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1656 1 Septiembre 2014

 

¿Gobierno del pueblo o gobierno de los políticos?
Ernesto Hernández Norzagaray

 

Mazatlán.- José Nun, Secretario de Cultura del ex presidente argentino Nestor Kirchner, escribió en 2005 un libro bajo el título sugerente que lleva este artículo. Este politólogo plantea un desafió de fondo para los países latinoamericanos y en particular hoy para México, donde los políticos de todos los partidos parecen obedecer más sus intereses y compromisos, que a los que les votan y configuran nuestra sui generis democracia representativa ¿Quién podría poner en duda que el debate sobre las reformas estructurales fue más un asunto de las élites que el resultado de los programas ofrecidos en campaña? Nadie.

Por el contrario, el ciudadano promedio, cada vez lo tiene más claro, que cuando vota en elecciones federales, estatales y municipales, está votando unos u otros anagramas, uno u otro individuo, pero a ciencia cierta sabe que independientemente que lo haga por la izquierda o la derecha, en lo fundamental, como sería mejorar las oportunidades de escalar socialmente o  garantizarse un mejor ingreso, no  sucederán cambios sustantivos. Solo segmentos pequeños de la población tienen movilidad social hacia arriba, pero la mayoría podría estar descendiendo en la escalera social.

Entonces, la pregunta que más de alguno podría formular, es: ¿dónde se perdió la democracia como posibilidad de ascenso social? ¿O acaso nunca se planteó la democracia como redistribución de beneficios sino estrictamente de competencia entre las élites partidarias?

La respuesta no es sencilla, si lo respondemos desde la lógica de Joseph Schumpeter, un clásico de la llamada democracia procedimental, quien alguna vez dijo –como aquí en México lo manejó Héctor Aguilar Camín–, que la “democracia no genera por sí mismo pan”.

En efecto, la democracia en sí misma no genera pan, pero en ciertas circunstancias puede llegar a producir pan, queso y vino. El mejor ejemplo, es la Europa del Estado de Bienestar, que tuvo un mejor momento a lo que se vive en la mayoría de los países que integran la UE.

La explicación obedece a dos dimensiones: por un lado, volver a lo básico, que tiene que ver con el origen de nuestra democracia representativa; y por el otro, la imposibilidad de evolucionar a otra que tenga como principal protagonista a los ciudadanos.

Origen democrático
Las democracias en todos los países siempre han sido un arreglo de élites, con el objetivo frecuente de resolver problemas de legitimidad y garantizar la continuidad del régimen político.

México no fue la excepción: en las elecciones presidenciales de 1976, hubo un solo candidato, el del PRI, lo que fue el punto culminante del deterioro de la legitimidad del “partido de la revolución” y de la llamada “democracia tutelada”.

Había que subir a la escena pública a nuevos partidos políticos para recuperar la legitimidad y eso significaba un nuevo reparto del poder representativo. Los panistas que en esos años eran pocos y doctrinarios prácticamente no pintaban en los estados y tenían una representación testimonial en la Cámara de Diputados, nada en el Senado y menos todavía posibilidades de asumir la Presidencia de la República.

La izquierda socialista, nacionalista o comunista seguía estando fuera del sistema de partidos, aunque como dice el periodista Manlio Tirado, que militó en el PCM, ya para ese entonces tampoco eran perseguidos, pero seguían teniendo una presencia testimonial.

Ambas corrientes ideológicamente antagónicas serían el lubricante que permitiría, junto a otras fuerzas políticas, la recuperación de la legitimidad perdida.

Aun con este significativo avance en el sistema de partidos, el sustrato de ese gran acuerdo fue cocinado entre los miembros de esa gran élite político-económica que era el PRI.  

Entonces, lo que habría de surgir de ese acuerdo no era el demos (“poder del pueblo”), sino algo que utilizando el dilema de Nun derivaría en el gobierno de los políticos.

