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1705 7 Noviembre 2014

 

 

El culto a la personalidad
Eloy Garza González

 

San Pedro Garza García.- Un grupo de ponentes presentamos en la ciudad de México uno de los mejores libros publicados recientemente en América Latina: Historia Mundial de la Megalomanía, del politólogo Pedro Arturo Aguirre.

La cita fue en la Biblioteca José Vasconcelos, y acompañamos al autor Luis Carlos Ugalde, Gerardo Laveaga y quien escribe este artículo.

Fui testigo de cómo se cocinó este libro a lo largo de varios años: un proceso paciente y laborioso que condensa en varios cientos de páginas el destino común de los megalómanos políticos y del culto a la personalidad. Aguirre, el autor, ha publicado varios libros sobre política internacional, de manera que su reto de estudiar el común denominador de la megalomanía tenía que ser en formato de ensayo y sin restricciones geográficas, para ejemplificar que la locura humana no es patrimonio de una región en específico y su información genética deleznable abarca sin excepción todas las culturas del mundo.

¿Y cuáles son estas huellas de identidad que Aguirre detectó en las sucesivas variantes de megalómano? Las que perfiló desde un plano psicológico Erich Fromm en su Anatomía de la Destructividad Humana: narcisismo, necrofilia (contrario a la biofilia, según Fromm) egolatría, trastorno bipolar, verborragia, “mandato distorsionado del placer” (Lacan), delirio de grandeza, mesianismo, egoísmo, histrionismo, anhelo de inmortalidad, indiferencia ante el sufrimiento de sus semejantes y un instinto infalible para adaptarse a los nuevos tiempos. En el fondo, todos los dictadores que practican el culto a la personalidad comparten la compulsión de compararse con los dioses, para lo que les basta ser “tan crueles como ellos”.

¿Un ejemplo? Stalin recibió más de mil trescientos homenajes en vida. En uno de tantos, al terminar de leer su mensaje, recibió de los presentes un aplauso atronador que se prolongó por más de media hora: ningún invitado se atrevía a parar de aplaudir por miedo a ofender al líder. Solo el director de una pequeña fábrica ubicado en el estrado se decidió a dejar de batir las palmas y terminó por sentarse, seguido por la concurrencia. Apenas pasaron cinco minutos para que este director fuera detenido y condenado a diez años de prisión en el gulag.

No fue el suyo un caso aislado. Mussolini se asumía como el “Jefe de la Casa” viril y musculoso, que se fotografiaba con el torso desnudo y sobre un tanque de guerra; Hitler el Padre Ausente; Franco el Padre estricto; Perón el Padre Padrote; Kim Il Sung, el Padre Mujeriego; Trujillo el Padre Violador; Mobuto el Padre Ratero; Papá Doc el Padre Chamán; El Turkmenbashi el Padre Ególatra; Tito el Padre Heroico, Sukarno el Padre Flamboyant; Chávez el Padre Follador.

El gobernante que practica el culto a la personalidad se convierte en artículo de fe (“Il Duce ha sempre racione”) y somete a él su modo de razonar; ajusta sus emociones y su lenguaje hasta moldear la realidad y enmarcarla en la ficción interesada del Padre Protector. En 1934 la Gran Asamblea Nacional Turca asignó a Mustafa Kemal el apellido de “Atatürk” (Padre de los Turcos) y el loco de Idi Amín se autonombró “El Gran Papá” de los ugandenses. 
  
Hace meses, el consultor político Mentor Tijerina (uno de los mejores de México) me contó una anécdota reveladora. En República Dominicana el eslogan de una campaña presidencial de 2012 remitía inconscientemente al megalómano dictador Rafael Leónidas Trujillo: “¡Llegó Papá!” Quizá esta frase sintetiza bien las desmesuras, desvaríos y fantasías del culto a la personalidad.

Pero quizá el siglo XXI pudiera ser la última estación del poder megalómano en la larga marcha hacia las sociedades abiertas. Si esto es posible, todos esos dictadores, tiranos, absolutistas, sátrapas, represores, césares, déspotas, caudillos y autócratas acabarán por convertirse en sombras funestas de un pasado de pesadilla que despediríamos para siempre con una frase útil como epílogo para las páginas del libro de Pedro Arturo Aguirre: “¡Se fue Papá y no lo extrañaremos!”  

 

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