Suscribete
 
1591 2 Junio 2014

 

Aborto, controversia irresoluble
Claudio Tapia Salinas

San Pedro Garza García.- La sensatez aconseja que para resolver una controversia primero que nada se aclare de qué se está hablando; es necesario fijar la litis, como dicen los abogados. Nadie duda de la obligación que tiene el Estado de proteger la vida y del deber de la ciudadanía de respetarla. Por tanto, es correcto que el aborto esté penalizado y que por excepción, en circunstancias específicas, esté permitido.

Las salvedades se dan cuando está en peligro la vida, la preñes fue producto de violación o fecundación no consentida, existe riesgo de mal formación, se tienen limitaciones económicas, y la más discutida: la voluntaria, condicionada a que el producto no tenga más de 12 semanas de gestación.  Adviértase que en todos los casos se puede actuar de inmediato, es decir dentro del plazo establecido.

En consecuencia, el debate no es si el aborto debe dejar de regularse ni si el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo va primero que el deber de respetar la vida, sino si la interrupción del embarazo, dentro de cierto periodo y en esas circunstancias, es lo mismo que matar a una persona. Es decir, si abortar es no respetar la vida de una persona.

La controversia surge frente a la afirmación de que lo que se aborta todavía no es una persona humana. Hay quienes piensan que esta existe desde el inicio de la gestación. Y la discusión no tiene fin porque el tema obliga a recurrir a conceptos que en el lenguaje común adolecen de enorme ambigüedad a más de que tienen una pesada carga emocional.

Por supuesto que el lenguaje de la ciencia abona el acuerdo precisando los términos usados, mismos que coinciden con quienes argumentan que todavía no se está en presencia de una persona. La química, biología, biogenética, y demás técnicas afines, permiten saber de qué estamos hablando cuando se utilizan esos conceptos.

Pero no nos ponemos de acuerdo porque no jugamos bien las reglas del lenguaje de la ciencia y además usamos lenguajes diferentes en la discusión. Como diría Ludwig Wittgenstein –el filósofo que afirmó que de lo que no puede hablarse lo mejor es callar– los problemas surgen del uso inapropiado del lenguaje.   

El lenguaje de la ciencia habla de lo que sucede y por eso sus proposiciones están sujetas a criterios de verificación, es decir que existe un método para saber si lo que se afirma es verdadero o falso. Pero el de la ciencia no es el único lenguaje posible. Existen muchos más, como el lenguaje poético y religioso que por definición carece de criterios de verificación porque no se está hablando de hechos y sólo sobre de estos cabe conocimiento.

En lenguajes como el que surge de la experiencia mística no se habla de ninguna experiencia cognoscitiva sino de sentimientos. Se trata de un lenguaje tan respetable como todos, pero con base a este no se puede explicar la conducta social consistente en hechos.

El acuerdo no se produce porque mientras unos hablan de la ciencia, otros lo hacen sobre religión. Mientras unos se remiten a criterios de verdad, sus interlocutores se apoyan en verdades rebeladas. Mientras estos se refieren a los hechos, los otros se dirigen a las emociones. Mientras unos afirman certezas empíricas, otros sostienen sus creencias metafísicas.

El fanatismo religioso les impide admitir que es el lenguaje de la ciencia el adecuado para explicar lo que sucede en el mundo físico. Y si no se usa el mismo lenguaje, el acuerdo con los que versan en contra se torna imposible.
“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Principio del que todos debemos partir cuando empezamos a discutir.

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

15diario.com