Es decir, un gobierno que técnicamente es electo pero donde a los ciudadanos se les reduce periódicamente a esa tarea. Pasadas las elecciones es otra cosa. No se les consulta prácticamente en nada.

Y esto permite que los políticos se muevan a sus anchas con una representación venida más que de programas institucionales del poder del dinero. Haciendo y deshaciendo hasta el desfiguro con las instituciones y el dinero público.

Ejemplos, hay muchos, lo vemos en Sinaloa con los desplantes personalistas del gobernador, los hoy llamados diputables panistas, o el dispendio del dinero público que hacen toda suerte de políticos.

Es decir, el limbo de los políticos, alejados del mundo de los mortales. Y si ese mundo de la política, hace de los políticos seres privilegiados, excepcionalmente protegidos, aun cuando de vez en vez, aparezca un video que los exhibe en sus bajezas y frivolidades, el sistema sigue marchando y de última fechas sin el riesgo de la cárcel, exilio, marginación, muerte.

¿Para qué cambiar?
 Si no hay una fuerza social que la anime y si la propia condición de los políticos está lejos de eso, qué sentido tiene impulsar desde el ejecutivo o el legislativo, cambios que construyan una democracia de otro tipo, más en clave ciudadana. Ninguno. Al contrario, hoy pareciera que el objetivo es reforzar el llamado “gobierno de los políticos”; hay muchas evidencias de que las cosas caminan en esa dirección; pongo tres ejemplos:

Primero, el sistema de partidos absorbe cada día mayores presupuestos, la fórmula para determinar en el monto de las subvenciones es con base al padrón electoral y no en función de la lista nominal y mucho menos la participación electoral.

De manera que si volviera a ocurrir una votación federal como la de 2009, que escasamente superó el 40 por ciento –y eso que estuvo apoyada con el 5 por ciento de la criticada campaña por el voto nulo–, seguiría siendo alto el costo, pues se define cada tres años con una ponderación anual donde se privilegia el año de la elección.

Los partidos siguen recibiendo una cantidad creciente de recursos. O igualmente en Baja California con niveles de participación del 30 por ciento, con el mismo criterio de asignación de recursos, éstos siguen siendo millonarios. Es decir, al “gobierno de los políticos” no le quita el sueño el que vaya poca gente a las urnas.

Segundo, asumir un cargo de gobierno sea éste en el Ejecutivo o en el legislativo, significa automáticamente un gran margen de discrecionalidad en el manejo del dinero público. Casos como el de Humberto Moreira, el ex gobernador de Coahuila, son ejemplo de derroche, corrupción y opacidad que no es ajeno en otros estados.

Sinaloa, para no ir muy lejos, tiene un gobernador al que no le cuadran las cuentas: un megapréstamo de 3 mil millones de pesos para obra pública, nunca pudo justificar el destino total de ese dinero.

La Comisión creada ad hoc lo denunció y no pasó nada. La impunidad es un valor entendido en el “gobierno de los políticos”. Hoy soy yo, mañana serás tú, pareciera ser la máxima de conducta.

Tercero, la oferta política no obliga a nada, los partidos y sus candidatos pueden ofrecer cualquier cosa sin que se sientan obligados por nada a cumplirla, incluso ir en contra de lo postulado.

Es el caso de las llamadas reformas estructurales, que ninguna de las coaliciones y partidos ofreció en 2012; sin embargo, los llamados Compromisos por México modificaron todo y se hicieron efectivas todas; y hoy una gran parte de la población las repudia como lo demuestra la reciente encuesta del periódico Reforma, que exhibe con absoluta claridad el estado de ánimo de los mexicanos con su Presidente.

En definitiva, el “gobierno de los políticos” es una deformación del sistema representativo que debilita las instituciones públicas al tiempo, que llega a empoderar a personajes sin escrúpulos que manejan la cosa pública a su antojo.

Nun abrió una brecha analítica, que sin duda es un estímulo para comprender las nuevas realidades latinoamericanas, pero especialmente la de México y salir de las coordenadas simplistas.   

 

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