Diego Rivera, la Facultad de Artes y la Escuela Veracruzana de Cine Luis Buñuel, que era el sitio al que me dirigía. “La Buñuel”, como le dicen sus jóvenes y animados alumnos, ocupa una bella casa colonial, donde me cautivó la forma en que los maestros dan una educación uno a uno y concentrada en el proceso artístico y social a los alumnos de la Licenciatura en Cinematografía.

La escuela fue fundada en 2008 por el artista Marcel Sisniega, un mexicano renacentista que lo mismo fue director de cine y guionista que periodista y ajedrecista, y que falleció prematuramente a principios de 2013, después de participar en un Festival Mundial de Cine Extremo organizado por Fabrizio Prada. Ahora “La Buñuel” es dirigida por Jimena Guarque, con ayuda de Raúl Criollo, quienes coordinan un Consejo Directivo que revisa los planes de estudio y está conformado por maestros de la talla de Arturo Ripstein, Gonzalo Vega, Stacy Perskie, Paz Alicia Garciadiego, Martín Boege y Leo Eduardo Mendoza.

Debo decir que otro de los edificios que vi camino a “La Buñuel” fue el Palacio de Gobierno de Veracruz, donde despacha un hombre que, a los ojos de un fuereño como yo, contrasta con el armonioso mundo cultural que hay a su alrededor.

Ahí deambula Javier Duarte, ese gobernador que ha confesado su admiración por el dictador Francisco Franco y que se regodea en usar y ordenar la palabra “abatir” cuando se refiere a “los enemigos”, pero no cuando se trata de encarar la corrupción o la desigualdad en su estado. Duarte, el mismo que ha amenazado con cárcel a tuiteros críticos y que ha logrado que en las guías turísticas europeas sobre México se recomiende a los turistas que no vayan a Veracruz si es que son periodistas, esto debido a que desde que Duarte llegó al poder, han sido asesinados diez reporteros, por lo que los niveles de violencia contra los periodistas en Veracruz son ya similares a los de un país en guerra como Pakistán, de acuerdo con el informe más reciente de la organización Artículo 19.

Pero en Veracruz, especialmente en Xalapa, hay una comunidad cultural y artística fuerte, capaz de soportar lo mismo a Los Zetas que los desplantes tiránicos de gobernadores como Duarte, quien después de su gobierno podría terminar igual que Felipe Calderón: marcado por la sangre y lejos de México.

Desgraciadamente, en Tamaulipas y todo el noreste de México, escasean proyectos como La Buñuel y existen tantos Duarte como Zetas. 

Y así es como desde nuestra trágica ignominia norteña vemos al humanismo seguir floreciendo a lo lejos, aún entre dificultades, como una orquídea en medio de las matas.

Reportero independiente. Autor de cinco libros de crónica sobre el México del siglo XXI. El más reciente “La Guerra de los Zetas”. Colaborador de diversos medios nacionales e internacionales. Fundador de Bengala, agencia dedicada a creación y desarrollo de historias para cine y televisión. Dirige www.elbarrioantiguo.com Vaquero de mediodía.
@diegoeosorno

 

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