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1656 1 Septiembre 2014

 

Seguro Popular: escarnio para la gente pobre
(Crónica de un periodista en apuros)
Jorge Villalobos

 

Torreón.- Cinco y media de la mañana. La oscura nata de la noche persiste. Casi zombie me incorporo y dirijo hacia la regadera. Resuenan en mi cerebro las atipladas palabras de la gorda enfermera espetadas dos días atrás: su cita con el especialista es a las siete a eme… pero tiene que estar media hora antes para que se le entregue su ficha... si llega tarde pierde su consulta y tendrá que hacer otra… El agua fría me saca de mi cavilación y comienza el frenesí matutino.
  
Es la primera vez que acudo al tan promocionado Seguro Popular. Mi precaria situación económica-laboral, ha hecho que me afilie a este programa del gobierno. Al llegar al Hospital General de la SSA en Torreón, observo sorprendido una larga fila de gente que se extiende del interior del edificio hasta la calle: decenas de personas, de todas las edades y de condición  más que humilde. Tomo mi lugar en la cadena humana e irremediablemente acude a mi pensamiento: dice el Coneval (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo) que el Seguro Popular no mejoró las condiciones de salud de la población a la que está dirigido y que hay una brecha entre lo que dicen publicaciones oficiales y la percepción del público.
   
Después de media hora y realizar el trámite requerido, me encuentro ante otra enfermera con semblante de militar reprendido. Me pregunta mi nombre y con quién voy a consultar. Me entrega un papelito con un número y me dice que ella me llamará. El breve y penumbroso recinto está atestado de “derechohabientes” modorros y todo huele a una mezcla de formol, pinol, alcohol y humanos humores; de pie y en una esquina del lugar, como escolapio castigado, aguardo mientras mi pensamiento repasa: asegura el Coneval, que si se busca que el programa sea pilar de la protección social, se tiene que asegurar que los fondos transferidos a entidades se apliquen a infraestructura y personal así como diseñar mecanismos eficaces de seguimiento del gasto.
   
Son las siete y media y escucho mi nombre. Paso a un minúsculo consultorio donde el médico, sin mirarme, me ordena que me siente frente al breve escritorio donde él garabatea y comienza a hacerme una serie de preguntas rutinarias y el motivo de mi presencia. Al cabo de unos minutos auscultado y con mi respectivo diagnóstico, salgo del cubículo rumbo a la farmacia del hospital para surtir la receta de medicamentos hecha por el galeno y al llegar encuentro otra dilatada fila de personas. Luego de media hora, llego hasta una ventanilla donde la voz de una mujer, a la cual no puedo ver, me pide la receta. Diez minutos después, llega la mujer y por debajo de un vidrio opaco una mano me entrega la receta y una cajita con medicamento; luego escucho la misteriosa voz que me informa que todo lo demás no lo tiene y que acuda dentro de un mes para ver si ya le surtieron tales medicamentos. Esto me desconcierta y no atino a replicar nada… y como tantos, meditabundo y apendejado, me retiro del lugar.
   
Ya en la calle, reflexiono acerca del asunto de la debida aplicación del gasto en estos rubros de la salud y me percato que en cada estado del país surgen notables diferencias. Por ejemplo: el abasto de medicamentos y ciertos servicios clínicos-hospitalarios que no se otorgan en Coahuila, en otra entidad como Nuevo León, según comprobé con un compañero afiliado al seguro, tales carencias (sobre todo de medicamentos) no son tan notorias.

Mientras deambulo entre la mañana, escudriño mi memoria y encuentro que el informe del Coneval apunta que se aprecia una distribución inadecuada del personal médico, ya sea por zona geográfica, cargas de trabajo y horarios de atención, además que el mecanismo de acreditación de las unidades médicas es insuficiente para asegurar la calidad de la atención, así como una deficiente (y corrupta) administración en el suministro de medicinas a los pacientes.
   
He de comentar que, aparte del ominoso desabasto de medicamentos, hay carencias elementales en servicios clínicos, carencias que el “derechohabiente” debe costear, como ciertos exámenes que requieren equipo especial y servicios de laboratorio… y ni para qué hablar de los inmuebles hospitalarios que en la mayoría de los casos, como ha sido el mío, son las vetustas, descuidadas, pequeñas e insalubres instalaciones del Hospital General de la SSA en Torreón.
   
Por ello es que el dichoso Seguro Popular tiene más demagogia que resultados verdaderos en cuanto a la atención de la salud de la población desprotegida… y, finalmente, agrega el informe del Coneval que el Seguro Popular hasta el 2012 tenía una afiliación de 51.8 millones de personas, y que la cobertura universal todavía está en proceso. A ver cuánto se tarda la actual administración de Peña Nieto en hacer realidad esta promesa de “cobertura universal” hecha por los dos presidentes panistas anteriores.
   
No cabe duda, piensa este escribidor que camina sin rumbo fijo: vivimos en un país de ficciones, donde la población de “escasos recursos” (eufemismo de jodidos) es burlada cotidianamente por el régimen en turno, con la ingente ayuda de sus grandes y temibles secuaces: los medios masivos de comunicación.

 

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