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1672 23 Septiembre 2014

 

 

El ascenso del sector público
Alejandro Heredia

Monterrey.- Quizá el instrumento más a la mano que puede tener cualquier gobierno, sin distinguir que sea de derecha o izquierda, con el fin de paliar los efectos estructurales negativos de la economía de mercado en las condiciones de igualdad de las personas, sean los gastos o transferencias sociales.

Sobre éstos ha pesado una leyenda negra. Desde la época en que se eliminó la famosa Ley de Pobres en la Inglaterra de 1834, hasta el momento en que Margaret Thatcher en los años ochenta del siglo XX, suprimió de un plumazo los apoyos públicos a la educación y el gasto social, hemos sido llevados por la idea de los imitadores de tales políticas económicas en un tobogán sin sentido, irremediablemente convencidos, como bien dice el dicho, que por ahorrarse unos centavos se pierdan tostones.

El texto de Peter H. Lindert (Profesor de la Universidad de California e investigador asociado del National Bureau of Economic Research) es una mirada histórica ante el tema del gasto social a nivel global, como también trata de desentrañar las causas de las críticas más ácidas que se han hecho sobre el papel que el Estado debe desempeñar en estos temas.

Observa el profesor californiano que antes de la beneficencia pública, podía encontrarse el interés de personajes e instituciones privadas en la realización de obras de caridad. Sin embargo, éstas redundaban en una escasa inversión del PIB en las transferencias sociales, al igual que para cumplir la vigilancia de que la ayuda se destinara a las personas que realmente lo precisaran, se destinaba una buena parte del raquítico presupuesto a las tareas administrativas.

Con el paso del tiempo, las cosas empezaron a cambiar, gracias a los avances que cada sociedad fue experimentando en términos políticos. Mientras más avanzaban los partidos liberales y se otorgaban más derechos políticos y sociales a los hombres y a las minorías (como el reconocimiento del voto a la mujer) los sistemas de beneficencia pública tomaron preeminencia con respeto a los privados. Esto quiere decir que los sistemas de gasto social tal como los conocemos hasta el momento, son una demostración del avance que una sociedad democrática puede proveer a sus habitantes, a pesar de las manipulaciones del corporativismo político que podemos observar en muchos países, incluyendo México.

Además, el crecimiento del gasto público fue correspondido por una boyante economía en los países desarrollados después de la segunda guerra mundial, lo cual vino a robustecer los principios del Estado benefactor, prontamente imitado por los países en vías de desarrollo, usado con el fin del fortalecimiento institucional. Lindert en su libro, demuestra cómo los presupuestos para las transferencias sociales no han representado una carga excesiva para los países, sino que han establecido condiciones para la productividad. El Estado benefactor llegó para quedarse, pero en algunos países se hacen necesarias reformas a los planes de pensiones gubernamentales o la privatización de las pensiones en el peor de los casos.

Sin embargo, las políticas económicas actuales (globalizadoras y desreguladoras), han estado apostando a la erosión completa del sistema de transferencias públicas, lo cual podría ser contraproducente para el modelo democrático de gobierno, debido a la ruptura en la certidumbre que la mayoría de la población tendría sobre su futuro económico. Es cuando una democratización de la economía se vuelve impostergable.

* El ascenso del sector público, el crecimiento económico y el gasto social: del siglo XVII al presente./ Peter H. Lindert; trad. De Roberto Reyes Mazzoni. México: FCE, 2011.

 

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