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1693 22 Octubre 2014

 

 

Un navío cargado
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Viajo en carro de Xalapa al puerto de Veracruz rayando el crepúsculo. Me siento cómodo viendo el paisaje: encinos, tendajos de pescado, estanquillos informales, vendedores ambulantes. De improviso, un puente de concreto hidráulico rompe la monotonía de casuchas y viandantes: las vías ferroviarias atraviesan el horizonte como una enmarañada red de hierro.

Y una serie de contenedores de carga, 12.20 metros de largo, 2.60 metros de altura y 2.45 metros de ancho (la medida estándar de estas cajas monumentales), demuestran que Veracruz es un puerto legendario, tres veces heroica, pero mil veces más un distribuidor mundial de productos comerciales.

En la ciudad, de cara a la costa, una estatua de Venustiano Carranza frena el paso, simbólicamente, a los buques de guerra norteamericanos que pretendían invadirla. Pero los contenedores del puerto abren el paso, no simbólica sino literalmente, al comercio global. Me tiento a pedirle al chofer que frene el vehículo para apearme en un promontorio y contemplar esas cajas de embarque multicolor, diseminadas bajo mis pies, en sucesión caótica que se pierde en el horizonte. Me gustaría respirar el aroma denso y nada ecológico de los trenes, los almacenes, los vagones de plataforma, el combustible diesel de los tractores, camiones y las locomotoras.

Los libros de historia de México están repletos de hechos empapados de sangre, de héroes derrotados, insurrecciones populares y rebeldías malogradas. Pero cuentan poco o nada sobre los avatares de la otra revolución que forja tanto o más patria que las asonadas militares: la tecnológica. Y de esta revolución pocos reparan en un invento relativamente moderno, que en pocos años, desde su creación en 1959, cambió la economía mundial y acortó la brecha entre los países pobres y ricos: el contenedor. Antes que el flujo de información, nos globalizó el flujo de productos.

Parece un invento elemental, pero antes de la existencia del contenedor, el transporte marítimo de mercancía era costoso y tardado (llegaba a representar al menos entre el 15 y 20 por ciento del valor comercial). Los habitantes de un país consumían estrictamente lo que producía la industria local y no contaban con suficientes opciones de productos. Además, la regulación del transporte se dividía en innumerables aranceles si el flete era por barco, tren o camión. La demora de productos en los almacenes no era calculable y pocas veces se respetaban los plazos de entrega. Otra constante era el robo de mercancía.

Ahora, gracias al contenedor, los precios son más bajos y la oferta más variada: el traslado de mercancía de la fábrica hasta el depósito para su inmediata comercialización al menudeo, representa apenas el uno por ciento del valor comercial. La carga transoceánica se muda de un tren a un camión hasta llegar a su destino con una simplicidad que al consumidor actual le resulta indiferente porque es parte de la normalidad comercial. ¿Pero lo entiende así el heroico puerto de Veracruz? ¿Tienen claro las autoridades públicas que si no modernizan la infraestructura portuaria, las compañías navieras atracarán o zarparán tarde o temprano con su cargamento de otros puertos que les ofrezcan mejores tratos comerciales?

Desde su creación, el invento del contenedor ha destruido la pujanza comercial de puertos británicos tan legendarios como Londres y Liverpool y ha provocado el boom de pequeñas ciudades como Felixstowe. En EUA, Seattle ha crecido exponencialmente gracias a sus inteligentes medidas arancelarias y a la modernización tecnológica. China es una potencia entre otras causas por los cargamentos que diariamente traslada en los contendedores marítimos.

Contemplo a vuelo de pájaro los contenedores que se posan como cajas coloridas en la entrada del puerto de Veracruz. Avanzo en el carro donde viajo sobre el puente y espero volver a ver el mismo espectáculo de dinamismo económico a mi próximo regreso a este Estado. Parece una ironía comercial pero México será más independiente en la medida en que cada vez se vuelve más interdependiente. No hay remedio ni vuelta de hoja.     

 

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